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Destruir un amor a kilómetros de distancia

Cinco días antes de su tercer aniversario, Aurora* recibió un mensaje muy largo, algo inusual en su prometido, que solía escribir poco.

Paula Andrea Baracaldo Barón

29 de diciembre de 2025 - 08:31 p. m.
Foto: Jaap Buitendijk - Jaap Buitendijk
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A sus 27 años, Aurora* jamás había tenido un novio. Que un muchacho le hablara y el hilo de la conversación se tensara de ambos lados sin romperse era, realmente, algo que siempre había querido experimentar.

Corría julio de 2019, pleno verano en Estados Unidos. Nuestra protagonista hacía parte de un grupo de Facebook en el que varios asistentes de la Comic-Con —una convención que reúne a los fans de la cultura pop, el cine y lo geek— se organizaban en “grupos de acampada” para asegurar un cupo en los paneles más llenos, como los de franquicias como DC o Marvel.

Fue en uno de esos espacios virtuales en los que coincidió con Phillip*. Comenzaron a intercambiar mensajes en inglés, a hablar de horarios, de gustos y de cómo pensaban moverse durante el evento. Al mencionar que pasaría por Los Ángeles antes de llegar a San Diego, él le hizo saber que vivía ahí. De pronto, Aurora sintió un clic.

Por eso, aunque no sabía qué esperar, cuando por fin tomó el avión, le emocionó que la distancia entre ambos se hiciera más corta.

Dice que Phillip llegó en un carro hasta su Airbnb para recogerla, que se “echó la bendición” y, respirando más que hondo, se subió. Afortunadamente, no tuvo que arrepentirse de haber viajado con el —hasta ese momento— desconocido. “Pudo haber sido un catfish, pero de una manera ‘cósmica’ todo salió bien", recuerda.

Aurora recorrió lugares que había visto en sus películas favoritas: los estudios, las locaciones, las calles. Por fin estaba viviendo lo que había imaginado tantas veces cuando era niña. Había tenido una primera cita más que perfecta.

Después regresó a Colombia. No hubo nada más que risas, y mucho menos algún contacto físico. Pero para ella, que nunca había tenido novio ni había besado a alguien, parecía que ambos sentían algo.

Siguieron hablando durante agosto y septiembre, sin cortar. En octubre apareció esa pregunta: “¿qué somos?”. Dice Aurora que las señales estaban ahí —reacciones en las historias de Instagram, mensajes, llamadas largas—. Sabía que estaban pisando un terreno ambiguo y no quería confundirse. Por eso, sin darle muchas vueltas al asunto, se convirtieron en novios oficiales.

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Un amor que se sostuvo a través de las pantallas

En 2020 compraron boletas para un concierto de Taylor Swift en Los Ángeles. Con el lanzamiento de Lover, el álbum de la cantante, Aurora sintió que todo encajaba: estaba enamorada y su música parecía acompañar exactamente ese momento. Era, piensa, la versión más pura de estar enamorada.

Luego llegó la pandemia. Con ella, la incertidumbre, la angustia y una relación que tuvo que aprender a sobrevivir a los encuentros que, si antes eran pocos, ahora estaban reducidos a cero. Su primer San Valentín, su primer aniversario. Todo ocurrió de forma remota. Se las ingeniaban con correos o regalos enviados por Amazon, pequeñas cosas para sentir que el otro estaba presente.

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Así, su relación logró llegar al 2021. El mundo ya comenzaba a abrirse de nuevo luego del virus que había azotado a millones de personas. Aurora viajó a Estados Unidos con la excusa inicial de vacunarse, pero el plan “se alargó”. Terminó quedándose más tiempo, durante el verano que todavía recuerda con nitidez: el viaje por carretera hasta Las Vegas, el Gran Cañón, los parques de Disney. Se quedó en casa de él, conoció a su familia y fue muy bien recibida. Todo funcionaba con una facilidad que no había anticipado en lo absoluto.

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Ese mismo año, Phillip viajó a Colombia en diciembre para pasar Navidad. Aurora lo llevó a Medellín, buscó un grafitour con guía en inglés para poder contarle una parte de la historia. Su visita coincidió con el estreno de Encanto, la película de Disney que intentaba retratar nuestra cultura y que, por supuesto, vieron juntos. Los papás de Aurora comenzaron a aprender inglés en Duolingo para comunicarse con él. Las vidas de ambos, incluyendo sus familias, se unían cada vez más.

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Incluso, tiempo después, aparecieron en un noticiero local: una historia de romance que había empezado en San Diego y que ahora los mostraba juntos en la celebración de la independencia colombiana en la ciudad estadounidense.

Cuenta que, ese mismo año, gracias a Phillip, vio su primer musical. Durante un viaje para una boda familiar —de esos matrimonios estadounidenses que ocupan hoteles enteros y viñedos—, la llevó a ver Hamilton. Era octubre, el mes de su aniversario.

Poner los dólares y los pesos sobre la mesa

Para 2022, la relación ya rozaba los tres años. Y es cierto que, cerca de los treinta, algunas preguntas ya no pueden evitarse: “Mal que bien ,cuando uno pone sobre la mesa ese tema, pues hay que saber si tú quieres casarte, si te ves teniendo hijos o no...”.

Entendieron que, si había un siguiente paso, lo más probable era que sería ella quien se mudara, y no él. Las diferencias culturales ya no podían estar en segundo plano: él no hablaba español, era profesor, y Aurora sabía bien lo que implicaba ejercer la docencia en Colombia, más aún sin el idioma.

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Hablaron con abogados de migración. Consideraron opciones: extender la visa de turista, casarse en Las Vegas, hacerlo en Colombia y tramitar una visa de prometida o de esposa. Revisaron números, costos, quién ponía qué. Para ella, la relación siempre estuvo atravesada por esa terrible asimetría: ganar en pesos para gastar en dólares. Más aún después de que perdiera su empleo en junio de 2020, en plena pandemia, y pasara un tiempo trabajando de manera independiente, lo que a la vez le permitió ir y venir de Los Ángeles sin mayores restricciones.

Durante el último verano, la relación encontró un equilibrio que realmente funcionaba: a veces ella pagaba los vuelos, a veces era él. Se quedaba en casa de Phillip, sin gastos. Los días empezaban cuando él salía a dar clases y ella, mientras tanto, se conectaba a sus reuniones y avanzaba con trabajos freelance.

Para la tarde, casi siempre a eso de las 3:30 p. m., él ya estaba de regreso. Lo que seguía era tiempo que destinaban para caminar, ver algo en televisión o simplemente estar juntos.

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Ese mismo año, Aurora cumplió 30, y Phillip la llevó nuevamente a teatro. Esta vez, para ver Moulin Rouge! Vestido rojo, fotos con tapabocas (porque todavía era obligatorio en espacios cerrados) y muchas, muchas fotos sola que después agradecería. Esa noche cenaron en Musso & Frank, un restaurante clásico de Hollywood que incluso aparece en canciones de Taylor Swift.

Durante un tiempo, recordó ese cumpleaños como uno de los mejores.

Cuando fue hora de despedirse nuevamente, él le pidió que no regresara a Colombia con todas sus cosas. Hablaron de buscar un departamento en 2023, de ahorrar, de organizar una mudanza y formar su propio hogar: Phillip le dio un anillo.

“Tenía una frase que una pareja muy icónica de Star Wars, que son Han Solo y la princesa Leia”, cuenta.

Una ruptura en diferido

Sus papás sabían que se casaría y se iría lejos de casa, así que empezaron a hacer su propio duelo. Su mamá, desde ese imaginario “tan latino”, como lo llama ella, repetía que el gran logro era que casarse con un extranjero.

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Aurora dejó libros, ropa, maquillaje y hasta un Funko en Los Ángeles. Viajó a Colombia en septiembre. Pero, una vez pisó el aeropuerto, le faltó el aire. La distancia estaba empezando a hacer de las suyas: pasó de los besos en la mañana y los desayunos juntos, a memes y stickers, a esperar cualquier mensaje atravesando dos horarios. Mientras tanto, la vida de Phillip parecía mejorar sin ella: nuevo trabajo, nuevo carro, horas y horas en el gimnasio, y poca comunicación con su prometida.

Cuando Aurora le expresaba cómo se sentía, él se incomodaba y huía de la conversación. Phillip estaba dentro del espectro autista, así que su forma de comunicarse era distinta, y fue desde ahí que ella trató de justificarlo.

Pero cinco días antes del tercer aniversario, llegó un mensaje muy largo, algo inusual en él, que solía escribir poco. Agradecía los casi tres años juntos. Decía que sentía que iban en direcciones distintas. Que no quería terminar odiándola. “Él decía como I feel like I’m going places, como yo sí tengo un plan de vida y tú no". Era todo. La relación terminaba ahí, por WhatsApp.

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Aurora leyó el mensaje frente al computador. Sintió que el mundo se acababa. Lloró. Buscó a su mamá, pero lo primero que escuchó fue un: “¿qué le hiciste?”. Estaba sola. Durante los días siguientes escribía, publicaba, se desbordaba sin entender qué había pasado.

Intentó escribirle, y Phillip pasó de no seguirla en redes sociales a bloquearla por completo. “Entonces, ¿en dónde quedaba lo que yo tuviera por decir, lo que yo tuviera por sentir, cómo me estuviera sintiendo al respecto? Pero entendí que ya no había nada que hacer, que era definitivo”, recuerda. Vinieron fechas difíciles: medicación, psiquiatría, antidepresivos. Pensó que no iba a sobrevivir a su primera ruptura que era, además, su compromiso soñado.

Un mes después de la ruptura, firmó contrato en un nuevo lugar de trabajo. La vida avanzaba y ella apenas aprendía a cogerle el ritmo de nuevo. No volvió a California. Evitó noticias, estrenos, deportes, cualquier cosa que la llevara de regreso a él. Hizo un duelo por la relación, por la ciudad, por el país, por el proyecto de vida que había dado por hecho. Por supuesto, fue sola a ver a Taylor Swift en Filadelfia.

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Hoy sigue sin volver a Los Ángeles. Y espera, todos los días, no necesitar saber cómo está él. Prefiere no medir su proceso en términos de quién ganó o qué tanto perdió el otro. Tiene un nuevo trabajo y otras prioridades que, asegura, no implican para nada una pareja. Dice que está mejor que hace tres años y, aunque continúa doliendo, por ahora, le basta con seguir de pie.

(*) La historia de esta nota es real. Los nombres de los personajes han sido reemplazados para mantener su privacidad.

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Por Paula Andrea Baracaldo Barón

Comunicadora social y periodista de último semestre de la Universidad Externado de Colombia.@conbdebaracaldopbaracaldo@elespectador.com

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