Existen relaciones en las que la pasión o el “amor” equivale proporcionalmente al sufrimiento. A veces, consumidas por el deseo de establecer un vínculo con alguien que no está emocionalmente disponible, las personas pueden sacrificar su tranquilidad y su salud mental a cambio de recibir, aunque sea de forma momentánea, pequeñas dosis de afecto y validación.
A veces se desea más de lo que es posible obtener. Ya hemos hablado en otras ocasiones de los límites que pueden romperse cuando la necesidad de ser aceptados o elegidos es mucho mayor que el amor propio -que, por cierto, es algo que requiere de trabajo personal y también terapéutico-.
Hoy hablaremos de los amantes, de los segundos hogares, de las infidelidades a largo plazo y de las relaciones paralelas. Lejos de querer juzgar o justificar, en esta nota daremos ciertas luces sobre el comportamiento y patrones a nivel psicológico que presentan quienes atraviesan el síndrome de Fortunata.
¿Qué es el síndrome de Fortunata?
Comencemos por entender el contexto. Según el portal web de Psicología y mente, su nombre tiene como origen el vínculo afectivo narrado en Fortunata y Jacinta, la novela de Benito Pérez Galdós.
En esta historia, Fortunata se enamora de Juan Santa Cruz, un hombre que tiene otro proyecto y planes de vida, pues está casado con Jacinta y no contempla romper ese matrimonio. A pesar de ello, mantiene una relación prolongada y paralela con Fortunata, sin ofrecerle un lugar claro ni estable, cosa que ella acepta, aunque su deseo siga siendo tomar el lugar de la “mujer oficial”.
Lo que permite ejemplificar el caso de Fortunata no es solo que acepte ser la amante, sino la manera en la que organiza su vida emocional alrededor de esa relación. Aunque el libro cuenta que llega a trabajar como prostituta, que intenta formar una vida propia e incluso también se casa, el vínculo con Santa Cruz sigue siendo el centro de su vida. Ella interpreta ese lazo como el verdadero, por encima de cualquier reconocimiento social o legal, y llega a sostener que Juan es, en esencia, su marido.
Lo más interesante es, tal vez, que con el paso del tiempo, Fortunata también transforma la perspectiva que tiene sobre Jacinta. Al inicio, como ocurre con el síndrome del que hablamos, la percibe como una rival que le arrebata lo que considera suyo. Es su enemiga. Pero luego, esa hostilidad es cada vez menor y da paso a una especie de aceptación: Fortunata comienza a pensar que ambas ocupan un lugar válido en la vida de ese hombre. Esa idea le funciona tanto a la protagonista como a quienes mantienen una relación de este tipo: es una justificación interna que permite tolerar la desigualdad y la falta de reciprocidad.
Sus causas y sus consecuencias
Las causas del síndrome de Fortunata suelen estar ligadas a aprendizajes afectivos y a una idea del amor basada en el sacrificio. Muchas personas han crecido con la idea de que querer implica aguantar, ceder y ponerse en segundo plano, especialmente cuando hay inseguridad, baja autoestima o miedo a la soledad. A esto se suman las creencias idealizadas sobre el amor romántico, que hacen que la espera y el sufrimiento se normalicen.
Ahora bien ,una relación apasionada, prohibida o clandestina despierta niveles de adrenalina que no siempre están presentes en situaciones o vínculos cotidianos. Lo disfuncional termina por transformarse en un círculo vicioso que se alimenta del dolor y de las pocas (pero valiosas ante los ojos de quienes “padecen” el síndrome) oportunidades en las que se convive como si fuera una relación válida y estable.
La dependencia emocional puede hacerle creer a quien padece el síndrome que no existe vida más allá de la relación, que no va a poder seguir adelante sin que él o ella le dé un lugar, por más mínimo que sea.
En medio de la frustración, de la impotencia y del “amor”, es posible llegar a perdonar cualquier cosa y también restarle importancia a que el vínculo siga siendo no oficial.
La idea de que “algún día” todo cambiará
Cuando se habla de este síndrome no se hace referencia a una enfermedad mental o a un diagnóstico clínico; se trata de una forma de vincularse que puede volverse dañina con el paso del tiempo.
Y, aunque no esté tipificada como patología, sí implica desgaste emocional y ciclos que pueden repetirse de manera inconsciente. No es raro que aparezcan comportamientos muy intensos, que los pensamientos y las preguntas partan del “por qué con él/ella sí y conmigo no”, que esto contribuya a una dependencia que termina desdibujando los propios límites y expectativas.
Uno de los puntos importantes también es la manera en la que se construye la esperanza o la confianza -casi absoluta- en que la situación actual no es definitiva y en que, tarde o temprano, el vínculo se transformará en una relación normal o formal. El futuro es una promesa falsa que justifica el presente.
Esa lógica, que atraviesa al personaje de Galdós, es la que sigue apareciendo en muchos vínculos actuales.
Quienes lo viven tienen una lectura o interpretación distinta de la situación. No es que la persona amada elija no comprometerse, sino que “las cosas no se han dado”, que “el momento no es el adecuado”. Son eufemismos que mantienen viva la espera, pero también prolongan un vínculo que, lejos de avanzar, se estanca y reproduce una dinámica que puede volverse tóxica para ambas partes.
Este síndrome puede trabajarse de la mano de un profesional de la salud mental, que puede ayudar a la persona a revisar las ideas que tiene sobre el amor, a reconocer y a tomar distancia del vínculo, fortalecer la autoestima, recuperar el foco en su vida real y desprenderse, poco a poco, de la devoción afectiva hacia lo imposible.
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