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Muchos de nosotros nos vamos a la cama con los audífonos puestos, o dejamos la música prendida como ambientación, como un fondo para “acompañarnos” mientras logramos cerrar los ojos y, por fin, conciliar el sueño.
Nuestros motivos tienden a variar. Queremos distraernos del ruido de la casa, de la calle o de nuestra propia mente que, a veces, es la más difícil de tratar de controlar y de silenciar. En otras ocasiones puede ocurrir porque atravesamos un momento de tristeza o ansiedad, y la melodía que escogemos (o que resulta sonando en aleatorio) logra desconectarnos.
¿Cómo podemos explicar que la música funcione como herramienta para conciliar el sueño?
Daniel Amézquita es bogotano, maestro en Artes Musicales y maestrante en Musicoterapia de la UNIR, y explica que, aunque la respuesta es generalmente un “sí” —un “sí comprobable gracias a varios estudios—, la música no siempre funciona igual en quienes la utilizan. “Es un tema algo controversial porque algunos no lo ven como algo negativo. Algunos que realmente son la mayoría. Pero hay quienes sí, dado que el cerebro recibe estímulos externos que podrían alterar su completo descanso durante las fases de sueño”.
No obstante, añade que ciertos tipos o géneros de música sí pueden calmar la mente y reducir sensaciones que dificultan conciliar el sueño, como el estrés o la ansiedad. “La música que resulta relajante para nuestro sistema, el de cada uno, permite que entremos en estado de más calma y reducción de sensaciones que pueden entorpecer el proceso químico del sueño”. Es decir, que no se trata específicamente del volumen que ajustemos para la canción, de qué tan larga o corta sea su duración, o de la cantidad de instrumentos que tenga; el efecto cerebral en sí también responde (y depende) del cómo percibimos los timbres, los ritmos y las “texturas” de cada pieza.
“La música, cuando se usa con un fin específico, como por ejemplo tratar de dormir mejor, se selecciona de acuerdo a lo que genera en cada persona: siempre es diferente”, señala Amézquita. Por eso existen playlists y composiciones diseñadas para inducir la relajación y para preparar al cerebro para el descanso. Pero, como con la comida o los olores, hay que testearlas y saber qué es lo que nuestro cuerpo reconoce como benéfico y apropia más a la hora de conciliar el sueño.
Algunas aplicaciones, como Spotify, tienen listas diseñadas para ello. Como esta que compartimos a continuación, que usted puede poner a prueba:
Para respaldar este artículo, Amézquita nos sugirió compartir un estudio que analizaba cómo los intervalos musicales afectan las ondas cerebrales vinculadas al sueño. Según los autores —que hacen parte del grupo de Investigación GIFVTA de la Fundación Universitaria Juan N. Corpas, en Bogotá—, “se propone la utilización de música compuesta sobre estos intervalos para evaluar su efecto sobre la calidad del sueño”. Allí, participan alrededor de 30 adultos que escuchan grabaciones de obras musicales “diseñadas para ser escuchadas durante los 5 minutos previos a la conciliación del sueño, durante 5 días seguidos, con permanente monitoreo del sueño”. El objetivo es, entonces, demostrar que esos intervalos musicales (como la sexta menor y la tercera mayor) aumentan las ondas delta, propias del sueño profundo.
¿Por qué sucede?
La música provoca una reducción de la “hormona del estrés”, es decir, del cortisol, y estimula la parte simpática del sistema nervioso para que estemos en menor actividad o estado de alerta.
Eso explica por qué, al entrar en un estado de tranquilidad, nuestra respiración tiende a estabilizarse, igual que nuestra frecuencia cardíaca y los pensamientos intrusivos que llevamos con nosotros a la cama.
Y la práctica nos confirma eso. Según el Instituto del Sueño, escuchar música antes de dormir es especialmente recomendable para quienes tienen problemas para conciliarlo. Entre sus ventajas están: que es una forma más económica de lograrlo que acudiendo a los fármacos, que no genera adicción y que no tiene efectos negativos.
Como señalaba nuestro experto frente al tipo de música, lo mejor es dejarse guiar por los propios gustos, aunque las composiciones que son lentas —que manejan entre 60 y 80 pulsaciones por minuto— suelen ser más efectivas. La música clásica, el jazz o el folk cumplen con estas características y ayudan a preparar el cuerpo y la mente para descansar.
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