¿Qué parte de nosotros es la que busca alivio cuando diciembre nos pide pasar la página? ¿Qué nos empuja a revisar las heridas viejas cuando el año va llegando a su final?
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
El perdón es una decisión. Pero cuando los 365 días del año muestran su desgaste, mirar hacia atrás se vuelve casi que inevitable. No sabemos a ciencia cierta si se trata de la nostalgia, si es por un cúmulo de recuerdos o porque el tiempo corriendo en el reloj definitivamente nos apura más de lo normal. Lo cierto es que los golpes, entonces, se sienten más duros.
Fue justo en una Navidad en la que decidí que quería perdonar a mi papá. Y, contrario a lo que podría parecer, este artículo no es una catarsis. Escribir para los lectores requiere un ejercicio de honestidad que va más allá de las propias experiencias, pero fue a partir de allí que surgieron las preguntas que este artículo intenta, de algún modo, responder.
Recuerdo haber comprado una caja blanca, de cartón —de esas que tienen la tapa dura y se asemejan a las de los zapatos— y un moño color rojo. Con cuidado, introduje un cómic de Spider-Man que creí que podría haber querido en su niñez, y llené el vacío del resto del empaque con tiritas de papel seda. La tarjeta llevaba escrito:
De: El niño Dios
Para: Omitar
Mi psicóloga, Nikoll, decía que mi nudo en la garganta al hablar de él tenía que ver con una herida de infancia: con el abandono, aunque no fuera precisamente físico.
Desde lo psicológico, el abandono simbólico o emocional ocurre cuando una figura, que generalmente es familiar, sigue presente en nuestras vidas. Es alguien al podemos ver, tocar, hablarle, pero el vínculo se fractura. Hay cierta ausencia en el trato, cierta distancia, cierta forma de indiferencia. Y aparece la pregunta de por qué, de pronto, nada parece ser suficiente para sostener una relación que nunca acordamos romper, menos de manera explícita.
Ambos habíamos pasado por lo mismo. Pero sus marcas, de algún modo, llegaron también hasta mí.
¿Por qué el fin de año parece empujarnos hacia el perdón?
“Los colombianos tenemos muy interiorizado el momento en el que se acaba el año. Por eso nos preguntamos qué vamos a hacer en 2026, cómo nos proyectamos, cuáles son nuestras metas. Y es desde ahí que surge la necesidad de sanar esas heridas, precisamente, para estar en paz con nosotros mismos”, explica Carolina Ramírez, psicóloga especializada en desarrollo infantil y disciplina positiva.
Suele pasar que diciembre nos invita a hacer un balance de lo que pasó y de lo que queremos para el año que viene. En parte, dice ella, por la presión social que traen consigo esas tradiciones navideñas frente a la paz, la reconciliación y la reflexión sobre nuestras relaciones y prioridades.
Desde el enfoque terapéutico, el perdón es la posibilidad de reconciliarse con uno mismo, incluso a través de las relaciones que se tienen con los demás. Ramírez comparte el ejemplo que utiliza con muchos de sus pacientes: “si alguien te llega a apuñalar, en teoría un doctor te salva, pero en la práctica eres tú quien debe buscar la manera de salir adelante. En el perdón ocurre algo parecido: muchas veces esperamos que sea el otro quien nos permita estar bien”.
Es por eso que al final de la noche de un 24 o 31 de diciembre, muchas personas esperan una llamada, un mensaje o una visita de último momento para recibir una disculpa. Es un deseo de “ojalá aparezca”, que realmente implica dejar en manos de los demás nuestro propio proceso. Perdonar es una decisión, sí, pero que se construye desde la autonomía.
Existen otras personas que, en cambio, prefieren no ser contactadas, y cuando alguien lo hace —un familiar, una expareja— la situación puede desestabilizarlas emocionalmente.
Claudia Barreto, especialista en psicología clínica y desarrollo infantil que también respaldó la construcción de este artículo, explica que la terapia puede ayudar a identificar límites y protegerse de decisiones impulsivas en medio de estas fechas, especialmente cuando reaparecen duelos que se creían cerrados: “Al no tener claro el proceso interno, es posible que vuelvas a acceder a espacios tóxicos, a relaciones tóxicas. Tomas una decisión mediada por el ambiente y no por un deseo genuino. Es como: ‘No importa lo que pasó, yo quiero otra vez estar acá’. Y termina sucediendo cuando pasan estas fechas: te vuelves a encontrar con los mismos patrones que te hacen recordar por qué no estabas ahí, ¿no?”.
“Es que, realmente, quien tiene que dar el paso de perdonar soy yo. Y perdonar no es volverme mejor amigo de esa otra persona, ni amarla incondicionalmente, ni mejorar el vínculo. No tiene que ser así. Simplemente es poder alinear mi carga”, dice Ramírez.
La metáfora del avión
“Si estamos a bordo de un avión y este pierde presurización, cuando bajan las caretas de oxígeno tienes que primero ponértela a ti; nunca dicen que se la tienes que poner al adulto de la tercera edad, al bebé o a tu hijo”, continúa explicando la doctora Ramírez.
Porque poco nos han enseñado a ser autocompasivos. Porque tendemos a ser más que duros con nosotros mismos, no solo en espacios terapéuticos, sino en la cotidianidad: al equivocarnos, al recaer, al perder el control en cosas sobre las que, probablemente, jamás lo hemos tenido. La crítica interna es inmediata, severa y agresiva.
“Nos han enseñado desde pequeños a ser asertivos con los demás, empáticos, a respetar turnos y opiniones. Incluso a perdonar a los demás, pero”, ¿qué pasa con nosotros? ¿Quién habla de eso?“, comenta.
La autocompasión implica reconocer que también podemos equivocarnos, cometer errores. “Y cuando yo logro entender que ese otro se equivocó y logro aceptar esa realidad, puedo empezar a trabajar en ese duelo”, asegura su colega Barreto. De lo contrario, simplemente actuamos por imposibilidad, inestabilidad e impulsividad. Y sí: puede ser eso lo que realmente ocurra en estas fechas.
Sobre aquel perdón genuino...
Por eso la terapia permite identificar límites y centrarnos la toma de decisiones conscientes. Es una creencia errónea que se pierde parte del proceso o que pasamos a tener el rótulo de “débil” si decidimos perdonar (o si somos nosotros quienes ofrecen esa disculpa).
“Así como cuando vas al médico y él te da el pronóstico de lo que puede pasar si sigues comiendo mucho dulce, nosotros acompañamos para mostrar qué consecuencias podría tener seguir ese camino. Hay mucha validación en consulta, y también es necesaria la confrontación, porque necesito que alguien confronte decisiones que, de pronto, se están tomando desde la impulsividad”, dice Barreto a propósito de quienes deciden llevar sus duelos al ámbito psicológico.
Las fiestas despiertan en nosotros emociones, nos remueven recuerdos e impulsan a recuperar vínculos que se desgastaron. Pero, al final, somos nosotros quienes pueden definir lo que cuesta (o no) ese perdón. Hay quienes no contemplan esa posibilidad, y eso también es más que válido. Ningún comportamiento que cuide la salud mental y que nos permita movernos entre la nostalgia es condenable.
Y de esa historia del principio... No sé cuántas navidades me tomó -y me seguirá tomando- llegar a ese perdón interiorizado con el tiempo. Y sé que, por ahora, seguirán llegando más cajas, más abrazos cada vez menos rústicos o que duran poco, y más navidades que permitan desenredar ese nudo que ni yo misma sabía que llevaba.
Así, hasta que, finalmente, cuando pase diciembre, sigan siendo los abrazos de mi papá el regalo que más me importe conservar.