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En una sociedad en la que el ritmo acelerado de la vida, las exigencias laborales, la incertidumbre económica y la presión social están a la orden del día, la salud mental se ha convertido en un tema prioritario. Sin embargo, un aspecto que aún se encuentra en las sombras es cómo estas condiciones afectan la vida sexual.
El estrés, la ansiedad y la depresión no solo deterioran el estado emocional de una persona, también impactan directamente sobre su deseo sexual, una dimensión fundamental del bienestar humano.
“El deseo sexual no está aislado del resto de la salud mental, ni es un lujo del que se pueda prescindir sin consecuencias. Cuando una persona enfrenta episodios de ansiedad o atraviesa una depresión, su cerebro está en modo de supervivencia. No piensa en placer, ni en intimidad. Su energía está centrada en mantenerse a flote emocionalmente”, explica Mauricio Laverde, psiquiatra y sexólogo clínico de Boston Medical Colombia.
Según Laverde, la salud sexual debe entenderse como parte integral de la salud general, y no como una dimensión separada. “Muchas veces, cuando una persona acude a consulta por falta de deseo, la raíz del problema no es hormonal ni física. Es emocional. El deseo está profundamente ligado al estado anímico, a la capacidad de imaginar, de entregarse, de disfrutar. Si estás ansioso o deprimido, esas funciones se ven bloqueadas”.
El rol del estrés en la disminución del deseo
Uno de los factores más comunes que afecta la sexualidad es el estrés. Aunque en pequeñas dosis puede actuar como un estimulante, el estrés crónico tiene efectos adversos sobre la libido.
“El estrés eleva los niveles de cortisol, una hormona que, cuando está permanentemente alta, reduce los niveles de testosterona, tanto en hombres como en mujeres. Y la testosterona, aunque muchas veces se asocia solo con lo masculino, es esencial para el deseo sexual en todos los géneros. Además, el estrés constante altera el sueño, el apetito y el estado de ánimo, lo que crea un cóctel perfecto para apagar cualquier chispa sexual”, señala Laverde, quien cuenta con más de 20 años de experiencia en terapia sexual y salud mental.
Más allá de los cambios hormonales, el estrés afecta también la conexión emocional con la pareja. “Cuando llegas a casa cargado de preocupaciones, con la mente en el trabajo o en los problemas financieros, es difícil conectar con el otro en un plano íntimo. El sexo requiere presencia, atención, y cierta disposición al juego. Y el estrés no deja espacio para nada de eso”.
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Un estudio publicado en la revista Journal of Affective Disorders en 2021 y realizado por investigadores de la Universidad de Columbia Británica, evaluó la relación entre síntomas depresivos y el deseo sexual en más de 3.000 adultos entre 18 y 65 años. Los resultados mostraron que las personas con síntomas de depresión moderada a severa tenían hasta un 70 % menos de probabilidad de reportar deseo sexual en comparación con aquellas sin síntomas depresivos.
Además, el estudio encontró que esta disminución del deseo no dependía del sexo, la orientación sexual o el estado civil. “La relación entre depresión y deseo sexual es robusta y consistente en todos los grupos demográficos”, concluyeron los investigadores. “Lo que indica que estamos frente a una respuesta psicobiológica y no simplemente a una cuestión cultural o circunstancial”.
Este estudio también subrayó la importancia de incluir preguntas sobre la vida sexual en las evaluaciones de salud mental. “El deseo sexual puede ser un indicador temprano de malestar emocional. Si alguien que antes tenía una vida sexual activa comienza a perder el interés de forma repentina y sin causa aparente, debemos investigar qué está pasando en su mundo interno”
Ansiedad: el enemigo invisible del deseo
La ansiedad también tiene un impacto profundo en la vida sexual.
“La ansiedad produce una hiperactivación del sistema nervioso. Es como tener una alarma encendida todo el tiempo. Esto impide que el cuerpo entre en un estado de relajación, necesario para el deseo y la excitación. El cuerpo está en alerta, no en disfrute. Y además, la ansiedad genera pensamientos catastróficos, miedos irracionales, inseguridades. Es común que las personas con ansiedad tengan miedo de no rendir, de no gustar, de ser juzgadas. Todo esto interfiere en la espontaneidad sexual”, comenta Laverde.
En algunos casos, la ansiedad puede derivar en disfunciones sexuales como la anorgasmia, la disfunción eréctil o la eyaculación precoz.
Pero Laverde insiste en que no se trata de “fallas” en el cuerpo, sino de respuestas emocionales. “Muchas personas se frustran al ver que no pueden disfrutar del sexo como antes. Pero no es un problema físico. Es el reflejo de lo que están viviendo emocionalmente. Lo que necesitamos no es una pastilla, sino abordar la causa subyacente”.
Depresión: la sombra que apaga el deseo
La depresión, por su parte, puede tener efectos devastadores sobre la sexualidad. La pérdida de interés, la fatiga, la falta de autoestima y la sensación de vacío que caracterizan esta enfermedad afectan directamente la motivación sexual.
“En un estado depresivo, lo último que suele apetecer es tener relaciones sexuales. El deseo necesita energía, fantasía, una cierta chispa interior. Y la depresión lo que hace es apagar todo eso. Es como si el alma estuviera apagada”, indica Laverde.
Un aspecto particularmente complejo es que muchas veces los tratamientos farmacológicos para la depresión también afectan el deseo sexual. “Los antidepresivos, especialmente los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS), pueden disminuir la libido, dificultar la excitación y retrasar el orgasmo”. Por eso, es importante que los profesionales de salud mental informen a sus pacientes sobre estos efectos y busquen estrategias para manejarlos”, explica.
No obstante, el doctor Laverde aclara que esto no significa que las personas deban abandonar su medicación. “La prioridad siempre debe ser estabilizar el estado de ánimo. Pero hay alternativas: cambiar la dosis, ajustar el medicamento, complementar con psicoterapia. Lo que no se puede hacer es ignorar el impacto de la salud mental en la vida sexual. Porque es una parte esencial del bienestar, no un capricho”.
Ante este panorama, Laverde hace un llamado a dejar de ver la sexualidad como un deber o un rendimiento. “No somos máquinas sexuales. Somos seres humanos complejos, y nuestra sexualidad responde a múltiples factores. Si una persona no siente deseo, no es porque algo esté ‘mal’ con ella. Es porque su mente y su cuerpo están diciendo algo. Hay que escucharlos”.
También enfatiza sobre la importancia del diálogo en pareja. “Muchos conflictos de pareja surgen por diferencias en el deseo, pero no se hablan con franqueza. En vez de juzgar, lo ideal es abrir conversaciones honestas, sin culpas ni reproches. Entender que el deseo fluctúa, y que eso es normal”.
Por último, subraya que buscar ayuda no es señal de debilidad. “La terapia sexual o psicológica puede ayudar a recuperar el deseo, no como una obligación, sino como una posibilidad de volver a conectar con uno mismo y con el otro. Porque al final, el deseo es vida”.
