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Cuando asesinaron a Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, el librero Jorge Enrique Gaitán, quien, además del nombre compartía un gran parecido físico con el caudillo, se atrincheró junto a sus hijos en su negocio, ubicado en la carrera séptima. Bogotá ardía y ellos estaban dispuestos a defender su patrimonio, machete en mano y hasta la muerte de ser necesario. Mientras los hombres permanecían encerrados a oscuras, Cecilia, otra hija del librero, atravesaba las derruidas calles del centro, entre cadáveres, con la comida para sus familiares en una olla, que la policía esculcaba en busca de armas.
Durante cinco días, los Gaitán, los libreros, soportaron el asedio de la muchedumbre furiosa por el asesinato de Gaitán, el líder. Y lograron el milagro: las llamas que destruyeron buena parte del centro no quemaron ni una hoja de los estantes de la librería Mundial. El Bogotazo no acabó con su negocio, pero la crisis que atraviesa el gremio por la aparición del libro digital y el cambio de las dinámicas del mercado, sí lo están consiguiendo.
Desde hace varios días, Clara Gaitán, la nieta, está haciendo inventario y apilando libros para que las editoriales pasen a recogerlos. La librería más antigua, que a punta de anécdotas está incrustada con firmeza en la historia del siglo XX en la ciudad, va a cerrar. En medio de las memorias, recuerda Clara, el Bogotazo no fue el único episodio que unió al librero y al caudillo.
Fueron abundantes las veces que, despistados por el nombre y el parecido físico, los empleados del correo entregaban cartas trocadas. Antes de ese 9 de abril, para Jorge Eliécer Gaitán y Jorge Enrique Gaitán era casi una costumbre encontrarse para devolverse la correspondencia.
La historia
Cuando Jorge Enrique Gaitán era un niño, se metía a una librería a leer cómics y cuentos. Para él, los libros eran un juego serio, tanto, que tenía un mapa en su cabeza de la distribución de éstos por los estantes. Por eso, cuando un cliente llegó a ese local, y fue despachado por un empleado con el argumento de que lo que buscaba no estaba entre esos anaqueles, el muchacho se atrevió a interrumpir el diálogo de adultos para contradecirlo. Señaló el lugar exacto donde estaba escondido el libro solicitado.
Los sorprendidos dueños de la librería le ofrecieron trabajo. Así, a los 14 años, Jorge Enrique Gaitán se hizo librero. Cuando ya conocía a fondo los secretos del oficio, abrió su propio lugar. En 1930 fundó la librería Mundial. Gaitán se volvió pionero en el gremio: importó muchos sellos editoriales que no habían llegado al país; cofundó la Cámara Colombiana del Libro y, dicen, fue el primero en exhibir La Hojarasca, la primera novela de García Márquez, publicada en 1955, un fracaso comercial en ese entonces.
Cuando Gaitán se retiró, su hija Cecilia se ocupó de la librería. El 6 de noviembre de 1985, la mujer, que ya había vivido la violencia del Bogotazo, vio que la gente corría alborotada y los militares desfilaban frente a la librería. Por la radio se enteró de que a unas cuadras, el M-19 acababa de tomarse el Palacio de Justicia. En medio de la algarabía, una empleada se desmayó del susto después de que un ladrillo quebrara los ventanales.
Cuando estaban bajando la reja para refugiarse, recuerda Clara, quien acompañaba a su madre en ese momento, una muchacha se asomó entre la única rendija que quedaba por cerrar, y con una calma ajena al momento, preguntó por El puente hacia el Infinito, de Richard Bach. Clara recuerda que la ingenuidad de la muchacha en medio del holocausto la llenó de paz. “Sí, linda, lo tenemos, pero ahora no te podemos atender”, le contestó.
Así como la librería Mundial vivió cada acontecimiento que tocaba a Bogotá, también sufrió cuando a comienzos del nuevo milenio la crisis del libro impreso aterrizó en el país. Tuvieron que desalojar su local en el norte de la ciudad, que fue ocupado por una licorera, y centrarse en su sede en la carrera 8ª con calle 21, a donde se habían mudado cuando el arriendo del local de la 7ª se hizo impagable.
Hace cuatro meses, la familia resolvió vender el edificio de ocho pisos que le dejó el abuelo Gaitán. Clara no tiene cómo sostener el local, que ocupa los dos primeros niveles de la construcción. Aun así, mientras retira los libros de los estantes para ponerlos en cajas, mantiene la esperanza de que alguien le brinde el apoyo para seguir adelante con la histórica librería.
Por ahora, todos los ventanales del edificio están cubiertos de calcomanías con el anuncio “Se vende”. Todos menos los del primer piso. Allí, Clara tiene pegados varios mapas que suele mostrarles a los niños que van a la librería. En uno del centro de Bogotá les señala la ubicación exacta de la librería. Los mapas van aumentando de escala. Siguen el de Bogotá, el de Colombia… hasta que les muestra el brazo de Orión, donde está ubicado nuestro sistema solar, para luego perderlos en la inmensidad de la Vía Láctea y entre los cúmulos de galaxias.
Así los convence de que apenas están ocupando un pequeño espacio en el universo. Un espacio que, con toda su historia a cuestas, está a punto de desaparecer.