Así fue desde que cumplió 3 años hasta que llegó a los 7 y un primo le contó la gran verdad. A nadie le comentó nada. La humillación era mayor que el deseo por compartir su indignación. Quería saber si a los demás, a sus compañeros de escuela, por ejemplo, les sucedía algo similar. Sin embargo, soberbia, prefería cantar “que nadie sepa mi sufrir”. Diez años más tarde revelaría su secreto, entre risas y bromas, y escucharía a otras niñas de su edad contar sus iras y rabietas contra Dios o los Reyes pues jamás les llevaban lo que pedían en sus cartas, hubieran sido juiciosos, buenos, malos, regulares o pérfidos.
Fue por esos tiempos que decidió no entrar nunca más en un McDonalds ni tomar Coca-Cola. Sólo veía películas europeas, partidos de tenis y leía. Se clavaba cuchilladas con las biografías de María Antonieta y Sissi La Emperatriz, todas disímiles, contradictorias pero apasionantes, unas más humanas, trágicas; otras, idílicas. Un día la invitaron a Viena y casi que con alfombra roja la depositaron ante el Palacio de Sissi, Elizabeth de Bavaria, pero ella no quiso traspasar el portón. Se sentó en un banco a releer la historia de su asesinato a manos de un anarquista italiano, Luis Lucheni. Hacía muchos años ya que prefería las muertes al engaño.
Anarquista
Tal vez todo fue una venganza contra los Reyes Magos, porque ella les dejaba tres vasos con leche y galletas inglesas en la sala cada cinco de enero sobre la medianoche, pero al día siguiente, y al otro, sus dádivas amanecían intactas.
Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación