A Víctor Salinas, de 73 años, quien vive en el tercer piso de una casa del barrio Santa Isabel (av. 8 sur, entre la NQS y carrera 27), el paisaje le cambió, literalmente, de la noche a la mañana. Mientras dormía, en la madrugada del 17 de febrero, los constructores del metro terminaron la instalación de un nuevo vano del viaducto, que ahora pasa a 13 metros de su ventana. Así como a él, tras dos años de ruido y obras, en otros sectores el cambio también se siente, pero en el bolsillo, como lo denuncian los comerciantes de muebles del barrio El Remanso (Puente Aranda) y otras zonas de la capital del país que dicen estar al borde de la quiebra.
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Perspectivas
La cuadra de Salinas se hizo popular esta semana por una fotografía que circuló en redes sociales, cuya perspectiva hace ver como si el viaducto pasara por encima de una casa esquinera, que está en venta. La imagen sirvió de pretexto para nutrir de nuevo las críticas al metro elevado, debate en el que se volvieron a trenzar el presidente Gustavo Petro y el alcalde Carlos Fernando Galán. La discusión divide a quienes defienden el proyecto en marcha y quienes apoyan la nostálgica idea del metro subterráneo (al menos por la avenida Caracas).
En marzo de 2024 se inició la cimentación del viaducto y del edificio de la estación 9 para la Línea 1 (estación SENA de Transmilenio), específicamente, en la av. NQS, entre la av. Primero de Mayo y la calle 8 sur, donde se ejecuta el hincado de pilotes prefabricados para el viaducto, que tendrá 10 metros de ancho y 15 metros de alto. Hoy, el viaducto va en 32 % de avance, frente al 49 % de avance general. Ya hay 2.278 metros del corredor por donde irán los trenes.
“Ya no hay nada que hacer, sino pedir que acaben rápido”, dice Salinas desde el balcón de su casa, sin esconder un sentimiento de resignación, pero también de asombro por lo que pasa afuera de su ventana. Allí, cuando los trenes entrén en operación, los que viajen rumbo al oriente, desde la Primero de Mayo, tendrán que hacer una serie de leves giros para tomar la calle 8 sur, luego pasar por la cuadra de muebles de El Remanso, para virar a la calle 1 sur, que permitirá tomar la avenida Caracas al norte. Allí los trabajos son intensos: hay dos vigas lanzadoras, que empezaron a fijar el viaducto y reconfigurar la dinámica urbana de la zona.
En un recorrido por el sector se puede observar que hay un espacio de casi 12 metros entre las casas de Santa Isabel, que no se observa desde la perspectiva de la foto que se hizo viral. Las distancias ya estaban proyectadas en los diseños, que dibujó un espacio de dos carriles, de 3,6 metros cada uno, y un andén de cinco metros, entre las casas y el viaducto. Es decir, no pasa por encima de ninguna casa, pero no deja de despertar dudas en la comunidad sobre el futuro, pues, tras dos años de obras, están exhaustos por el ruido, que no saben cómo será cuando pasen los trenes.
En el área de Santa Isabel y El Remanso, por donde pasa la obra, viven 113.000 personas, distribuidas en 39.500 hogares, con un promedio de 133 personas por manzana. En su mayoría son adultos mayores y familias de comerciantes. “Agradezco que, en mi caso, la obra solo ha significado el fin de un sueño apacible en las noches, por el ruido de las máquinas”, dice Víctor con ironía, quien duda si podrá arrendar un apartamento que está remodelando, pues varios vecinos de su cuadra han reportado fallas estructurales en sus casas por la vibración de las máquinas.
Golpe al comercio
Muy cerca de Víctor, en el vecindario de El Remanso, donde hay otra viga lanzadora, el viaducto luce unos metros más cerca de las casas. La zona aglutina a 400 comercios de muebles, entre ellos el de Lucía Herrera lleva allí 17 años. Sus ventas bajaron 80 %. Para las misceláneas locales, la reducción ha sido del 50 %, a pesar de que los trabajadores de las obras mantienen activos pequeños puestos de tinto, arepas y demás elementos que se comercian por estas calles.
“Teníamos un promedio de ventas de $90 millones al mes y bajó a $8 millones. Ya no pasa ningún carro y estamos ocultos”, explica. El problema no es solo para ella, sino que “afecta a todos, porque esto es una cadena que incluye a ebanistas y tapiceros, entre otros”, cuenta Lucía, mientras saca algunos muebles, de los que espera vender así sea uno.
José Benjamín Alfonso, dueño de Muebles Toscán desde hace 10 años, reporta que las ventas cayeron del 70 % al 80 %. Destaca la reducción de personal en las tiendas: “A la mayoría de comerciantes nos ha tocado quedarnos con los hijos, la familia, solo el dueño y un empleado”. Su preocupación se concentra en que le suban el arriendo al precio de antes de que se sintiera el bajón en las ventas. “Algunos pagan arriendos de $10 millones. Ese costo nadie lo perdona. No hay que ser desagradecido, pues algunos clientes han vuelto”.
Frente a una excavadora, barriendo el polvo de los trabajos de la mañana, Juana Gómez, madre cabeza de hogar, con dos hijos, cuenta que llegó hace cinco años al barrio; tiene un almacén y una fábrica de muebles, del cual dependen cinco personas. Ella ratifica que las ventas han caído tanto, que tendrá que cerrar la fábrica. “La estructura se ha deteriorado y se cayó una parte del techo. Nos hicieron quitar un compresor y definitivamente nos toca irnos de la fábrica”. Reconoce que ha habido acercamientos con la Empresa Metro, pero más allá del diálogo quedaron a la deriva, como ha sucedido en otras zonas como la Caracas con 26 y esta semana en la calle 72. “Han venido grupos a dialogar y socializar, pero los procesos no tienen continuidad. Cuando vas a contactarlos de nuevo, sucede que ya no están a cargo”, dijo Gómez.
La mayoría aclara que no está en desacuerdo con la obra, incluso a quienes no les gusta el elevado están optimistas con los avances y expectantes por el futuro, a pesar de que no confían en las promesas de lo que más apremia: el presente. “Ya no nos podemos quedar acá, nos toca buscar a dónde irnos. No estamos pidiendo que paren, porque es importante para la ciudad, ni pedimos que nos indemnicen, pero sí hacemos un llamado para que se concienticen de nuestra situación”, dice Juana Gómez.
Todas las personas entrevistadas de la zona comercial de mueblería manifestaron en que la última semana ha llegado a sus puertas personal de entidades bancarias a ofrecer préstamos para sortear la crisis. “Nos quieren endeudar, además. Esa es la ayuda que ofrecen”. Pero ellos no son los únicos afectados: los comerciantes de la calle 72 (donde avanza el intercambiador vial) afirman que son más de 100 los locales comerciales que han tenido que cerrar, sin recibir ayuda de las entidades del Distrito. A ellos se suman los vendedores informales, que tenían quioscos dispuestos por el IPES en la zona y fueron desalojados.
El Espectador quiso conocer las acciones que adelanta la Empresa Metro de Bogotá, como compromiso con las personas de estas zonas, pero, tras una semana de espera, no se obtuvo respuesta. La promesa es que las obras no pasen de cinco años y la zona se valorice más adelante, a la par con una mejora de la movilidad en los vecindarios hoy impactados. “Más que promesas queremos conciencia”, concluye la comunidad.
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