La última imagen que Tatiana Ruiz tiene de su esposo con vida es un video, aun en internet, en el cual se le ve hablando con sus compañeros de rodada. Llevaba sus elementos de protección y hablaba con sus compañeros. Luego supo lo que les decía: que debían transitar con cuidado porque en sus casas había seres queridos, esperándolos. Minutos después, producto de un siniestro vial, el esposo de Tatiana perdió la vida.
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Contrario al imaginario social, las víctimas de siniestros viales no son solo las personas directamente implicadas. Sus familiares, quienes deben cuidar a los lesionados o llevar el duelo de los fallecidos, son actores desatendidos. Desde aquella fatídica jornada, Tatiana participa en foros de movilidad y campañas de prevención, a los cuales siempre lleva el mensaje “la velocidad no deja nada bueno”, compartiendo su experiencia como el más mortífero de los efectos de la velocidad.
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Al igual que su esposo, desde 2020, en Bogotá 500 personas fallecen al año en siniestros viales. Aunque parezca repetitiva, un tanto inhumana y desconectada de lo que sucede en las vías, es para muchos la mejor forma para referirse a estas experiencias sobre el asfalto. La expresión “accidente de tránsito” es errónea, coinciden Tatiana y los expertos en la materia. La diferencia es sencilla: en un accidente confluyen una serie de circunstancias fortuitas que son producto del azar y difícilmente son evitables. En cambio, para el caso de los siniestros, todos los escenarios de fatalidad son producto de una imprudencia o error humano que puede ser evitado. El exceso de velocidad es el factor que deriva en siniestros en la mayoría de los casos —casi el 70 %—. Así lo explicó Andrés Vecino, investigador de la Universidad Johns Hopkins, aliado de la Iniciativa Bloomberg para la Seguridad Vial Mundial (BIGRS) durante la reciente exposición de cifras y estudios sobre el exceso de velocidad y la siniestralidad vial en Bogotá.
El experto dice que la velocidad sigue siendo un aspecto crítico, entre otras imprudencias que persisten, como no usar el casco ni el cinturón de seguridad y conducir bajo el efecto de bebidas embriagantes. No obstante, aunque todavía queda un largo trecho para mejorar, las cifras del estudio presentadas por el experto y la Secretaría de Movilidad demuestran que la capital colombiana ha corregido la tendencia en cuanto a la velocidad promedio de conducción.
Cada vez más los actores viales, en especial las motos, se ciñen al límite de 30 a 50 kilómetros por hora. Sin embargo, la tendencia no se ha traducido, al menos no de momento, en una reducción significativa de los casos, ya que el número de actores que se acogen a los límites continúa siendo bajo. De manera tal que, como parte de la estrategia para abordar la problemática formulada por la administración distrital, se propone un enfoque multisectorial para traducir ese cambio de comportamiento en una oportunidad de salvar vidas.
Radiografía de la velocidad
Al momento de un siniestro vial, el choque de los cuerpos involucrados eleva la energía. Esa energía, que se libera por medio de ondas invisibles, impacta de manera violenta contra la humanidad de los siniestrados y arrasa con todo a su paso: huesos, articulaciones, tejidos, etc. Los peatones, ciclistas y motociclistas son los más vulnerables en un suceso como este, ya que reciben la descarga de energía directamente, pues carecen de carrocería.
En esa circunstancia de exposición a la intemperie y de las leyes de la física, solo hay dos formas de atenuar el impacto. La primera es poseer un buen equipo de protección: casco, chaleco, coderas y rodilleras. Pero, ante todo, el conducir a una velocidad inferior a los 50 kilómetros marca la diferencia. De acuerdo con Vecino y las cifras obtenidas a través de la evidencia científica, la probabilidad de perder la vida a causa de un siniestro es menor al 30 % si se conduce en el rango de 30 a 50 kilómetros por hora. A una velocidad de 60 km/h, la probabilidad aumenta al 50 %, y luego, cuanto el velocímetro marca los 70 km/h, el actor vial tiene una posibilidad de terminar en el cementerio superior al 80 %.
La contundencia de estos datos debe ser suficiente para generar conciencia entre los actores viales. Sin embargo, pese a leves retazos de buen comportamiento en el asfalto, aún persiste la cultura de insensibilidad. Incluso, algunos concejales han llegado a solicitar el incremento de los topes de velocidad en algunos carriles y en clubes de motociclistas hay una especie de fascinación inexplicable por llevar al límite el acelerador. Tatiana Ruiz, hoy víctima de siniestro, dice que los compañeros de rodada de su esposo decidieron ir más despacio después del deceso, “pero esto solo les duró unas semanas, al poco tiempo ya estaban de nuevo acelerando y arriesgando sus vidas”, explica. Esto también se ve, de acuerdo con moteros de estos clubes contactados por El Espectador, por una cultura machista intrínseca en los colectivos. “Se tiene la creencia de que quien va más despacio es el ‘buñuelo’ [persona con poca pericia para manejar], el más afeminado, el más aburrido. La presión social los hace conducir más rápido, participar en piques o caravanas de la muerte, en los que intentan probar una hombría absurda”, le dijo a este diario una motera que pidió omitir su nombre.
No obstante, en medio de la intransigencia, parece haber una luz de esperanza. De acuerdo con las cifras del estudio que presentó el investigador Vecino, hay una tendencia hacia la reducción de la velocidad durante el último año y medio. Desde febrero de 2024, cuando se presentó el pico más alto de la última década (con un 42 % de los actores excediendo el límite de 50 km/h), la ciudad ha logrado una disminución del 10 %, llegando al 30 % de actores infractores en marzo de 2025. De hecho, la Secretaría de Movilidad informó que en los primeros tres meses de este año se reportó una reducción del 60 % en la velocidad de corredores con alta siniestralidad, como la av. Guayacanes y la av. Boyacá.
La estrategia
Ahora que se está en la cresta de la ola respecto al comportamiento de los actores viales, hay una oportunidad única para revertir la tendencia de siniestralidad vial. Por ende, la Secretaria de Movilidad propone una estrategia de ocho ejes que se resumen en el control de la velocidad, la mejora de la infraestructura vial, el fomento de vehículos más seguros (con sistemas de freno ABS) y la obtención de evidencia para mejorar la aplicación de la estrategia sobre la marcha. Frente a esto, un componente clave es la fiscalización de la movilidad; esto es, la forma en la cual el Distrito se asegura de que en las vías de la ciudad se respete el rango de 30 a 50 km/h. Segundo López, jefe de seguridad vial, le comenta a El Espectador la forma en la cual el Distrito está ejerciendo el control. “En primer lugar, tenemos mejoras en la infraestructura. Estamos instalando reductores de velocidad y resaltos parabólicos en avenidas arteriales, algo que antes no se había hecho. Los instalamos en zonas claves en donde la evidencia nos dice que hay más siniestralidad y, al mismo tiempo, no se afecte el flujo de vehículos y hagamos trancón. En segundo lugar, tenemos el fortalecimiento del control con las cámaras de velocidad y los agentes en la calle. Por supuesto que necesitamos más cámaras y agentes, pero es un esfuerzo que haremos progresivamente en los próximos años. Finalmente, tenemos el eje transversal de pedagogía. No podemos esperar que un actor vial cumpla lo dictaminado en una señal por el mero hecho de verla. Por eso adelantamos charlas con motociclistas, campañas pedagógicas y en medios de comunicación, para transmitir el mensaje de corresponsabilidad en la reducción de los siniestros”, explicó el funcionario.
En 2024, 565 personas fallecieron tras un siniestro vial en Bogotá, 21 más que en 2023 y 29 más que en 2022. La tendencia de los primeros meses del año parece favorecer la meta de romper con el promedio de los últimos cinco años, pero no es hora de bajar la guardia. Ganarle la batalla este enemigo silencioso que ronda en el asfalto y los pabellones de heridos es un asunto de corresponsabilidad. El mensaje: es mejor llegar unos pocos minutos tarde que no hacerlo nunca.
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