En sus 487 años de historia, la capital ha ido configurando, demoliendo y rehaciendo la síntesis heterogénea de lo que es ser “bogotano”. La capital tiene muchos símbolos con los que se identifican sus habitantes y también comparte las frustraciones propias de una gran ciudad que lo quiere ser todo. Pero el alma de la ciudad yace en cada uno de los casi ocho millones de habitantes que le dan vida y color al caos. En este viaje exploraremos la esencia de vivir -o sobrevivir- en Bogotá, adentrándonos, con paraguas, a esa “bogotaneidad”, si es que existe una.
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Bacatá
“En Bogotá convivimos tres grupos: los conquistados, que por alguna razón estábamos en Bogotá hace mucho tiempo; los conquistadores que son los bogotanos de hoy, y los criollos, que son los hijos y nietos de todos los que nos rodean. Esos somos los bogotanos hoy”, dice Jaime Ortíz Mariño, de 78 años, cofundador de la ciclovía.
Son 487 años, pero antes del 6 de agosto, que marcó el cumpleaños de la ciudad, ya vivían más de medio millón de personas, entre chibchas, muiscas en la Sabana, y panches, muzos, pijaos, yariguíes, del altiplano cundiboyacense. La primera fundación (de tres) que tuvo Bogotá, no obstante, fue un abril de 1537, cuando Gonzalo Jiménez de Quesada, en su exploración de conquista, “se asentó en el caserío Bacatá del Zipa, que después fue incendiado”, dice Eduardo Caballero en su Historia de Colombia y las Oligarquías.
Esto da cuenta de otro símbolo histórico de la capital colombiana: la constante transformación y la confrontación de las raíces históricas. Aunque el legado indígena arrasado, pareciera reducirse a un edificio gigante en el centro, con el nombre original de la ciudad, el Bacatá, y en la chicha del Chorro de Quevedo, permanece algo de la esencia que el español borró y reformó, en el lenguaje, la artesanía y la gastronomía del territorio ancestral.
Estiwar G, un referente de la actual y enigmática bogotaneidad apunta: “todas las palabras que tengan che son ‘melas’. Tengo entendido que muchas la usaban aquí los chibchas y tienen una fuerza y una gracia propia de Bogotá. Yo soy del Caribe, llegué a los ocho años y siempre he creído que Bogotá es un prisma de culturas y una jungla urbana, que contiene en sí la vida de la montaña y de la naturaleza, donde los ‘ñeritos’ y ‘ñeritas’ se conjugan. Es una mezcla de varias carnes, de varias texturas, pero que termina siendo un bocado apetecible”
“Cucha”, “cuchuco”, “Suba”, “guaricha”, “chuzo”, “güeba”, “tote”, entre muchos otros, son de origen muisca y chibcha. Son incluso las palabras favoritas de los nuevos “ñeros” de Bogotá, como este influencer de gastronomía. De hecho, “cachaco”, se cree que pudo provenir de la lengua quechua.
Cachaco
De la tradición indígena a la mezcla española, resultó en una tipología de ciudadano que pronto se convertiría en sello de la ciudad. Un ciudadano o ciudadana que aspiraba a la grandeza del reino de Europa, pero carecía de alcantarillado y renegaba de su pasado indígena. Y es que a través del lenguaje fue como, de manera peyorativa, se ha ido (y hoy día permanece) definiendo el perfil del ciudadano de Bogotá. Tanto criollo como cachaco se usaban para identificar y diferenciar a unos de otros
“La carga peyorativa de estos vocablos indicaba un uso social marcado por las jerarquías étnicas y urbanas”, dice el historiador Miguel Ángel Pardo Cruz. “Cachaco significó primeramente desaliñado en el vestido y todavía en casa nos decían, cuando teníamos traza de estudiante descuidado, ‘estás muy cachaco’”. Más tarde, el término “vino a significar joven elegante y garboso (bien puesto)”, dijo Rufino José Cuervo.
En medio de esa ruptura y división social que todavía permanece, la capital fue ganando una reputación relacionada al frío que baja del cerro, el aura grisácea de las calles y la pasividad de sus habitantes. El poeta y novelista Gonzalo Mallarino Flórez despunta este comentario: “esa Bogotá es de la que hablaba ‘el pobre’ García Márquez, allá en esa pensión, en el centro, cuando mi papá (Gonzalo Mallarino Botero) iba y lo recogía; lo llevaba a la casa de los Mallarino a tomar chocolate con almohábanas, y el tipo lloraba del frío y de la tristeza que era Bogotá”.
“La infancia mía fue en Cali”, añade el poeta, “y, sin embargo, soy totalmente bogotano. Yo cierro los ojos y siento la neblina y el olor del pasto. En Bogotá ando mucho más solo ahora, que hace 50 años”. Por su parte, Ortiz Mariño señala: “Bogotá era un pueblo jartísimo, pero jartísimo, hasta que llegaron personas de otras partes”, precisa.
Rolo
Más del 20 % de los habitantes de Bogotá provienen de otras regiones. Eso fue lo que nutrió a la ciudad en su reciente historia. El “rolo”, que puede entenderse de diferentes maneras, es el hijo de aquel o aquella que vino de otra región y “se enroló” en la ciudad, para crear una nueva especie de capitalino.
“Yo dejé de creer ya en la cosa bogotana”, agrega Mallarino, “porque eso se refiere solo a unos pocos y a una cosa muy pasada de moda y, sobre todo, muy masculina, que es inmamable y que es antipática. Lo que es bonito es que es la única ciudad del país que es todo el país. Nunca fuimos más bogotanos que ahora, que somos toda Colombia junta y mezclada”.
Hoy día, el “rolo” permanece, pero es más popular el “ñero” o el “gomelo”, otras palabras que sigues la tradición peyorativa de clasificar a los capitalinos en subgrupos y más, cuando son marginados. Jóvenes estudiantes, opinan que ser bogotano o vivir en Bogotá significa:
“Bogotá es diversidad total y más diversidad sexual”, dice Natalia. “Bogotá es el clima, es faltando dos minutos para uno salir de la Universidad o del trabajo, que empiece a llover y granizar”, apunta Samuel. “Bogotá es Transmilenio, pues es un espacio donde convergen un montón de grupos sociales”, agrega Juliana. “Bogotá es desigualdad, son trancones, es una constante obra en construcción”, dijo Camila. “Bogotá es rock, música, hay festival para todo el mundo”, dijo Jaime.
“Hay una ciudad escondida en la ciudad,/ en las tardes detenidas de los jubilados,/ en sus historias mil veces recordadas/ con cafetales y caballos bandoleros/ Hay una ciudad donde siempre es domingo lluvioso de 1940”, escribió el poeta Juan Manuel Roca.
Bogotá es una ciudad, a pesar de sí misma. Ha conseguido edificar una identidad sólida a base de una “no identidad”. Nuestro sello es la pluralidad y la ausencia que constantemente intentamos llenar con las historias y el empuje de la gente que lucha en una jungla de cemento. Queramos o no, queriéndola mucho o no, ignorándola o criticándola, es la ciudad que nos alberga y albergará a los bogotanos otros 487 años de días nublados.
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