La puerta blanca neoclásica de la Casa de Poesía Silva, 3-41 de la calle 12C, centro de Bogotá, la abre Alma Castro Chávez, mexicana de 36 años, que desde hace una década trabaja junto a un reducido equipo de cuatro personas y el actual director para preservar el legado del enigmático José Asunción Silva, considerado el poeta más grande del país y uno de los más admirados de la lengua castellana.
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Camina a través de un pasillo color durazno, tejido con las fotografías de los grandes poetas de Colombia, como preparación a las actividades que habrá en la Semana de Libros y Versos, en conmemoración de los 129 años de la muerte de Silva, la cual ocurrió en la que hoy es la oficina de Alma y en donde, se cree, un domingo como este, 24 de mayo de 1896 el escritor de De sobremesa se pegó un tiro en el pecho con un revólver Smith & Wesson.
Aunque esa es versión más conocida, a Alma, coordinadora de actividades y archivo bibliográfico de la Casa, le gusta más la que indica que a Silva lo mataron por unas patentes de unas baldosas, como se expuso en la biografía El corazón del poeta (1992), de Enrique Santos Molano. Las tales baldosas hoy están expuestas en una esquina de la casa.
Independiente de la versión que se quiera creer, resalta ella, esa es la casa donde el poeta vivió sus últimos años. En este lugar Alma se “obsesionó” con Silva: vino de vacaciones y se quedó en Colombia. La coordinadora suelta un dato sobre la casa: en la época del poeta, era entonces la casa número 13 de la calle 14, en el centro de Bogotá, en La Candelaria. Aunque hoy es la calle 12C, justo arriba de la nomenclatura 3-41, el “13” sigue pintado en rojo sobre una placa blanca, que contrasta con la fachada roja de la estructura de una sola planta.
El cuidado del legado del poeta, de la Casa de Poesía Silva y del proyecto de su primera directora, la poetisa María Mercedes Carranza, recae en el equipo con el que trabaja Alma y del segundo y actual director Pedro Alejo Gómez, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua.
Presente y pasado
“Milagro que esa casa siga en pie, en este país de demoliciones, saqueos, incendios y olvidos. Milagro que hayan dejado en pie la del poeta, la del muerto”, escribió Fernando Vallejo en su biografía Almas en pena, chapolas negras (1995). A pesar de que la actual Casa de Poesía Silva no es su casa natal ni aquella en la que escribió el grueso de su obra, fue allí donde, el 23 de mayo de 1896, Silva y otros 12 amigos se reunieron en la sala que hoy ocupa la oficina del director y leyó el poema “Don Juan de Covadonga”.
Desde el inicio, sostener la casa ha sido un reto. “Actualmente somos cuatro personas. En algún momento fuimos 15. La pandemia y la reducción de presupuestos nos golpearon duro. Hoy seguimos, pero con contratos por prestación de servicios. El apoyo estatal ha disminuido. Antes contábamos con líneas más robustas de financiación cultural. Ahora dependemos de convocatorias, alianzas y autogestión. Y eso implica inestabilidad e incertidumbre constante”.
Y es que la casa es una fundación sin ánimo de lucro desde 1988. El inmueble pertenece al Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, que se lo entregó en comodato. “Eso significa que la fundación debe hacerse cargo de su mantenimiento: tejados, pintura, restauración y demás. El comodato es por $0 y nosotros debemos buscar recursos”, explica Alma en la sala donde se realizan talleres de poesía y clubes de lectura.
El archivo de esta casa es inigualable. Hay más de 8.000 ejemplares de poesía; primeras ediciones firmadas por poetas célebres como León de Greiff, y es de las pocas bibliotecas especializadas en poesía. Hay más de 3.000 cintas en la fonoteca llamada Voces para el tiempo, con grabaciones de los poemas más destacados leídos por sus autores. Pero no siempre fue así.
Silva vivió en varias casas. Inicialmente en la entonces carrera 6 con calle 16, frente a la Plaza de San Francisco, hoy Parque Santander. Luego de la muerte de su hermana Elvira Silva (1870–1892), llegó a esta casa donde vivió hasta su muerte.
Miguel Ángel Pardo, historiador de la Universidad Javeriana, añade: “Por décadas, el inmueble vivió el deterioro que acompaña el olvido, hasta que en 1986 fue declarado Monumento Nacional y restaurado bajo criterios de conservación patrimonial”. Ese mismo año se inauguró oficialmente como Casa de Poesía Silva, también gracias al interés y la gestión del poeta y expresidente Belisario Betancur y de María Mercedes Carranza.
Cuenta Alma que la casa comenzó con 1.000 donaciones de Eduardo Carranza, padre de la primera directora, autora de El canto de las moscas (1997). La misma poeta entregó su biblioteca con libros anotados y fue ella quien, siendo corresponsal, publicó una nota denunciando que la casa sería demolida, para dar paso a un parqueadero. La casa fue inaugurada el 24 de mayo de 1986, en el cumpleaños de Carranza, que coincide con el de Silva.
“No es como en otros países, como en Cuba o en otros lados, donde se llama Casa de la Poesía. María Mercedes lo planteó como Casa de Poesía, porque es hecha de poesía. Todo está articulado, está tejido. Por eso usamos la imagen del hilo invisible: porque la poesía está en todo. Lo que sucede en el auditorio —lecturas, conferencias, presentaciones— se graba. Esa fonoteca es archivo sonoro de consulta”.
“Luego se publica en la revista Casa Silva, que se edita anualmente desde 1986. Y esa revista vuelve al archivo bibliográfico. Así, todo queda integrado. Por eso esto no es un museo ni un centro cultural tradicional: es una casa donde la poesía es el tejido que lo une todo”, dice Alma, mientras atraviesa con su figura una fotografía en blanco y negro de la poeta.
La compositora de “La patria” —poema que le gusta a la coordinadora— se suicidó el 11 de julio de 2003. “Es muy duro, muy fuerte, pero me impactó cómo logra decir tanto en tan poco”, dice sobre el poema que habla del país en el que “a menudo silban balas o es tal vez el viento que silba a través del techo desfondado”. “Ella tenía esa capacidad. Y eso también me hace seguir aquí, porque uno siente que ella dejó todo esto armado, con ese amor y esa rabia que tenía por este país”, agrega.
En su discurso de posesión, a pocos días de la muerte de Carranza, Pedro Alejo Gómez dijo: “Esta Casa tiene, hoy más que nunca, una razón: cuando las palabras se desvalorizan surgen los estados de violencia. La falta de justicia los consolida. Entonces comienza el sordo monólogo de las armas (...) Por ello siempre habrá una razón para esta Casa. Esta Casa es indispensable. No basta mantenerla y consolidarla”.
El poeta Gonzalo Mallarino destacó: “La Casa de Poesía Silva representa todo eso: custodia la memoria del poeta, su obra y preserva una tradición viva. Es una especie de pequeño paraíso en medio del tráfago del día, donde niños, jóvenes y lectores hacen contacto por primera vez con la poesía. Silva fue un poeta único, de una originalidad vasta, sensual, ambigua y hermosa. Lo admiraban figuras como Unamuno, Machado y Azorín. Eso te dice todo: estamos hablando de un gran autor, universal”.
La Semana de Libros y Versos será del 24 al 30 de mayo. La Casa de Poesía José Asunción Silva abre de nuevo sus puertas a la ciudad con una agenda diversa. Habrá talleres de lectura poética, visitas guiadas por su archivo y su historia, recitales presenciales y virtuales, y un homenaje especial al escritor Enrique Santos Molano, autor de El corazón del poeta.
“Uno empieza a leer sobre él y ve cómo trató de salir adelante, cómo insistía, a pesar de la depresión y de las pérdidas familiares. Había en él una fuerza, una insistencia de seguir. Y creo que de tanto leer eso, me quedé con esa misma insistencia dentro de esta casa. Creo que hay algo aquí que tiene que seguir, que debe permanecer”, concluye Alma.
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