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Chingaza superó el 90 % de su nivel, ¿hay que bajar la guardia?

Consultamos con expertos sobre las múltiples lecturas de los actuales niveles de agua en los embalses de la región, lo que significa para el medio ambiente, los retos que persisten y el fantasma del racionamiento. Esto dijeron.

Camilo Tovar Puentes

26 de julio de 2025 - 08:04 a. m.
A junio de 2024 el embalse de Chuza está al 35,8% de llenado.
Foto: Acueducto de Bogotá
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El sistema Chingaza, principal fuente hídrica que les da de beber a Bogotá y a la región, superó esta semana el 90 % de llenado. La última vez que se registró una cifra similar fue en noviembre de 2021, y desde entonces los dos embalses del sistema (San Rafael y Chuza) vivieron un lento pero continuo deterioro en su ciclo de llenado, debido a las sequías de los años posteriores, que derivaron el año pasado en la decisión inédita de decretar el racionamiento. Hoy, gracias a la fuerte temporada de lluvias, el escenario es diferente: en cuatro meses (desde que terminó el racionamiento) el embalse de Chuza llegó al 91,69 % de llenado y el de San Rafael al 96,27 %.

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Sin embargo, son muchas las inquietudes sobre el futuro del abastecimiento de agua en la capital. Este es el panorama.

El fantasma del racionamiento

Ante el aumento del nivel de los embalses, lo que representa un bálsamo para el suministro de agua en el corto y el mediano plazo, y una buena noticia para la fauna, la flora y los ecosistemas cercanos, la conversación ahora gira en torno a si ese incremento aleja de manera definitiva la posibilidad de que la ciudad vuelva a vivir una crisis hídrica que obligue a pensar en un nuevo racionamiento. “Que en este momento los embalses estén llenos no genera ningún parte de tranquilidad hacia el futuro. Actualmente, la oferta hídrica de Bogotá sigue estancada, pero la demanda habitacional está en crecimiento. El asunto es cómo aumentar esa oferta hídrica de la ciudad, para que no volvamos al punto de estrés hídrico que derivó en el racionamiento”, resalta Camilo Prieto, experto en energía y sostenibilidad, y profesor de la Universidad Javeriana.

Si bien las maniobras técnicas y operativas de la Empresa de Acueducto de Bogotá (EAAB), y los índices de consumo ayudan, “es importante que, como ciudad, entendamos que el llenado fue producto esencialmente de las lluvias, y es ese precisamente el foco de la preocupación: depender de la lluvia cuando las estimaciones apuntan a que en un futuro cercano el comportamiento climático va a ser absolutamente variable. Por eso, depender de esas circunstancias impredecibles, en definitiva, es un indicador de que la emergencia sigue latente”, agrega Melizza Ordóñez, directora del Departamento de Ingeniería Ambiental de la Uniagraria.

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Los expertos coinciden en que con los 260 millones de m3 de agua con los que ahora cuenta Chingaza, es un hecho que, al menos en el corto plazo, no volverá el racionamiento. Por ello, “el verdadero blindaje frente al racionamiento en el futuro está en la capacidad institucional de gestionar la incertidumbre climática, reducir la vulnerabilidad del sistema y construir resiliencia social y ecológica”, comentó María del Pilar García, experta en derecho de aguas y profesora de la U. Externado.

Chingaza II

Se estima que en los próximos meses y años, con estudios de prefactibilidad y un buen apoyo técnico, la administración debería tomar una decisión informada sobre si es necesario contemplar con seriedad la idea de construir un nuevo embalse y bajo qué condiciones. Sin embargo, hacerlo podría traer más líos que beneficios. “No es la mejor alternativa. El impacto ambiental está ampliamente documentado y generaría, entre otros factores, una desviación de afluentes en la cordillera Oriental y el pie de monte llanero, lo que pondría en riesgo el suministro en las regiones aledañas”, señala Prieto. En ese sentido, la pregunta es, si se construye otro embalse, ¿habrá agua suficiente para que funcione?

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“Esa no puede ser la única opción estructural ni sostenible que deberíamos estar pensando. Incluso, puede generar más problemas si no se acompaña con una planificación territorial que garantice el llenado, de una restauración ecosistémica y de los cambios en el consumo, porque puede que les estemos diezmando el agua a otros territorios para desviarla hacia Bogotá”, indica Ordóñez, quien agrega que se podría pensar mejor en ampliar la capacidad actual de los embalses, como se planteó con Tibitoc, para mitigar el estrés hídrico de los embalses de Chuza y San Rafael.

Por otro lado, el problema del llenado de Chingaza y de un eventual nuevo embalse es el mismo: la crisis por la que pasan la Amazonia y la Orinoquia en términos de deforestación. “Los ciudadanos en Bogotá no hemos asimilado que por el hecho de que llueva en la ciudad quiere decir que con eso tenemos agua suficiente para el saneamiento básico. Se nos olvida que, al menos, un 50 % del agua que sale por nuestros grifos viene de la Orinoquia. Entonces, con un nuevo embalse, estaríamos ampliando aún más esa brecha”, añade Prieto.

Aguas subterráneas y educación

Los expertos coinciden en que con el panorama de incertidumbre climática, la dependencia de las lluvias y el potencial de uso de otras fuentes los esfuerzos para que no nos vuelva a tocar a la puerta el racionamiento deben concentrarse en la exploración de aguas subterráneas y el cuidado del agua. “Necesitamos generar una exploración rigurosa de las aguas subterráneas de la sabana de Bogotá, porque en este momento los estudios existentes no generan un diagnóstico suficiente. Colombia cuenta con tecnología nuclear, como la ingeniería isotópica, que nos permitiría hacer un análisis más detallado de estos recursos del subsuelo” explica Prieto, quien añade que el Distrito debería aprovechar la coyuntura para reforzar una campaña de cultura ciudadana alrededor del agua.

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“La instalación de filtros en casa y ponerse como meta tener los mismos índices de consumo que se tenían en tiempos de racionamiento son actos que, por pequeños que parezcan, suman. Ayudan al ahorrro, cambian la relación con el recurso, pero sobre todo, ayudan a interiorizar la idea del cuidado”, recalca la profesora Ordóñez.

Entretanto, el reto para no volver a un racionamiento, además de los compromisos individuales, las investigaciones de nuevas fuentes y el fomento de la educación ambiental tiene que pasar necesariamente por una lectura sostenible del crecimiento urbanístico, pues de seguir alterando el ciclo del agua con estas actividades no habrá estrategia ni exploración que garantice un futuro cercano con el acceso al agua tal y como hoy lo conocemos.

Para conocer más noticias de la capital y Cundinamarca, visite la sección Bogotá  de El Espectador.

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