Llegaron como solución innovadora, inspirada en ciudades europeas, y buscaba eliminar los tumultos de basura en parques y esquinas de los barrios en Bogotá. Sin embargo, cinco años después, hoy son más las quejas y desastres en su entorno, que una verdadera solución de aseo. Solo falta un paseo por localidades como Engativá y Suba, en donde hay más unidades instaladas, para contemplar un paisaje desolador, con contenedores destapados, dañados, algunas veces con piezas faltantes y con mucha basura en sus alrededores, menos en el lugar en donde debería ir: en su interior.
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En principio, cuando se incluyeron como parte de la licitación del actual esquema de aseo de Bogotá —que vence el año entrante— el objetivo consistía en instalar uno para residuos ordinarios y otro para material aprovechable y, de esta manera, reducir hasta en 50 % las cerca de 6.600 toneladas de basura que llegan a diario al relleno sanitario Doña Juana. Sin embargo, la meta no demoró en desdibujarse.
Además de carecer de indicadores o un monitoreo sobre su impacto en la separación de residuos, los contenedores, lejos de su función, en ocasiones, terminaron siendo antorchas y diques en medio de los desmanes de las protestas como las registradas durante el llamado estallido social, entre 2019 y 2021. De hecho, cada vez que hay protestas, las imágenes de los noticieros se llenan con filas de estos recipientes dispuestos en calles arteriales, para impedir el flujo vehicular normal.
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Ahora, cinco años de la estrategia, su imagen se ha desdibujado entre la opinión pública y los entes de control. Desde las veedurías en los barrios, el Concejo de Bogotá y recientemente la Contraloría se han desarrollado fiscalizaciones al uso de estos contenedores y su verdadera utilidad en el esquema de aseo. En febrero, el contralor de Bogotá, Julián Mauricio Ruiz, ordenó una actuación especial de Fiscalización en la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos UAESP por este asunto.
En su respuesta al requerimiento del ente de control, la UAESP admitió fallas en la implementación y uso en algunos sectores de la ciudad, dada la falta de cultura ciudadana. Asimismo, reconocieron otros defectos como la dificultad de algunos recicladores para evacuar los contenedores; la instalación de suficientes contenedores en espacio público; la capacidad en metros cúbicos de recolección, y el mantenimiento de los depósitos, entre otras.
Sin embargo, una dura réplica de la Controlaría instó a la entidad distrital a no trasladar la responsabilidad a los ciudadanos y exigió cuentas de su control a los cinco operadores de aseo en la ciudad, respecto a la gestión de los contenedores. Hoy, la Controlaría espera un informe detallado sobre las acciones de la UAESP, para encaminar una mejor gestión de este mobiliario en la próxima licitación de aseo, programada para el próximo año.
En paralelo, el ente de control adelanta un riguroso inventario, que comenzó hace unas semanas en Engativá, con el fin de verificar si en realidad la ciudad cuenta con 10.700 contenedores, como dicen los documentos, o 9.100 unidades, como se reporta en algunas denuncias. ¿Cómo fracasa una idea innovadora y con éxito en otras ciudades del mundo? A continuación unos apartes de un proceso, al que le faltó planificación.
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Sirven para todo, menos para la basura
Lejos de cumplir con su función original, un contenedor cerca del centro comercial Calle 80 lo usan habitantes de calle para esconder señales de tránsito recién hurtadas. Los restos de acero del mobiliario público permanecen allí, impidiendo, incluso, la disposición de otros residuos. Así lo denunció Dora Cabreras, vecina del sector, a quien estos recipientes le parecen un desperdicio de dinero y de espacio. “En realidad nunca he visto la calle limpia y, en cambio, en los contenedores ocultan objetos robados y hasta he visto personas durmiendo. Lo más lamentable es que, a pesar de la presencia del centro comercial, la calle rara vez resulta limpia”, declaró.
Como esta, hay cientos de reclamos por el uso indebido de contenedores, clasificados en dos categorías: para residuos “Aprovechables” (tapa blanca) y “No Aprovechables” (totalmente negros). La categorización se hizo con el fin de facilitar la separación de residuos; disminuir la carga de lo que llega a Doña Juana, y mantener limpias las calles de regueros de basura, que se arrojan casi siempre arrojados de manera clandestina.
Respecto a las fallas en el servicio de aseo con los contenedores, la subdirección de Asuntos Legales reporta que solo ha recibido nueve informes de interventoría, de los cuales tres se tramitaron en la actual administración y se encuentran en desarrollo de procesos administrativos sancionatorios. Sin embargo, solo las quejas de la ciudadanía y de personal dedicado al reciclaje superan estas cifras.
José Aníbal Conrrado, reciclador de oficio y socio de una cooperativa en el barrio Fátima, de Tunjuelito, solo tiene malas experiencias. “Nunca pude separar un solo kilo de reciclaje en estos contenedores. Para empezar, son muy altos y a uno le toca treparse o usar un banco para sacar la basura. Luego, la mayoría de cosas que uno encuentra en los de tapa blanca son escombros, basura no aprovechable y hasta animales muertos. Me va mucho mejor con la carretilla recorriendo las calles o los conjuntos”, denuncia.
Problemas desde el inicio y futuro
Llegar al punto crítico de hoy, donde los contenedores son objeto de críticas y fiscalización, es el resultado de una serie de errores de implementación, dicen los expertos. Alejandro Castillo, analista técnico de Bogotá Cómo Vamos, señala que los contenedores requerían de un componente de señalización y pedagogía, para evitar que fueran usados como micro-botaderos, lo cual, a la larga, terminó ocurriendo. Asimismo, las rondas de limpieza y despeje de los residuos debieron ser calibradas según la afluencia y uso, pero no fue así, según denuncias tanto en el Concejo de Bogotá como de la ciudadanía.
El tema de la pedagogía y la cultura ciudadana jugó un papel clave en el fracaso, según el historiador y experto en el sistema de basura de Bogotá, Frank Molano. Para él, cuando una herramienta como esta se implementa, se debe pensar en el contexto de una red de relaciones y comportamientos ciudadanos. “En primer lugar, son altos y no se pensó en los recicladores y separadores de basura. En segundo lugar, en una cultura como la colombiana, donde hay bajos niveles de apropiación respecto a lo público, se debe contar con un fuerte componente pedagógico, algo aquí no ocurrió”.
El experto resalta que, debido a dicha mezcla de factores, hoy la gente ve los contenedores más como un blanco de vandalización que un complemento de aseo para la ciudad. Todo esto, en medio de problemas de interventoría, “con cuyos parámetros resultó difícil auditar el control y aseo de los contenedores por parte de los operadores de aseo urbanos”.
De momento, el futuro de los contenedores depende del resultado de la auditoria de la Contraloría. En primer lugar, se debe tener claro el número total y exacto, así como de su ubicación y tipo de uso. Según Consuelo Ordóñez, directora de la UAESP, hay zonas en donde los contenedores si han dado resultado y, quitarlos abruptamente, podría generar regueros de basura.
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Por lo tanto, la funcionaria propone hacer un barrido de las zonas en donde si funcionaron, en compañía con las alcaldías locales. Esta información, así como el retiro de los contenedores que definitivamente no funcionan, debería esta lista para finales de 2025, sobre todo porque la licitación de aseo actual está aportas de vencer y su futuro resulta una incógnita.
Por tal motivo, sea cual sea el nuevo modelo de basuras en la ciudad, el patrimonio de los contenedores debe ser aterrizado a las necesidades de la ciudad, surtir una mejor estrategia de cara al futuro, y evitar que nuevas estrategias de aseo, por más innovadoras que resulten en el papel, se conviertan en el detrimento del mañana.
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