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Es cierto que llovió durante semanas, antes y después de la inundación, y que semejante cantidad de agua acumulada tenía que terminar en tragedia. Pero lo que verdaderamente hizo colapsar los deficientes sistemas de alcantarillado del sector de Patio Bonito y derivó en la inundación de las viviendas de la zona fue la granizada del 20 de noviembre. La misma que sorprendió al presidente de la República anunciando en corbatín el nuevo escalafón nacional docente, y al alcalde de Bogotá, leyendo con lupa el plan de desarrollo que el Concejo acababa de aprobar, en el cual precisamente se aclaraba el tipo de uso que se le podía dar al suelo de Kennedy.
Al amanecer del 21 de noviembre de 1979, Patio Bonito ya era zona de desastre. Y en esa Navidad, como en la de ahora, hubo más brigadas de desinfección y fumigación que juguetes. Muchos tuvieron que reconstruir sin ayuda sus hogares, otros recibieron subsidios, y sólo mil familias más contaron con la fortuna de recibir las casas que la fundación Compartir donó en el barrio Meissen.
Pero esa tampoco fue la primera inundación del sector, bautizado con eufemismo como Patio Bonito y compuesto por un montón de barrios encharcables y de lento drenaje a los que sus habitantes pusieron nombres opuestos a la realidad: Campo Hermoso, Bellavista, Las Flores… todos fueron parte del lecho del río Bogotá cuando éste tenía 87 metros de cauce, en vez de los 25 de ahora. Cuando mandaban allí los muiscas de Funza y el Zipa de Bosa. Cuando la explanada era agua y se llamaba Te Chio (nuestra laguna). Cuando el cacique Techitina no había sido expulsado por el encomendero Juan Ruiz de Orejuela, en 1608.
Ese año se convirtió en la zona de haciendas de Los Pantanos —nombre más acorde con la topografía y la realidad hidrográfica—, hasta ser loteada en 1972 por Moreno Escobar y Fernando Samario Chaparro. Eso es lo que atestigua Camilo Pardo Umaña, en Las haciendas de la Sabana.
En 1971 había comenzado a operar allí Corabastos, la mayor central de abastos del país, que se convirtió en despensa de Bogotá y sus alrededores, pieza clave para el desarrollo urbanístico de la zona, motor de su economía y eje de los conflictos sociales que hasta ahora conviven allí. El Llanito y Llanogrande fueron algunos de los primeros barrios que nacieron en su periferia. No tenían alcantarillado ni personalidad propia —eran Patio Bonito, o Patio Embarrado, como decían con sorna sus habitantes— y fue así como los encontró la inundación de 1979. Improvisados techos levantados por campesinos de Boyacá, Tolima y Cundinamarca, que buscaban fortuna con el comercio de frutas y verduras, aparecían en desorden por aquellas calles sin pavimento. Un botadero de basura cada dos cuadras.
En los años ochenta la localidad de Kennedy, la más antigua de la ciudad y la de mayor número de habitantes (un millón de personas) ya tenía el cariz de hoy. Sectores estrato tres y cuatro hacia su periferia, una popular zona comercial en el barrio que le da nombre (tomado a su vez del expresidente J.F. Kennedy, quien llegó hasta allí en 1961 para anunciar su Alianza para el Progreso con América Latina) y el área de barrios de los campesinos en Patio Bonito, habitada en su mayoría por trabajadores informales de la plaza de mercado. El barrio era el espacio para saldar cuentas entre comerciantes a ritmo de cerveza en una época convulsa en la que los muertos del sector no aparecían en prensa ni televisión.
Y no paraba de llover ni de inundarse. En el gobierno de César Gaviria (1990-1994) fueron habilitados nuevos terrenos para autoconstrucción, en un fangoso sector contiguo a la Plaza de Las Flores que hoy se llama María Paz, como la hija del exmandatario liberal. Luego vino la avenida Ciudad de Cali, en la que desde marzo de hace siete años una estación de Transmilenio le quitó espacio a un viejo basurero ilegal de la entrada a Patio Bonito. Y nacieron muchos pequeños barrios más, algunos con aire de conjuntos cerrados, casi todos para vivienda de interés social. Y llegó la biblioteca de El Tintal y apareció Carrefour. Y la zona cambió de cara, pero el pavimento no acabó con las calles empolvadas ni el incipiente desarrollo con los problemas de seguridad y pobreza. Y nadie se percató —o no quisieron hacerlo— de que el sector creció por debajo del nivel del río, que, como todas las corrientes hidrográficas, tiene mejor memoria que la del ser humano y tiende con los años a buscar su cauce original.
En 1979, cuando el presidente Turbay Ayala acudió al apoyo de la empresa privada para reubicar a los damnificados y el alcalde Hernando Durán Dussán tuvo que hacerle frente a la histórica inundación, se reportaron más de 15 mil damnificados. En la inundación presente van 47 mil, contando a los de la localidad vecina de Bosa. Y el ambiente es el mismo:
Aguaceros de avivatos entrando a hurtadillas a las casas para robarse lo que no se cargó el invierno. Vómito, diarrea y gripa, especialmente entre los niños. Botes inflables navegando por entre las calles al estilo de góndolas venecianas.
La misma historia de cada año. La de la ‘chucua’, en términos muiscas. Del lodazal, en castizo. Porque en los barrios marginales que bordean las riberas de los ríos Fucha, Bogotá y Tunjuelo, en Kennedy, o en los ya casi extintos humedales El Burro, La Vaca y Techo, en los que vive el 40% de los habitantes de los 190 barrios de la localidad, las lluvias golpean cada vez más fuerte. Y la crisis en Patio Bonito es viva prueba de ello.