La respuesta de Bogotá frente a la pregunta de si realmente está preparada para el cambio climático es un rotundo no. Al menos de momento. La seguidilla de desastres ambientales con los cuales recibió la capital el año pasado: incendios forestales, sequías y alertas por mala calidad del aire e inundaciones demostraron que la ciudad todavía no se acostumbra del todo a una realidad latente. Si bien la capital cuenta con una amalgama de instrumentos, lo cierto es que todavía falta un largo recorrido para conseguir la tan ansiada resiliencia al cambio climático.
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La protección de los humedales, la conexión ambiental entre los cerros, el río Bogotá y la reserva Van der Hammen, además de un uso mucho más responsable de los recursos, son las primeras acciones por realizar. Todo ello sumado a un complemento de inversión importante, en el cual se involucre el Distrito, a los actores financieros internacionales e incluso a la propia nación, resulta clave. Por ende, recapitulamos los frentes en los que, según la opinión de los expertos, deberá trabajar la capital para convertirse en un ejemplo de preparación para el cambio climático y seguir despertando del letargo en el que se encuentra en estos asuntos.
Crisis hídrica
El principal factor de que Bogotá haya entrado en racionamiento es, sin duda, el histórico período de sequía que atravesó la ciudad desde finales de 2023, y en todo lo corrido de 2024. Desde 1995, la ciudad no experimentaba una ausencia de precipitaciones tan crítica en las zonas en donde están los embalses de Chuza y San Rafael, que conforman Chingaza. Además, las perspectivas para el comienzo de 2025 no son del todo alentadoras. El Ideam pronostica un 60 % de probabilidades de que una temporada de lluvias como la que necesita Bogotá para solucionar sus problemas de abastecimiento aparezca.
Para María Carolina Castillo, presidenta ejecutiva de Probogotá Región, la agenda parece clara, pero requiere acciones. Por ejemplo, ante la crisis hídrica dice que es clave ampliar capacidades. “Las proyecciones de almacenamiento se deben ajustar en 2025 y radicar ante la ANLA la solicitud de licencia para Chingaza II e iniciar el proceso con Parques Naturales para incluir la ampliación del sistema Chingaza en la zonificación del Plan de Manejo del Parque y proponer compensaciones del área Ramsar”. Pero así como es necesaria la búsqueda de nuevas fuentes para saciar las necesidades de urbe sedienta, también es necesario que el bogotano se dé cuenta de lo finito del recurso.
María del Pilar García, profesora de la Universidad del Externado y consultora del Banco Interamericano de Desarrollo, opina que “la macrocuenca a la que pertenecemos, que es la del Magdalena Medio, tiene sobredemanda de agua. Esta situación, sumada a la reducción de caudales, el déficit de precipitación y la falta de infraestructura, trae como consecuencia que tengamos períodos como los que vivimos a principio de año, de sequías extremas”. Sin embargo, para García, la propuesta sobre el ahorro de agua debería ir más allá y abarcar la sobredemanda: “La idea es mantener un equilibrio, no solamente en oferta y demanda, sino también en el ciclo hidrológico; debemos tener un enfoque más amplio, que es el de una sobredemanda en toda la macrocuenca a la que pertenecemos, en donde se encuentran varias ciudades del país”.
La reforestación de las cuencas también es clave en este proceso. Orlando Vargas, biólogo y experto en restauración, explica que no puede haber una solución para la crisis del agua alejada de las acciones de recuperación ecosistémica, especialmente de las fuentes hídricas, como las lagunas y los humedales. “Recuperarlas es devolver el equilibrio ecosistémico y, consigo, revertir las consecuencias del cambio climático”. De hecho, las acciones del Distrito y la autoridad ambiental regional ya apuntan a este objetivo. Adriana Soto, secretaría de Ambiente, explicó a El Espectador que “nuestro plan es restaurar y conservar la infraestructura verde, es decir, todas las cuencas, dentro y fuera del Distrito, que abastecen los tres sistemas de embalses como Chingaza, el Norte y el Sur”.
Humedales y calidad del aire
Bogotá tiene 901 hectáreas de humedales, ecosistemas que, además de albergar un gran porcentaje de la biodividersidad de la ciudad, cumplen una tarea esencial: mitigar las islas de calor y capturar los gases de efecto invernadero. Y allí una deuda histórica son las conexiones erradas (aguas negras que desembocan en algunos humedales como el Córdoba, Jaboque y Juan Amarillo) y la expansión urbanística, que poco a poco merma su jurisdicción. A la fecha, 15 reservas distritales de humedal tienen plan de manejo ambiental vigente, pero siete de ellos requieren actualización. En este sentido, durante esta administración se planea actualizar cinco de estos planes y se formulará el plan de manejo ambiental del humedal Tingua Azul.
Mejorar la calidad del aire que se respira en la ciudad es otro punto crucial. Cabe anotar que en la zona suroccidental de la ciudad se concentra el 35 % del material particulado, por eso las acciones integrales en esa zona de la ciudad serán una prioridad. Para ello, la propuesta está en estrategias como Zonas Urbanas para un Mejor Aire (ZUMA), que tiene entre sus prioridades la pavimentación de vías y el monitoreo de indicadores de salud de quienes habitan en dichas zonas. El proceso tendrá una inversión de $27.000 millones para los procesos de renaturalización urbana, que contempla, entre otras estrategias, la creación de bosques urbanos. Otra acción es el Foncarga, que busca la renovación de vehículos de menos de 10,5 toneladas y más de 15 años de circulación hacia camiones de bajas o cero emisiones, para lo cual hay $3.400 millones.
Revitalizar nuestras deudas pendientes con el medio ambiente, y ser consecuentes con la situación climática mundial, es ahora el principal objetivo de la ciudad, de lo contrario, las grandes autopistas serán inutilizables por las inundaciones, los cerros orientales, orgullo capitalino, sucumbirán a un otoño de ceniza y destrucción producto de los incendios forestales, y los equipamientos sociales se quedarán sin agua para atender la necesidad más apremiante del humano: la del líquido vital. Por fortuna, aunque seamos la primera generación que experimenta los estragos del cambio climático, también seremos la única con la posibilidad de hacer algo al respecto.
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