Mayo 13 de 2009. La noche avisaba el fin de la jornada y de los pitos incesantes del tránsito. Un farol ancho y alto iluminó el escenario en el que 24 hombres y una mujer apenas empezaban su jornada laboral en la Avenida Boyacá con calle 13. La luz era similar a la de un estadio frente a un partido de fútbol nocturno. El olor era como el de la pólvora recién quemada, aunque sólo era efecto del pavimento removido a toda velocidad por una fresadora. La máquina gigante arrancaba la capa superficial de la vía y la escupía automáticamente sobre una volqueta de doble carga. Posteriormente, esos residuos serán reutilizados para reparar las calles locales.
Varios litros de tinto, ningún refrigerio. Un martillo automático, una aplanadora, un muro vibrocompactador, otra volqueta, varias escobas. Cascos y botas amarillos, chalecos azules del Instituto de Desarrollo Urbano (IDU). Ese era el material de trabajo.
8:00 p.m. Veinte camionetas blindadas se parquearon a un lado de la vía, que desde las siete de la noche había sido inhabilitada. Por lo menos diez guardaespaldas y varios funcionarios del IDU y de la Alcaldía Mayor eran los tripulantes de aquel tipo de desfile llamativo.
Esa noche se relanzó el programa “Distrito de conservación”, que ya había estado operando durante tres meses con intervenciones de mantenimiento vial en la noche. “Con esta propuesta se pretende reducir el impacto en el tránsito bogotano”, explicó Fernando Álvarez, secretario de Movilidad. Sin embargo, las operaciones que generan más colapsos en el flujo vehicular son las de profundidad -que implican cerrar vías y manipular redes-, las cuales no están contempladas en el plan nocturno.
De hecho, hay quienes no comparten el optimismo acerca de las obras en la noche: “No son recomendables, por la poca visibilidad. Además, el precio de alquiler de los equipos pesados es mayor y hay que pagarles horas extras y con un recargo nocturno a los obreros”, le dijo un ingeniero al diario El País de Cali refiriéndose a un proyecto similar que buscaba adelantar la entrega del Mío.
Samuel Moreno llegó sobre las 8:30 p.m. Sus acciones reflejaban tranquilidad: las manos en los bolsillos que salían de vez en cuando para enfatizar alguna frase, una sonrisa imborrable, los zapatos bien lustrados que nunca arriesgó entrando a la zona de trabajo y un traje de paño apenas oculto tras una chaqueta luminosa del IDU.
“El Distrito ha invertido 700 millones de pesos en los cuatro años de gobierno para realizarle mantenimiento a las vías. Ya hemos tapado 2.488 huecos”, afirmó Moreno. Después siguió bebiendo su aromática caliente.
Luego se trasladó a la Avenida Boyacá con calle 72. El escenario era parecido: fresadora, obreros, tinto y trabajo hasta las cinco de la mañana. En la noche, aclaró el alcalde, sólo se haría mantenimiento en vías principales, pues en los barrios el ruido molestaría el sueño de los habitantes. Con estos contratos, realizados por el IDU, la meta es intervenir 2.331 kilómetros por carril en los próximos tres años.
10:00 p.m. Moreno se despidió de mano de ingenieros, obreros y medios. Subió en una de las camionetas blindadas acompañado por más escoltas que de costumbre. “Una cosa es una rueda de prensa y otra, que el alcalde salga a la calle”, dijo Nelson Rodríguez, el conductor oficial.
Las horas venideras serían de descanso, junto a su esposa, Cristina González, y sus hijos, Samuel y Mateo, en su apartamento, el 501, en un edificio de Chapinero con vista a los Cerros Orientales.
Era temprano. Tal vez haría uno de sus planes favoritos, ver con ellos algún partido de los Medias Rojas de Boston, su equipo preferido en las ligas mayores del béisbol en los Estados Unidos.
La mayoría de sus noches son diferentes, según dijo alguna vez a la opinión pública, cuando lo acusaba de que no se notaba su gestión: “Todos los días arrancamos agenda a las seis de la mañana y antes de la media noche no hemos terminado la jornada”.
Incluso, Cristina González ratificó alguna vez ante los medios que su esposo trabajaba horas ‘extras’: “Lo que más extraño de mi anterior vida es usar bluyines y las noches tranquilas, en familia. Estoy muy cansada, anoche tuvimos tres comidas”.
Mayo 14 de 2009. Cinco de la madrugada. Wálter Alfonso Camelo, el operario de un minicargador, guardó su overol naranja y demás herramientas de trabajo para reunirse con su esposa y su hijo de siete años. Estaba contento, y así, sonriente, llegará media hora más tarde a su casa para descansar a pleno sol, cuando la ciudad se llene de autos, pitos, ruido, trancones y pico y placa.
Camelo retornará a su puesto de mando a las diez de la noche, como todos los días, y como todos los días repasará con su máquina el pavimento que estará listo en menos de una semana, al menos en ese tramo de la Boyacá. Entonces volverá a decir “es que por la noche parece que rinde más”.