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¿Ustedes vieron la foto que aparece en la pancarta de la conmemoración? Tenía uniforme azul. Yo se la tomé. A todo el mundo le digo que soy buena fotógrafa. Olvidaba decirles que a lo último ella trabajó en una óptica, antes de atender el puesto en el que vendía minutos a celular. Allá le tomé la foto.
Por esa época mi madre ya vivía donde Sofía, sin embargo, estábamos más unidas que nunca. Recuerdo que me regalaron una bicicleta y empecé a dar vueltas con las dos rueditas de atrás, pero se dañaron, así que las quitamos. Mi mamá dijo que saliéramos por la calle 58 hacia abajo, duré como una hora intentando, ella me tenía del asiento hasta que aprendí. Entonces fuimos al parque San Luis. Lo que pasa es que mi bicicleta tenía un problema, la cadena era muy grande y se zafaba. La mandamos arreglar y el 24 de diciembre salí a montar otra vez, eso fue como en 2011, tenía 11 años. Yo me guío es por mis años. Ahora tengo 14 y voy a cumplir 15 en 2015. Por eso sé que en 2011 aprendí a montar bicicleta.
A veces pido prestada alguna otra cicla, pero nadie la suelta tan fácil. Eso sí, cuando nos pasa algo trágico, a todos les da por ser buenas personas. El día que pasó lo de mi mamá, mi primo me dejó en su cuarto y me prestó el play. “Juega todo lo que quieras”, me dijo. Me trajeron hamburguesas de Carbón Factory. Ya por la noche, al acostarme, me puse a llorar, fue la única noche que lloré.
El día que mi madre murió, otra prima me acompañó a una iglesia que se llama Los caballeros de la Virgen. La balaca que llevaba tenía varias florecitas, me quité una rosita de esas, le amarré una cinta negra y se la puse a la carta. Anduve con esa carta todo el día hasta que llegamos a la iglesia. Son caballeros vestidos de verdad, tienen unas camándulas súper gruesas, visten con una túnica roja, una cruz, pantalón café y botas hasta las rodillas. Me llevaron a donde había una virgen grande, era un salón muy lindo; recé, deposité la carta en un baulito y después nos fuimos a comer a Crepes & Waffles.
El mayor problema es que después de algo así te quieren proteger en cada momento. Yo lo entiendo, solamente que mi abuela hacía lo mismo con mi mamá y mi tía; era sobreprotectora. Mi tía se logró zafar un poquito cuando se casó con Leonardo. Pero mi mamá sí era sobreprotegida, ella se volvió muy consentida, lloraba por todo. Hubo un tiempo en el que no podía hacer nada, todo se lo hacía mi abuelita. Yo le digo que no haga lo mismo conmigo, porque a ese paso yo me voy a parecer a mi mamá.
Claro, mi mamá no era nada complicada; al contrario, era fresca y alegre, no se amargaba la vida por cualquier cosa. Entiendo que con el sufrimiento que produjo la muerte de mi mamá, las personas se vuelven sobreprotectoras, es imposible no sentir miedo. Pero lo que deberíamos pensar de verdad es cómo hacer para que otra niña no pase por lo que yo pasé. Aunque sigue pasando, este país es un desastre, eso es lo que no me gusta del periodismo, que no sirve para prevenir la violencia. Sacan una noticia y no saben qué le pasa a la gente de ahí en adelante. Lo que menos necesitamos ahora es que sientan lástima por la situación de otra persona. Algo muy distinto es la justicia. Eso es lo que deberíamos defender si queremos hacer algo que le sirva a la sociedad.
Este perfume es un regalo que le dieron a mi mamá en el último diciembre que estuvo con nosotros. Conserva el aroma dulce. Aún huele, ella había dejado un poquitico. Tiene una esencia como de caramelo. Cuando tú entrabas al cuarto de ella o abrías su maleta sentías el olor; quedó impregnado en todas partes. Se llama Dancing Nigth, bailando en la noche.
Mi madre decía que el nombre del perfume iba muy bien con ella, porque cuando yo era pequeña mi mamá hacía oficio y ponía la grabadora con salsa o vallenato, bailaba sola y a veces bailaba conmigo. El otro día estábamos recordando con mi abuelita una canción de Jorgito Celedón que a mi madre le gustaba. Tiene aguardiente en alguna parte, la ponían en una emisora y luego comenzaba en la otra. Con mi abuelita nos pusimos a cantarla entre las dos, ella cantaba una parte y yo otra:
–Sé…, sé que el tiempo lleva prisa. –Pa borrarme de la lista.
–Pero yo le digo que…
–Ay, qué bonita es esta vida. –Aunque a veces duela tanto y a pesar de los pesares. –Siempre hay alguien que nos quiere, siempre hay alguien que nos cuida. –Ay, ay, ay, ay, qué bonita es esta vida.
–Y aunque no sea para siempre.
–Si la vivo con mi gente es bonita hasta la muerte.
Yo creo que como en el último tiempo no vivíamos las dos, le hacía mucha falta a mi mamá. Esos meses estaba súper cariñosa. Sofía le hacía caer en cuenta que ella tenía que quererme, porque a mi mamá le daba rabia que Sofía regañara a la niña pequeña, pero sí me regañaba a mí, y a veces no me consentía. Entonces Sofía le decía: “¿Usted a qué juega? Me critica porque yo regaño y no consiento a mi hija y usted hace lo mismo”.
A lo último mi mamá estaba muy orgullosa de que yo iba a quedar en el cuadro de honor de matemáticas, hasta me pidieron que llevara la fotografía. La reunión para la ceremonia fue el día que mi madre murió, el 28 de mayo. Ella alcanzó a comprar un pantalón y unas botas, se había mandado arreglar el cabello y me iba a mandar a tomar la foto para ponerla ahí donde estaba mi nombre.
Pero la verdad es que las buenas notas fueron gracias a Luisa, quien tuvo la paciencia de explicarme las operaciones hasta que las entendí perfectamente. Con Luisa hablamos sobre la carrera que vamos a seguir, porque ya casi salimos de bachillerato. Estoy indecisa, todavía no sé si estudiar medicina o periodismo. Las mejores amigas las encontramos en el colegio. A veces me pongo a pensar, le digo a Luisa, que todo en la vida es como mi mamá, que la vida es Rosa.
* El autor de la novela estudió literatura y español. Tiene un posgrado en filosofía. Ha escrito los libros ’Vivir sin los otros’, sobre los desaparecidos del Palacio de Justicia, y ‘Pensar la muerte: una lectura con Deleuze a la obra de Fernando Vallejo’.