A 860 kilómetros del corazón cultural del vallenato, las letanías del acordeón, la guacharaca y la caja resuenan en medio de la neblina y frío de Bogotá. Con un clima opuesto al del Caribe Colombiano, cuna de legendarios juglares, que le dieron vida al género considerado patrimonio inmaterial de la humanidad, la capital del país demuestra por qué en el ecosistema de su diversidad cultural se sigue tocando vallenato, incluso con la misma intensidad que en sus épocas doradas, a principios de los 70, cuando las notas del merengue, el paseo, la puya y el son llegaron a las colecciones de vinilos en los hogares de la yerta Bogotá.
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Hoy, con nuevas dinámicas para el disfrute y el quehacer de la música, emergen artistas cuya estirpe musical nació entre los cerros orientales, la influencia familiar y los bares dedicados a la difusión del folclor. Justo este fin semana, los amantes de este folclor e, incluso, quienes desean darle una primera oportunidad, tendrán la posibilidad de disfrutar a los mejores artistas del género en la segunda edición de Vallenato al Parque.
Este evento, creado mediante el Acuerdo 933 de 2024 del Concejo de Bogotá, es una apuesta por reconocer el vallenato como manifestación cultural representativa del país; de fuerte arraigo en la capital, y una respuesta al interés por promover la participación diversa; fortalecer el patrimonio inmaterial, y garantizar el acceso libre a la cultura. La primera edición, que se realizó en 2024, reunió a más de 30.000 asistentes y marcó el principio de una tradición que espera hacer carrera en la ciudad.
Bogotá, una ciudad de vallenato
María Claudia Parias Durán, directora de IDARTES, entidad a cargo del festival, se muestra entusiasmada por la segunda edición y recalca que el vallenato siempre ha sido un género popular en Bogotá. “La ciudad ha sido receptora del vallenato desde mediados del siglo XX. Muchas personas provenientes del Caribe colombiano —especialmente de La Guajira y departamentos donde el vallenato es tradición— llegaron a Bogotá a estudiar y a vivir. Esto generó una práctica comunitaria: reunirse en parques y barrios para tocar vallenato, creando así un espacio cultural que trascendió la región Caribe”.
La opinión de Parias es compartida por autores que han escrito en varias oportunidades sobre el folclor, como Daniel Samper Pizano y Pilar Tafur, quienes sostienen, incluso, que en su llegada a Bogotá, el vallenato adquirió una vocación bailable, distinta a la de la región Caribe. Allí la melodía del acordeón amenizaba las parrandas, espacios dedicados exclusivamente a oír la tonada. No fue hasta su incursión en el interior, en ciudades como la capital, en donde se comenzó a bailar con el vallenato y se abrió un mercado gigantesco qué se extendió y masificó su influencia.
No en vano, a partir de la década de los 80, artistas como Diomedes Díaz, Jorge Oñate y grupos como el Binomio de Oro y hasta los Diablitos, comenzaron a ser habituales en los recitales y escenarios para conciertos.
Desde su rol como actual rey vallenato, coronado en el último festival de la Leyenda Vallenata 2025, Iván Zuleta recuerda sus primeros arribos a Bogotá y su relación con el público de la urbe. “Me presenté en Bogotá incontables veces. Cuando grabé con Diomedes, eso hace exactamente 30 años, durábamos en Bogotá varios meses, porque era la única parte donde había estudios de grabación. En esos tiempos tocábamos en la ciudad y sus alrededores, en donde siempre nos encontrábamos con un público entusiasta y conectado con la música vallenata. En la época de Poncho Zuleta, de Iván Villazón y Rafael Santos, de manera que siempre nos hemos sentido como en nuestra casa”.
En los últimos cuatro años, Bogotá ha albergado en sus escenarios principales cerca de nueve conciertos, con artistas como Silvestre Dangond, Peter Manjarrés, Binomio de Oro, Jorge Celedón y Alex Manga, con una asistencia promedio de 45.000 asistentes. Asimismo, la ciudad tiene un total de 25 bares de vallenato inscritos en las guías de turismo, de los cuales 16 se han abierto en los últimos tres años.
La ciudad ha vuelto a experimentar un auge significativo de la llamada música de La Provincia y, más allá de ser una ciudad receptora de artistas y propuestas vallenatas, ahora también ha conseguido exportarlas al resto del país. Cuatro agrupaciones netamente bogotanas fueron elegidas para participar en esta edición de Vallenato al Parque, todas con un potencial laureado por los grandes del género.
Surgió la melodía en Bogotá
En la profundidad de la penumbra de su apartamento, Édgar Bermúdez tantea con las yemas de sus dedos los trastes de la guitarra, para marcar los acordes que dan vida a sus canciones. Se orienta por la sensibilidad de su piel y la de sus oídos, senderos con los cuales transita por un mundo que no puede ver, debido a una discapacidad visual. Las notas que logra sacarle con maestría a la guitarra, mientras canta temas de su autoría como Acepto que te vayas y Así es tu amor, demuestran porque la música siempre va a ser el brillo que guía en las tinieblas a músicos talentosos como Leandro Díaz.
Porque la música, y en especial una tan pasional como el vallenato, requiere más de corazón que de visión y eso siempre lo ha tenido claro, tanto como para insistir e insistir, en el a veces ingrato y difícil mundo de la música hasta que las puertas se le fueron abriendo.
Édgar es además la muestra fehaciente de que el adjetivo de bogotano lo adquiere todo aquel ser humano, que por azar o voluntad propia, pisa la ciudad bendecida por los cerros orientales y la convierte en su hogar y, en su caso, en el motor de su inspiración. Nacido en Riohacha (La Guajira), del árbol dinástico de los Bermúdez, en donde brillan frutos como el del maestro Lucho Bermúdez, llegó a la edad temprana de 20 años a la ciudad yerta de las seis de la tarde, que describían otros ilustres caribeños que la visitaban, como Gabriel García Márquez.
Las bondades de su linaje musical siempre estuvieron presentes y sus dedos aprendieron a tocar guitarra antes que a escribir, pero el devenir, a veces entendible, de la necesidad por el trabajo, lo llevaron a empuñar las armas para ganarse la vida como soldado profesional.
Con esta profesión se afincó en Bogotá y, de aquí, fue enviado a misiones de erradicación de cultivos en Cauca y Nariño, en donde una descarga de energía del subsuelo, proveniente de una mina, le arrebató la capacidad de ver, pero no de sentir. De manera milagrosa sobrevivió y convirtió los instantes extra de vida en una señal para materializar el sueño que siempre tuvo: el de ser intérprete de música vallenata.
Con la ayuda de su voluntad y de varios amigos, estudió Psicología en la universidad Externado y en el alma mater conoció nuevos compañeros de música, con los cuales adquirió nuevos matices para su canto guajiro, ahora adornado de ornatos gélidos de la sabana de Bogotá. Y al graduarse, compaginando su carrera como psicólogo, destinó cada centavo ahorrado a la conformación de su agrupación musical.
Al principio, como casi la mayoría de conjuntos vallenatos en la ciudad, Édgar cuenta que él y su agrupación se dedicaban a “Matar la moña”. Esto es, en el argot del rebusque musical, enfrentarse al frío bogotano de la noche en cuanta serenata salga con tal de obtener unos pesos y sobrevivir al siguiente día, ojalá con otra parranda o toque de por medio.
Mantenerse en este estilo de vida, cuenta, le costó robos, peleas, problemas, que lo hicieron repensar su estrategia, buscar ayuda en otros artistas, y hacer de su labor musical algo mucho más profesional. De esta manera, comenzó a tocar puertas, cautivar oídos, y sobre todo a juntar el dinero suficiente para producir su primer CD como intérprete de vallenato profesional, cuyas primeras 1.000 copias vendió como el merengue en la puerta de una escuela.
Ahora se alista para uno de los mayores retos de su carrera, tocar frente a 30.000 espectadores en Vallenato al Parque. Su talento, que descrestó a los curadores del festival, espera ahora llegar a un público más amplio de seguidores, ese público capitalino que ya demostró ampliamente su gusto por la música de Francisco el Hombre y, sobre todo, ese amplio espectro de diversidad en el cual todos los sonidos y expresiones tienen cabida.
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