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El ocaso de la tradición: la competencia desigual amenaza a los tenderos de barrio

Las tiendas de barrio atraviesan una crisis por cuenta de múltiples factores. El más mencionado: la “competencia desleal” con supermercados de mediana superficie. Así piensan resistir los tenderos y demás actores de la economía popular capitalina.

Miguel Ángel Vivas Tróchez y Juan Camilo Parra

15 de marzo de 2025 - 06:04 p. m.
Tienda de José Furque, centro de Bogotá.
Foto: Juan Camilo Parra
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En la esquina de la diagonal 79A con carrera 55, occidente de Bogotá, son más de las 2:00 de la tarde y doña Nubia Piñeros, a duras penas, ha hecho tres ventas en su tienda. Al lugar llegan tres mujeres, todas oficinistas, a comprar helados. La concurrencia es toda una novedad para el flujo de caja de las últimas semanas. Mientras tanto, al supermercado de mediana superficie, que llegó al barrio hace cuatro meses, ingresaron al menos nueve personas en ese mismo lapso. Cuando salen sus clientas, Nubia hace cuentas en su calculadora e incluye la venta en su cuaderno, cuyas cuadrículas y líneas de cuentas echan de menos la extensión de otros tiempos.

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José Alfredo Furque Castillo, de 38 años, saluda de puño y mano a un joven que se acerca a pedirle un cigarrillo y un tinto en su tienda ubicada en la esquina de la carrera 5 con calle 22. En tres cuadras a la redonda hay 11 supermercados de mediana superficie, siete de ellos abiertos las 24 horas. En un par de minutos, siendo las 8:00 p.m., en su ventana se agrupan más personas: un joven que le pide el celular que dejó cargando hace unas horas y un señor de 80 años, que lo saluda como “Don Furque”, al que este le responde con un “llegó el sardino”, y todos en la tienda se ríen.

En pocos minutos el local vuelve a quedar solo y José se queda viendo a la ventana, a la espera de que más clientes se acerquen a su negocio, que resalta por el escaparate que anuncia Carrefurque. Tan solo a cinco pasos a la izquierda una deslumbrante luz anuncia el OXXO de la Universidad Central. Adentro, siete personas hacen fila para pagar los productos que también vende el tendero del barrio Las Nieves.

Tienda de José Furque, centro de Bogotá.
Foto: Juan Camilo Parra

Al igual que Nubia y José, 100.000 tenderos de la capital han visto sus ingresos menoscabados, en medio de una situación coyuntural que vive el sector. Recientes sondeos, como el que realizó Fenalco con 500 tenderos del país, dan cuenta de la crisis en las tradicionales tiendas de barrio. De acuerdo con la muestra, al menos el 80 % de este tipo de comercios vio sus ventas reducirse al menos 50 % durante 2024. Este mismo porcentaje, de hecho, es el que calcula Nubia, a vuelo de pájaro, es lo que representa el declive en las utilidades de su negocio desde que un supermercado llegó al barrio.

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La situación no es nueva y ha sido documentada en los últimos meses por diversos estudios y comunicados de agremiaciones de tenderos a nivel nacional. Bogotá, al ser la capital, y la que aglutina el 20 % del total de tenderos del país, no es ajena a esta situación. Lejos de los tiempos de bonanza, antes y durante la pandemia, el coletazo en los cambios de patrones de consumo se ha hecho sentir. De ahí que cerca del 70 % de ellos se haya planteado cerrar su negocio, en vista de las pocas utilidades y del creciente volumen de deuda, para mantenerlo a flote. Si bien entre las causas que propician el declive hay opiniones y conceptos distintos, hay un factor común, que mencionan casi todos los tenderos: las dificultades para competir.

¿En vías de extinción?

Las transiciones del mercado de abarrotes en el último tiempo han modificado las reglas del juego. Las tiendas de barrio, que usualmente fueron el núcleo de abastecimiento para los hogares residenciales de los estratos 1, 2 y 3, están siendo desplazadas por otras alternativas. Asimismo, el crecimiento de la informalidad y, como último factor, los impuestos a algunos productos de venta frecuente en las tiendas, terminan por mermar las posibilidades de un tendero para generar utilidades, consolidar clientelas y sobrevivir. El Espectador hizo un recorrido por varias tiendas y se adentró en los diferentes factores de incidencia, con el fin de entender un poco más la situación y contemplar qué tan cierto es aquel rumor de que nos encontramos presenciando la extinción de los tenderos de barrio.

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Héctor Javier Galindo lleva más de 25 años apoyando el comercio de los barrios. Recuerda que cuando empezó a sumergirse en asociaciones, como la Unión General de Comerciantes (Ugecol) o la Asociación de Fabricantes de Pan (Adepán), la campaña entonces era en contra de Carrefour Chévere: “El lema era Carrefour no es tan Chévere. Esto porque, como hoy, hay mucha competencia desleal. Las grandes superficies tienen un manejo de precios que no es el más adecuado y utilizan unas estrategias fuertes, porque tienen gran capital”.

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A un tendero de barrio le resulta cada vez más costoso proveer su negocio con los distintos productos de la canasta familiar. En primer lugar por los precios, que se han incrementado en los últimos dos años, según mencionan varios tenderos entrevistados por este diario. “Me resulta muy caro pagarles a los proveedores, porque los precios asignados son mayores, por ejemplo, a los que les cobran a grandes y medianas superficies. Ellos, al comprar por cantidad, parece ser que tienen descuentos, en cambio a nosotros nos cobran el precio completo por requerir pocas unidades de un producto”, dijo uno de ellos.

“Va más allá de los tenderos. Es toda una economía popular. Cada vez que usted compra en esos almacenes les está ayudando a comprar el próximo avión a sus dueños. Cuando compran en las tiendas de barrio, está ayudando a que la hija de don José pueda tener unas clases de ballet o de pronto que pueda pagar el arriendo”, añade Galindo.

Al menos el 51 % de los tenderos han manifestado que el precio con los cuales se abastacen ha incrementado súbitamente. Y si a eso se le suma la reducción en las ventas, el cerco sobre el margen de utilidad es cada vez más estrecho. Incluso, al menos el 40 % ha decidido dejar de ofrecer productos como granos o de aseo personal, debido a la variación constante de su valor de venta con el proveedor y las dificultades que posteriormente tienen para que circule el producto.

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Para el caso de Furque, en los últimos meses tuvo que desistir de una empleada que les ayudaba en la tienda. Ahora debe repartirse, junto a su esposa, los turnos y algunas veces tienen que cerrar para hacerse cargo de una niña y un pequeño hijo, que son parte de la familia. “Es una competencia desigual. Uno se pregunta, como tendero, al ver procesos de locales de mediana superficie, si vendiendo un producto a $900, que a mí me llega a $1.000, no le están ganando, pero sí absorbe la clientela y quema a los que hacen el proceso de gastos fijos. ¿Quién regula eso? ¡Nadie!”, respondió el líder gremial.

Tienda de José Furque, centro de Bogotá.
Foto: Juan Camilo Parra

Con libreta en mano, Guillerma Ordóñez contabiliza uno por uno los productos del escaparate más próximo a la caja. Cojines de champú, cubos sazonadores y refrescos en polvo son algunos de los productos que cuelgan en la pared y son los que más se venden. En contraste, las libras de arroz, granos y hasta los detergentes reposan en una gaveta a ras de piso, haciendo difícil percibirlos a simple vista.

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“Lógicamente sigo trayéndolos, porque da pena que una tienda de barrio no los tenga, cuando los preguntan, pero rara vez los vendo. Ahora la gente los compra en el D1 o en el Ara, porque les vale hasta $1.000 menos. Cuando me dicen eso, les respondo que es imposible venderlos a ese precio, porque entonces perdería plata”, explica. Además, relata su desventura al mismo tiempo que se pregunta, tanto para ella como para los presentes, de qué forma ese tipo de superficies logran reducir tanto sus precios.

La explicación parece tenerla doña Nubia, la tendera que con la venta de helados rompió una sequía de varias horas sin vender tan siquiera una caja de chicles. “Lo que ocurre es que los proveedores les hacen descuentos, porque venden al por mayor. Yo, por ejemplo, le compro al distribuidor de lácteos unas 20 bolsas de leche, 16 yogures y unos ocho paquetes de queso. En el ARA entran por centenas y hasta por cajas, en donde el precio de venta es mucho menor”.

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Precisamente, entre los productos con más largas temporadas de espera en sus neveras destacan los derivados de lácteos, jamón y queso, y las gaseosas. Ambas tenderas recuerdan con nostalgia las épocas de fidelidad, en las cuales todos los vecinos del barrio iban a comprar esa clase de productos a su tienda, simplemente por la cercanía y la fuerza inherente, pero poderosa, de la costumbre. Pero en tiempos de racionamiento económico ese activo intangible se remonta no solo a la nostalgia, sino a la negación a cerrar la tienda para buscar otro porvenir. “Por supuesto que he pensado en cerrar la tienda, pero es un oficio en el que llevo muchos años y no podría dedicarme a otra cosa. Además, todavía tengo cuentas por pagar y no puedo darme el lujo de parar, así la tienda ahora produzca más pérdidas que ganancias”.

Guillermina, Nubia y el 30 % de los tenderos del país han tenido en la cabeza la misma idea de claudicar. Para el caso de la veterana tendera la posibilidad es remota, por cuanto ha encontrado algunas otras formas de fortalecer el negocio. “A veces vendo empanadas, fritos o cigarrillos por unidad a las personas que trabajan cerca. Eso me salva la patria, a veces”, menciona. Sin embargo, augura un cambio drástico en su negocio si la situación continúa. “Puedo liquidar la mercancía y volver esto una cafetería o restaurante de tiempo completo. No me cierro a la idea”.

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Guillermo Espinosa, administrador de empresas y especialista en logística de cadenas de abastecimiento, con 14 años de experiencia en el sector de las medianas y grandes superficies, menciona que la expansión de estas cadenas era inevitable. “Los modelos ‘hard discount’ precisamente se idearon para llegar a mercados de capacidades adquisitivas medias y bajas. Los sectores residenciales de estratos 1, 2 y 3 tienen todas las características de compatibilidad con este modelo, que ha triunfado y que se expande de forma inherente”.

Aunque el experto reconoce que es una pelea de David contra Goliat, en los términos actuales, sentencia que el camino de la regulación, como se ha planteado desde algunos sectores, es inconveniente. “Regular el mercado siempre encarece los costos, sacrifica empleos y termina generando más daño del que intenta reparar. Aquí lo que se necesita es una política pública enfocada en los tenderos, para que puedan diversificar su margen de mercado e incorporar herramientas que los hagan más competitivos”.

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Adicional a los supermercados, cambios en los hábitos de consumo, como el auge del comercio electrónico y la preferencia por las entregas a domicilio son otros fenómenos que ponen a la tienda de barrio en aprietos. Hay también dificultades en el acceso a financiamiento, pues muchos tenderos no pueden acceder a créditos y esto termina, lamentablemente, a que algunos recurran a peligrosos créditos informales, como los gota a gota. A algunos los asfixian los impuestos, pues a pesar de ser pequeñas tiendas, deben contar con registro en Cámara de Comercio y otros requerimientos semejantes al de una empresa.

Más que una tienda

Las tiendas de barrio guardan otro agregado de valor: el arraigo cultural y la conexión con el o la tendera del barrio, que trasciende las dinámicas económicas que rodean el tener este tipo de negocios. “El tendero no solo vende productos y servicios, es el vecino que a veces fía cada vez menos, porque no puede tanto. Pero fía, recibe las llaves, hasta recibe a los niños. Es el psicólogo de la señora que tiene $3.000 para almuerzo y tiene que completarlo para sus hijos. Ese es don Pedro, es don Juan, es una persona de carne y hueso que forma parte de nuestra comunidad. Es, normalmente, un líder en nuestra comunidad que todo el mundo conoce”, dice Héctor Galindo. Furque, por ejemplo, descuenta algunos pesos por cigarrillos y deja que le paguen después por transacción digital cuando a un cliente no le sirve la internet allí.

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Actualmente, la supervivencia de las tiendas depende de ese arraigo y de la capacidad del Gobierno de reconocer al pequeño comerciante, a través de líderes gremiales como Héctor Galindo, quien con equipos de la nación adelanta proyectos de ley para proteger a los tenderos. Algunas de las iniciativas están dirigidas a mejorar el acceso a financiación y microcréditos, programas de capacitación empresarial, proyectos estratégicos desde entidades como el Ministerio de Minas y Energía, el Ministerio de Comercio, Prosperidad Social, entre otros.

Para 2025, la Secretaría de Desarrollo Económico prevé fortalecer las capacidades de 1.381 actores de la cadena de abastecimiento, de los cuales 1.251 cupos están destinados específicamente al fortalecimiento de las capacidades de los comerciantes minoristas de alimentos en Bogotá. Asimismo, para 2027, tiene como objetivo haber fortalecido a un total de 5.000 actores dentro de la cadena de abastecimiento de la ciudad, consolidando así su compromiso con el desarrollo económico y la mejora de la seguridad alimentaria en la región.

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Espinosa añade a su análisis: “Se puede comenzar con la facilitación en el acceso a mecanismos de pagos virtuales, con mejores condiciones a las actuales. Un tendero la piensa dos veces antes de implementar algo tan sencillo como un datáfono, porque o las tasas de uso son muy altas o el trámite es engorroso y complejo”.

Furque, doña Nubia, Guillermina y miles de tenderos son más que dueños de una tienda para sus comunidades. Y saben también a lo que se enfrentan. “La tienda de barrio, que no se transforme, va a desaparecer. Han cambiado muchas cosas, muchos botan la toalla, porque no ven los cambios, pero hay pequeñas cosas que hacen la diferencia. Nosotros también podemos jugar al mismo juego del OXXO para no morir”, concluye el dueño de Carrefurque.

Tienda de José Furque, centro de Bogotá.
Foto: Juan Camilo Parra

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Por Miguel Ángel Vivas Tróchez

Periodista egresado de la Universidad Externado de Colombia interesado en Economía, política y coyuntura internacional.juvenalurbino97 mvivas@elespectador.com

Por Juan Camilo Parra

Periodista egresado de la Universidad Externado de colombia con experiencia en cubrimiento de orden público en Bogotá.jparra@elespectador.com
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