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El piano que iba a ser censurado

El pasado mes de enero sus vecinos le interpusieron una querella por sus largas prácticas.

María Camila Peña

14 de febrero de 2009 - 01:00 a. m.
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Las melodías de Chopin comenzaron a rondar la mente de Miguel Panesso cuando tenía ocho años. Desde entonces, sus manos de dedos alargados, como suelen ser las de los pianistas, se han acostumbrado a tocar durante horas las melodías de un repertorio que comienza en la época del barroco, pasa por el clasicismo, el romanticismo y finalmente llega hasta el siglo XX.

En su estudio en la calle 83 con tercera, Chapinero, este joven de 17 años —nieto del reconocido escritor y cronista colombiano Antonio Panesso Robledo, autor de la columna Pangloss— se sumerge en épocas distantes y con sus melodías recuerda a aquellos grandes maestros que como él decidieron entregarle su vida a la música. Cada mañana Panesso toma su lugar. Acomoda las partituras y comienza a deslizar sus manos suavemente sobre las teclas blancas y negras del instrumento que se ha convertido en su confesor.

Cada movimiento es sincrónico, preciso, determinado. Sus ensayos deben durar por lo menos cinco horas. Comenzó a practicar de forma disciplinada cuando un pianista profesional le recomendó a sus padres que lo llevarán a clases de música. En 2004 se integró al conservatorio de la Universidad Nacional, donde ha participado de diferentes conciertos. Es tanto su talento que hasta las directivas del Gimnasio Moderno, colegio donde cursa sus estudios,  le permitieron dejar de asistir a algunas clases para cumplir con sus rutinas como músico.

Con el tiempo, lo que para Panesso se convirtió en una pasión incontrolable, para sus vecinos es hoy la peor de las pesadillas. Oír los agudos acordes del piano, su resonar y sus vibraciones ha terminado por desesperarlos. El pasado 21 de enero, después de cartas y encuentros, los Panesso fueron citados a la Estación de Policía de Chapinero por sus vecinos, con el objetivo de llegar a un acuerdo sobre los horarios en que el joven artista debía practicar su música.

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“Los vecinos no estaban contentos con las constantes practicas de piano de Miguel. Lo que sucede es que en este caso, además del ruido del que se queja la comunidad, que por cierto no pasa los decibeles permitidos por la ley, se está viendo vulnerado el derecho al libre desarrollo de la personalidad del joven”, explicó Andrés Briceño, el abogado que maneja el caso.

La propuesta que se hizo ese día fue que el joven tocara de jueves a viernes de 8:00 a.m. a 5:00 p.m., los sábados desde las 9:00 a.m. hasta el mediodía y que no practicara el piano los domingos ni los días festivos. “Cuando nos citaron en la estación de policía yo llegué e intenté hablar con las vecinas, pero ellas no me dejaron estar en la audiencia porque supuestamente ya había comenzado”, dijo Panesso.

A pesar de que El Espectador intentó hablar con los vecinos afectados, éstos prefirieron no pronunciarse sobre el tema, aludiendo que se trata de un problema privado que viene desde mucho tiempo atrás y que no debe ser público.

 “Cecilia Casas, la maestra de Miguel, dice que él es un niño prodigio como lo fue también Chopin en su época. De hecho, este fin de semana viaja a un pueblo cerca de Viena, llamado Einstadt, donde se va a preparar para después presentarse a la Universidad de Música y Arte Dramático de Viena”, dijo Clara Eugenia Pérez, su madre.

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Las mismas melodías que en otras épocas hicieron regocijar a damas y señores en los salones de baile europeos, son ahora la razón de disputa entre un grupo de vecinos que pide por su tranquilidad y un joven prodigio de la música para quien tocar el piano se ha convertido en la razón de su vida.

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Por María Camila Peña

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