Un extraño fenómeno se registró en Bogotá, entre enero de 2020 y el 31 de julio de 2023, que alertó a los forenses del Instituto de Medicina Legal. En varias autopsias, detectaron en algunas víctimas de muertes violentas rastros de barbitúricos. La situación despertó la curiosidad de una especialista, quien ahondó y halló una modalidad de tortura y homicidio, que daría nuevas pistas del actuar criminal en la capital.
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En el periodo de la investigación se contabilizaron 2.895 homicidios, tiempo en el que el crimen organizado mostró su peor rostro en Bogotá, dejando cadáveres, con signos de tortura y envueltos en bolsas. Fue en las inspecciones que descubrieron dos sustancias, que poco se encuentran juntas: fenitoína y pentobarbital, de la familia de los barbitúricos.
“Percibimos un patrón: las víctimas llegaban con lesiones en los antebrazos y daño en los tejidos alrededor de los sitios de punción. Además, de golpes, raspaduras, signos de amarre y, en algunos casos, de violencia sexual”, dijo María Luisa Amador, especialista en Medicina Forense de la U. Nacional.
De los homicidios registrados entre 2020 y 2023, la indagación inicial se concentró en 599 casos a nivel nacional, para determinar si correspondían a un patrón nacional; la lista bajó a 124, que referenciaban “barbitúricos”, y, finalmente, se determinó una modalidad clara en 22 casos en Bogotá (16 hombres y 6 mujeres, entre 18 y 41 años). “Los barbitúricos, históricamente, se han asociado a la tortura farmacológica y con este estudio se observó que, en efecto, la aplicaron a las víctimas”, contó Amador.
El rastro
Un recuento de los homicidios de los últimos cinco años en Bogotá muestra que los casos pasaron de 1.051 casos en 2020 a 1.207 el año pasado, la más alta en ocho años. Y en medio de este universo, los 22 casos en los que se concentró la investigación representan apenas el 0,7 %, pero muestran un modo de tortura que escasamente se documenta en el contexto criminal capitalino.
Amador Salazar los documentó y determinó que todos los cuerpos los abandonaron en zonas baldías: seis en Ciudad Bolívar y siete en Usme, hallados en carreteras sin vigilancia y bosques apartados. La cruda escena se repitió en San Cristóbal (3 veces). en Santa Fe (2), en Rafael Uribe (dos), Kennedy (1) y Puente Aranda (1). Pero, ¿quiénes eran? ¿Qué se encontró en sus cuerpos?
Entre las víctimas había recicladores, conductores, peluqueros, habitantes de calle y comerciantes informales, de los cuales, 17 tenían anotaciones por temas relacionados con drogas. Sobre la nacionalidad, 14 eran colombianos, siete venezolanos y uno sigue sin identificar. Todos estaban en edad productiva: en el caso de los hombres, el 44% tenían entre 18 y 23 años; 31%, entre 24 y 29 años; 13%, entre 30 y 35, y solo dos superaban los 36 años (12%). De las mujeres, dos tenían entre 18 y 23 años; dos, entre 24 y 29 años, y dos, entre 36 y 41 años.
En otros detalles, de los 22 casos, cuatro presentaban dos tipos de traumas letales: proyectil de arma de fuego y la “punción” o inyección letal de barbitúricos. “Cuando se encontraron, solo les faltaban los documentos. Sus pertenencias estaban intactas, lo que descarta el homicidio por hurto. Quitarles los documentos, en realidad, era para retrasar su identificación”, indica el estudio.
Algo que llama la atención es que mientras la información inicial de las autoridades fue que los cuerpos los hallaron en la “escena primaria”, es decir, donde se consumó el crimen, pero la inspección dice otra cosa. “En las escenas no hallaron manchas de sangre, que coincidieran con las lesiones en los cadáveres, ni jeringas, ampollas de medicamentos u otros elementos”, añade el documento de estudio.
Además, las señales en los antebrazos presentaban, no solo daños en los tejidos por la aplicación de la sustancia, sino indicios de que la aplicó alguien con rigurosidad y experticia. “Las canalizaciones en los accesos venosos las hizo, posiblemente, alguien relacionado con la salud o que tuvo apoyo. Idea reforzada por el uso de sustancias controlada, las cuales, además de ser letales, vulnera a la víctima, dejándola en estado de indefensión, doblegando su voluntad para una “tortura farmacológica”.
El “suero de la verdad”
En 1916 un periodista norteamericano acuñó el término “suero de la verdad” al registrar los avances del doctor Robert House, quien, tras experimentar con escopolamina como anestésico, había llegado a la conclusión de que las personas bajo efectos de los barbitúricos (preparado por primera vez por Adolf von Baeyer en 1864) podían sostener una conversación sin despertar y dar información veraz.
Los barbitúricos son un grupo de depresores sintéticos, que producen efectos variables desde la sedación con reducción de la ansiedad y la muerte por depresión respiratoria e insuficiencia cardiovascular. En los cuerpos, hallaron fenitoína y pentobarbital, que están sujetos a fiscalización internacional por el Convenio sobre Sustancias Psicotrópicas de 1971. “Esta mezcla solo se usa para la eutanasia de animales.”, apuntó la investigadora.
En los resultados forenses, destacó, que 15 casos fueron clasificados como “muerte debida a intoxicación con barbitúricos”. De esta porción, ocho presentaban concentraciones letales; dos, concentraciones tóxicas, y en otros dos, concentraciones terapéuticas. Añade Amador: “las sustancias fueron usadas como método de tortura, porque al ser administradas en las víctimas, alteraron su capacidad de tomar decisiones, lo que constituye un método de coerción de la autonomía y la dignidad”.
Nuevas formas de violencia
La necesidad de comprender qué hay de fondo en estos patrones de crimen, asociados a tortura farmacológica, y reforzar el rol de la investigación forense son dos de las conclusiones clave del estudio. “Es llamativo ver cómo la dinámica violenta en la ciudad va cambiando. Ver estos tipos de casos es demasiado inusual en víctimas de homicidios. Es un hallazgo muy significativo. El trabajo forense conjunto, la comunicación entre los peritos y los diferentes laboratorios nos permite hacer una integración de los casos y orientar a las personas que realizamos este tipo de estudios”.
En el ámbito de las investigaciones judiciales y en la protección de los derechos humanos, las conclusiones resultan valiosas a la hora de identificar y cortar el suministro o el acceso a estas sustancias, a los actores criminales. “Es importante buscar nuevos patrones de violencia, no solo en el país, sino en otras regiones como en Latinoamérica y ver cómo podría estar integrado con formas de violencia en otros países”, concluye la investigadora sobre este crudo y oscuro episodio de violencia que tuvo lugar en la capital colombiana.
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