Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Hace mucho tiempo, cuando Bogotá era Bacatá, los muiscas tenían un lugar en el que ofrendaban su danza y arte al sol, al agua, la tierra y el aire: un páramo que hoy es conocido como Las Moyas. Su nombre es una especie de homenaje a las piedras que abundaban en la zona, las cuales tenían cavidades por donde fluía el agua o la leche de Bachué. Toda esta historia está detrás del nombre que hoy tiene un proyecto de desarrollo comunitario y hábitat sostenible de los habitantes del barrio San Luis, en los cerros orientales de Chapinero, que desde hace doce años lidera Nicolasa Díaz junto a su esposo Mateo.
Nicolasa y Mateo llegaron al barrio en 2003. La pareja soñaba con una casa amplia, con jardín y alejada del centro de la ciudad. “Cuando vinimos no teníamos idea de los problemas de San Luis, como barrio marginal. Por ser ilegal (como muchos en los cerros orientales) no había inversión”, cuenta Nicolasa. Ver que en el barrio los niños se la pasaban en la calle, que incluso muchos, apenas con nueve años, eran responsables de los hermanos menores, la llevó a crear un espacio para que aprendieran tomando talleres de arte y del cuidado del territorio.
Empezó a ayudar a los niños y al mismo tiempo fue conociendo el territorio, el agua cristalina de la quebrada Morací y el río Teusacá. El cariño por ese ecosistema, privilegiado en la ciudad, la llevó a combinar la educación con el cuidado del medio ambiente en los talleres. Cuando menos pensaron, Mateo y Nicolasa tenían 30 niños aprendiendo con ellos, tuvieron que alquilar una casa y pensar en un nombre para esa experiencia de vida.
En 2004 se sumaron Germán y Lina, unos amigos que también soñaban con una transformación social. Entre todos abrieron el espacio soñado: una especie de ludoteca/hogar. Después de mucho debatir y luego de que Germán terminó una investigación sobre la importancia de los cerros orientales para los muiscas, quedó claro que debían honrar a los antepasados, que habían dispuesto todo para que ellos se encontraran. La llamarían Casa Taller Las Moyas.
“Tuvimos la conciencia de que somos actores sociales vivos, que tenemos que responder por un espacio y una comunidad”, cuenta Nicolasa. Lina, por su parte, recuerda que luego de las primeras visitas al páramo Las Moyas (junto al barrio San Luis en Chapinero Alto), comprendieron por qué ese espacio fue sagrado para los muiscas. “La gente decía que éramos locos, porque íbamos a la montaña y le pedíamos permiso para entrar. Pero no era raro que un tipo se emborrachara y le pegara a la mujer, ni que los niños estuvieran en la calle, ni el abuso sexual. Para muchos, eso era normal”, agrega Nicolasa.
Casa Taller comenzó a desarrollar criterios, como la inclusión y la autogestión, enseñándoles estas opciones a los jóvenes. Desde su comienzo, el espacio también estuvo ligado a la experiencia de vida por medio del cuidado de las plantas. El hospital de Chapinero y el Jardín Botánico José Celestino Mutis apoyaron la iniciativa con capacitaciones y así construyeron un invernadero, que ha ayudado a más de 300 personas a acercarse a la agricultura urbana. Casa Taller tiene una regla muy sencilla: el que trabaja en el cultivo, tiene derecho a comer de él.
Viviendo junto a otras 18.854 personas en esta zona, que hace parte de la reserva forestal de los cerros orientales, los cuatro precursores de Casa Taller lograron otra de sus metas: un hábitat sostenible. “Si somos parte de este territorio, ¿por qué no vamos a cambiarlo en el espacio que queremos?”, agrega Nicolasa.
Así desarrollaron la mesa ambiental “Hijas de Las Moyas” para recuperar el parque de la Zona M, el más grande del sector. También trabajaron en la recuperación y reforestación de la quebrada Morací, junto con la Alcaldía de Chapinero, Conservación Internacional y la participación de niños y jóvenes del sector.
Una de las amenazas que hoy tiene el sector es la construcción de condominios como Bosques de Encenillo y Prados del Este, encima de cuatro acueductos comunitarios, que dejaron algunas veredas sin agua. Estas edificaciones se han hecho en zona del municipio de La Calera y por ello las licencias las ha dado la alcaldía de ese municipio.
Casa Taller ha logrado cumplir objetivos como cuidar y enseñar a los niños, jóvenes y adultos mayores de San José, promoviendo talleres útiles para la vida escolar y laboral. También ha trabajado con criterios de un hábitat sostenible y logrado la independencia económica. Pero si les preguntas a los niños que llegan allá todos los días, encontrarás que su éxito radica en que sencillamente este es un lugar para hacer amigos.
*La historia de la Casa Taller también hace parte de la publicación “¡Así se vive en los cerros!”, de la Secretaría de Planeación Distrital.