Eran las 12, hora de la cita para el concierto, y aún no había quórum al frente del Congreso de la República. Algunos curiosos se acercaron al escuchar música, pero muchos de ellos no sabían por qué estaba instalada una tarima con grandes cajas de sonido en medio de la Plaza de Bolívar. Poco a poco se fueron conociendo los motivos y se iba llenando el espacio.
La razón empezó el pasado 31 de diciembre cuando, al frente de Carulla de la calle 85, murió desangrado Juan Pablo Arenas después de que lo hirieran esa madrugada por atracarlo. Meses atrás el joven periodista había entrevistado a Diego Abril, integrante de una banda juvenil. Cuando el músico escuchó la noticia abrió un grupo en Facebook para que los jóvenes se unieran en contra de la violencia. Este deseo se materializó en “La fiesta por la vida”.
“La idea es que las miles de personas que van a venir hoy se lleven un mensaje de convivencia, respeto y tolerancia para que lo retransmitan y empiece a funcionar esa cadena”, dijo Abril, cuyo grupo en la red social ya tiene 4.000 miembros.
La fiesta, organizada por varios medios juveniles como la revista Shock, Radioactiva, Los 40 principales, Cartel Urbano y otros cuantos, se inauguró con un himno nacional que nunca antes se había escuchado. Los diferentes artistas que dejarían su alma en el escenario esa tarde se subieron a la tarima y combinaron el patriótico coro con intervenciones eufóricas animando a la multitud a que contribuyera por un país sin violencia.
El espectáculo se hizo a la carta. De entrada se presentó un grupo de break dance, integrado por jóvenes de Ciudad Bolívar, que encontró en esta cultura una forma de alejarse de la violencia. Después las horas transcurrieron al son de Pornomotora, Doctor Krápula, Mauricio & Palo de Agua, Ratón Pérez, Nawal, entre otros artistas de diferentes géneros.
Mientras unos se divertían entre el ritmo y el ‘pogo’, los padres de Juan Pablo Arenas y la madre de Évelyn Rivas, joven empresaria también asesinada con arma blanca, sostenían las fotos inmensas de sus hijos con vida. Las lágrimas acariciaron sus rostros más de una vez. Aun así estaban agradecidos, este era un gran homenaje que pretendía que los actos violentos dejaran de acercar la muerte cuando nadie la esperaba.
Con lentes oscuros para disimular la hinchazón de sus ojos y un cigarro que mantuvo prendido para evitar el temblor que le causa hablar de su hija Évelyn, Teresa Enríquez apoyó el evento para no dejar que otras madres sientan ese mismo dolor que la embarga a ella. En ese momento los asistentes dejaron de ser curiosos. Estaban saltando, gritando, cantando. Otros lloraban. Sin embargo, todos estaban unidos sin importar cuál fuera su moda o gusto musical. Finalmente, entendieron el mensaje de convivencia y respeto de esa gran fiesta.