Bogotá y Latinoamérica envejecen a ritmos acelerados. Nuevas y mayores necesidades de servicios y una transformación en la salud son los principales retos para las ciudades, un tema que fue la discusión principal en una de las jornadas del IX Congreso de Salud Pública que realizó Bogotá. Allí, expertos de la región analizaron el panorama latinoamericano de envejecimiento; la necesidad de elaborar políticas públicas, y cómo cada generación participará en su propia vejez desde sus ciudades.
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Cifras preliminares del DANE señalan que para 2024 en Colombia se registraron 453.901 nacimientos, lo cual plantea una reducción de 31,3% con respecto a hace una década. Además, el envejecimiento acelerado, también impactará la economía. Según el Banco de la República, habrá una disminución de personas en edad de trabajar frente a las de edad de pensión, pasando de 4,6 en 2018 a 1,7 en 2060.
Retos de la región latinoamericana
Paula Forttes, trabajadora social con formación en gerontología, procesos colaborativos y gerencia de servicios sociales y de salud, tiene más de 25 años de experiencia profesional en políticas públicas de envejecimiento. En su paso por Bogotá en la XI Jornada Distrital de Epidemiología y Salud Pública, la investigadora habló con El Espectador.
América Latina envejece rápidamente. ¿Qué desafíos implica eso para la región y cómo se aborda este proceso?
América Latina envejece a una velocidad muy rápida en estos últimos 30 años y en escenarios donde hay bastante precariedad respecto de la seguridad social y la protección social. Por lo tanto, tenemos desafíos similares respecto al envejecimiento, pero diferentes respecto a cómo lo abordamos. En el caso de ahora, creo que la experiencia europea después de la pandemia también pone de manifiesto la necesidad de trabajar los temas del envejecimiento como oportunidad y trabajar mucho el concepto de comunidad.
Las personas mayores hoy día son diferentes: llegan a los 60 años en infinitamente mejores condiciones que nuestros padres o abuelos. Tienen por delante, como digo yo, 30 años, y esos años deben tener propósito. Creo que hay desafíos para la política que no son solo la atención en salud o los cuidados que puede necesitar un 20% del total de los mayores, sino también la participación activa, el propósito, la vinculación.
¿Cómo analiza el panorama en Colombia?
Un país como Colombia, o específicamente Bogotá, donde en unos años más vas a tener tres personas mayores de cada diez, no va a poder seguir creciendo si no empieza a incorporar a los mayores: reteniéndolos en el trabajo, buscando que desempeñen roles activos en educación, salud, seguridad y otros ámbitos. Este escenario del retiro o de jubilarse y retirarse parece poco posible de mantener. Además, debemos pensar en un escenario donde las personas transiten hacia la jubilación y no que, de repente, se encuentren fuera del sistema.
¿Y las políticas públicas?
Ese es otro aspecto. Las políticas públicas han estado muy centradas en la actividad, y eso ha sido muy importante, porque desde los años 90 hasta hoy, las distintas instituciones que han abordado programas y políticas se han enfocado en generar actividad para las personas mayores. Y eso ha sido muy valioso porque la actividad mejora la salud, etcétera. Pero creo que nos hemos quedado cortos: tenemos que empezar a pensar en el propósito. Es decir, debemos convocar a los bogotanos a un desarrollo activo con propósito en su vejez, porque eso se traduce en satisfacción, en disfrute, y eso impacta directamente en la salud. Eso está demostrado.
El escenario de envejecimiento de nuestro continente es un logro civilizatorio, y para que siga siéndolo tenemos que ver cómo nos adaptamos: cómo adaptamos las políticas públicas, cómo adaptamos las ciudades para que sean espacios de oportunidad.
¿Qué necesidades tienen los adultos mayores? ¿Tienen alguna particularidad en Latinoamércia?
Una persona mayor debe poder disfrutar caminando, participando, yendo a actividades, cumpliendo roles, desarrollando voluntariado o trabajando, sin encontrarse con barreras arquitectónicas, sin que falten bancas, baños, o que las baldosas sean peligrosas.
Pequeños detalles son muy importantes para que la ciudad dé oportunidades. Hoy hemos construido una ciudad para gente joven, específicamente pensada para un hombre de no más de 25 años, generalmente de formato nórdico. Pero nuestras ciudades no tienen ese perfil.
Primero, no tenemos ese formato; segundo, hay más mujeres que hombres; y tercero, somos una sociedad envejecida. Por lo tanto, debemos pensar en una ciudad diferente, que acoja y de oportunidades. Me parece muy interesante lo que se está desarrollando desde la Secretaría de Salud. Trabajé con ellos en 2023 para abordar el problema del abandono hospitalario. Están trabajando en un modelo socio-sanitario que va a permitir un abordaje en ese ámbito de maltrato a personas mayores, que es tan doloroso.
¿Qué destaca de las políticas de Bogotá?
Escucho que están trabajando respecto de pensar una Bogotá que camina segura, que entiende que la salud es más que medicamentos o bata blanca —que hay que articular la oferta social, cultural, e incorporar a la ciudadanía mayor—, creo que van por el camino correcto, seguro con muchos retos. Ojalá podamos convencer a más personas de que esto no es un tema de los mayores. Es un tema tuyo, mío y de cada persona que camina hoy por Bogotá. Con certeza vamos a llegar a los 80 años; nuestros hijos a los 90; y nuestros nietos a los 100. Tenemos que pensar en una ciudad que los acoja.
En esa línea, ¿qué experiencias o instrumentos aplicables conoce en la región o en Colombia que valga la pena destacar?
La OMS ha sido clara respecto de las orientaciones para enfrentar el edadismo como una urgencia (la discriminación por edad) y sobre la necesidad de construir ciudades amigables con las personas mayores, porque una ciudad amigable con ellos, es amigable con todos sus habitantes. Pero cuando pensamos la ciudad, también hay otras herramientas. Por ejemplo, está la experiencia de la consultora británica ARUP, que ha desarrollado una metodología para construir ciudades adaptadas al envejecimiento. Hay experiencias en distintos lugares, y cada día estamos más convencidos de que el envejecimiento se juega en el territorio. El territorio debe ser el espacio para fortalecer comunidad, vínculos, establecer roles nuevos y fomentar el disfrute, porque los seres humanos estamos más sanos y satisfechos en la medida en que disfrutamos la vida y tenemos menos miedo.
¿A qué miedos se refiere?
El miedo es rentable: genera una industria que te vende. El miedo a la vejez y a las arrugas sostiene una industria cosmética de miles de millones; el miedo a la inseguridad. Entonces, debemos empezar a escuchar a los mayores, eso es fundamental.
¿Cuál es el rol de cada generación?
Cada generación es diferente: lo que querían nuestros abuelos es muy distinto de lo que quieren nuestros padres, lo que queremos nosotros y lo que querrán nuestros hijos. Hay que construir con ellos. El elemento participativo es clave: que cada generación defina cómo quiere vivir sus últimos años, cómo quiere pensar su ciudad y cómo colabora en eso. Debemos pensar en la gente mayor activamente trabajando en esto, no como usuarios beneficiarios, sino como ciudadanos de derecho en pleno ejercicio.
Hay experiencias de trabajo en materia de cuidado, en territorio, experiencias europeas, de co-living (personas que se van a vivir juntas), de co-housing cooperativo, de programas de desempeño de roles, de mantención en el trabajo, etcétera. Pero más allá de las experiencias, creo que abordar el envejecimiento tiene un elemento cultural de pertenencia territorial particular.
¿Puede explicar eso último?
Son los mayores de Bogotá quienes tienen que construir su forma, porque cuando uno recoge modelos de afuera generalmente se topa con problemas de financiamiento o de adecuaciones culturales. Miremos todas las experiencias, pero construyamos con los técnicos, los profesionales y las personas mayores. Además, tengo la impresión de que Bogotá va muy avanzada en ese sentido. Han tenido la experiencia de las manzanas del cuidado, hoy tienen el plan socio-sanitario, y están construyendo un modelo de planificación urbana en el envejecimiento. Son tres elementos de punta de lanza, no solo para Colombia, sino para América Latina.
Hacia un modelo “sociosanitario” para Bogotá
La capital enfrenta muchos retos para ser una ciudad amigable con los adultos mayores. Desde el sector Salud, que lidera la estrategia para que la ciudad piense en sus viejos, incentiva un modelo “socio-sanitario”, es decir, un modelo de servicios o políticas que atienden simultáneamente las necesidades médicas y las condiciones sociales de la población mayor.
Así lo explicó a este diario, Gerson Bermont, secretario de Salud: “no solo desde la salud, sino desde todo el distrito y todos los sectores, debemos entender que es una realidad de ciudad: el envejecimiento y la vejez harán que como sociedad seamos una sociedad adulta, y en ese sentido tenemos que aprender a envejecer”.
Añadió que esta “es una política para aprender a envejecer. En ese sentido, la política de envejecimiento y vejez es una política integral donde todos los sectores debemos sentarnos a repensarnos: la academia, la industria, la economía, las vías. Tenemos que repensarnos y fortalecer, con mayor profundidad, las acciones que debemos emprender como ciudad”.
Un primer ejercicio está siendo implementado con poblaciones más vulnerables de la capital, mientras se termina de diseñar el componente que permitirá planear las acciones para que los adultos mayores tengan una política pública a futuro, y que las generaciones actuales, comiencen desde ya a participar activamente en la construcción de su vejez.
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