En diciembre sucedió lo que estaba cantado. No solo para Bogotá, sino para muchas ciudades alrededor del mundo. El relajamiento de las medidas de bioseguridad, el cansancio acumulado tras un año de frustraciones por la pandemia, las vacaciones, las fiestas, los encuentros familiares, los abrazos... llevaron irremediablemente a un incremento en el conteo de casos positivos de COVID-19 y una demanda mayor de unidades de cuidados intensivos. Traicionamos el mantra de las tres C que se repetía desde el principio de la pandemia: evitar los lugares cerrados, concurridos y contactos cercanos.
En Francia, toques de queda en la noche. Confinamiento total en Escocia. Alemania volvió a pedirles a sus ciudadanos que se encerraran en sus casas, igual que al otro lado del Atlántico, en la ciudad de San Francisco, lo hicieron las autoridades de salud. La lista de lugares y medidas es larga. En Colombia, desde Cali hasta Barranquilla, regresaron las órdenes para reducir de alguna manera la movilidad y el contacto social.
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Bogotá no fue la excepción. Los casos comenzaron a aumentar día tras día en diciembre y en las unidades de cuidados intensivos se fue asomando la pesadilla de siempre: que no alcancen los recursos para todos los pacientes que los requieran. Ayer, la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, antes de anunciar que la ciudad entraba en alerta roja tras llegar a un 85 % de ocupación en las UCI, intentó explicar por qué llegamos a este punto. El problema es que lanzó hipótesis e hizo deducciones ligeras que rápidamente fueron controvertidas por virólogos, epidemiólogos y hasta el mismo Instituto Nacional de Salud.
Según la alcaldesa, este segundo pico de la pandemia tiene algo anormal: “Este comportamiento atípico de la última semana epidemiológica muestra que hay algo adicional al incremento de contactos e interacciones que tuvimos en diciembre”. Ese factor “atípico”, según ella, sería la irrupción de la variante del coronavirus detectada en diciembre en Inglaterra y bautizada B.1.1.7. “Seguramente viajeros que llegaron en diciembre de Europa y Reino Unido traían la nueva cepa”, dijo. Aunque fue clara en reconocer que aún no ha sido identificada la nueva variante en Colombia, para ella y su equipo de asesores las pistas son bastante sugerentes: aumentó drásticamente el número de casos positivos, se detecta mayor carga viral y ven un incremento en Usaquén -que sería la localidad que recibe más viajeros del exterior-.
Todas sus afirmaciones fueron rápidamente cuestionadas por expertos que trabajan en epidemiología y virología. Los primeros en reaccionar fueron los voceros del Instituto Nacional de Salud, quienes aclararon que en Colombia aún no hay ninguna certeza de que la variante británica esté o no circulando. “Sin embargo, lo que el muestreo sí permite afirmar es que aún si estuviera, es poco probable que sea responsable del 10 % o más de los casos y, por lo tanto, no explicaría en este momento la situación de Bogotá”, anotó la directora del Instituto, Martha Ospina.
“No existe ninguna evidencia científica de que la aceleración de la transmisión en Colombia se pueda atribuir a la nueva cepa británica”, comentó Julián Fernández Niño, director de epidemiología del Minsalud.
De hecho, en Dinamarca, un país que recibe una gran cantidad de viajeros del Reino Unido y donde existe un sólido sistema de monitoreo para ver la evolución del nuevo coronavirus, se detectó recientemente la presencia de la variante británica, pero solo hasta dentro de 40 o 50 días se podrá saber si en realidad se convierte o no en la variante dominante. La frecuencia de la nueva variante pasó del 0,2 % de los genomas secuenciados a principios de diciembre al 2,3 % tres semanas después. Así que ante datos todavía débiles no hay otra opción que esperar.
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El virólogo colombiano Julián Villabona-Arenas, investigador radicado en Londres, ha seguido de cerca los debates científicos sobre la variante británica. “No podemos confirmar una asociación sin datos genómicos”, explica. Una tarea en la que por cierto Colombia es muy débil, como lo recordó Juan David Ramírez, profesor de la U. del Rosario y presidente de la Asociación Colombiana de Parasitología y Medicina Tropical. Mientras en Reino Unido se han hecho 150.000 análisis de genomas al SARS-CoV-2 para ver cómo va cambiando, en todo Suramérica solo existen 3.576. “Aunque se describa esa variante en Reino Unido hay más de 800 variantes en este momento circulando por el mundo. De hecho, pueden existir variantes únicas en Suramérica incluso mucho más transmisibles y no lo sabemos”, añade Ramírez.
Para asociar la aparición de una nueva cepa a un aumento de atípico de casos, dice Villabona-Arenas, es necesario por un lado hacer los análisis genómicos de los que habla su colega Ramírez, pero además contar con datos de movilidad de la población para comprender hasta qué punto se puede atribuir o no un efecto mayor de contagio y no al comportamiento humano.
Para Ramírez, “es irresponsable salir a decir ese tipo de afirmaciones”. Aunque la variante británica ya circula en más de 25 países, y Colombia podría ser uno más, es apresurado atribuirle esta segunda ola de casos después de unas semanas en las que cambió drásticamente el comportamiento de la población por los encuentros de diciembre.
Ante el argumento de mayor “carga viral” (concentración del virus) entre los bogotanos, esgrimido también por Claudia López, Ramírez responde que “es un error gigante, porque no se sabe si esta variante genera mayor carga viral y, además, la carga viral está asociada con muchos factores, como respuesta inmune, genética de las personas, factores nutricionales, edad, entre otros”. “Mientras que la trayectoria de la pandemia en 2020 fue bastante predecible, creo que ahora estamos entrando en una fase impredecible como resultado de la evolución del virus”, dijo recientemente a la revista “Science” Jeremy Farrar, experto en enfermedades infecciosas que dirige la organización benéfica de investigación biomédica Wellcome Trust en Londres.
En Colombia, epidemiólogos y virólogos coinciden en que la mejor forma de hacerlo es impulsar y fortalecer la investigación para contar con mejores datos y tomar mejores decisiones.