Adentrarse en la Carrera Séptima es recorrer los rostros de una ciudad que pasa por un momento de inflexión: la conciliación entre los valores cosmopolitas y el reconocimiento de una vieja Bogotá, que vive a través de edificaciones patrimoniales, que datan de hace más de 400 años y que intentan dialogar con la arquitectura y cultura posmodernas.
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En ese recorrido, uno de los puntos clave va desde la calle 19 hacia el norte, un tramo que, a medida que se avanza, va dejando a esa Bogotá popular, que vive entre la venta de carajillos callejeros, la presencia de cachivacheros y la última hilera de emboladoras. Y escondida entre las ventas informales de la calle 20, resalta la Iglesia de Nuestra Señora de Las Nieves, con su fachada que atrae las miradas de los transeúntes, no tanto por su arquitectura neorromántica, sino por sus característicos colores.
La iglesia, inaugurada en 1581, hoy atraviesa un proceso de renovación integral de fachada, como parte de un proyecto del Instituto de Patrimonio Cultural (IDPC), entidad que, con un pequeño equipo y reducido presupuesto, planea intervenir al menos 200 edificaciones patrimoniales antes de terminar 2025. Aunque es una cifra mínima, teniendo en cuenta que en la ciudad hay 6.578 BIC (Bienes de Interés Cultural), esta es una de las más necesarias, ya que es un punto considerado de “transición” en la carrera Séptima.
El segundo templo más antiguo
Después de la Catedral Primada, la iglesia de Las Nieves es la segunda más antigua de Bogotá. Data de 1581 y queda en la esquina de la carrera 7 con calle 20, justo al frente de la plazoleta de Las Nieves, construida en 1587. El templo comenzó como ermita y su nombre se debe a la devoción de sus benefactores a la Virgen de Nuestra Señora de Las Nieves.
No obstante, la estructura que hoy está en pie ha atravesado por varios procesos de reconstrucción y renovación: el más contundente se dio tras el terremoto de 1917, que afectó la estructura colonial, lo que obligó a demolerla en 1922 y reconstruirla en 1937, con el diseño del arquitecto Arturo Jaramillo. Allí adoptó su estilo románico-bizantino que la caracteriza.
Lo curioso es que, en este punto del icónico corredor peatonal, han quedado atrás la mayoría de bienes inmuebles de interés cultural visibles, que se observan en el sector de La Candelaria. En su lugar, esta iglesia está rodeada de comercios populares y grandes franquicias. Asimismo, sus alrededores contrastan con las edificaciones modernas como el B de Bacatá, ubicado a cuadra y media, o modernas estructuras residenciales para estudiantes como The Spot, en la calle 21 con carrera 5.
Aunque cualquier transeúnte se percata al instante de la imponente iglesia, es inevitable notar cierta contradicción en su nuevo ecosistema. Esta es una de las razones por las cuales el IDPC viene tramitando su recuperación desde hace dos años. Así lo cuenta Tatiana Moreno, coordinadora del equipo de intervención de fachadas del Instituto Distrital de Patrimonio:
“Las Nieves, desde hace mucho tiempo, ha sido un territorio que requiere apoyo patrimonial. Es una zona de síntesis entre la ciudad antigua y la moderna, con dinámicas que han ido cambiando y que exigen atención especial, debido a múltiples factores de deterioro”, dijo a El Espectador.
Miguel Ángel Pardo, historiador de la Universidad Javeriana, subraya que este barrio, al que la iglesia le dio su nombre, desempeñó un papel crucial en el proceso de formación y expansión de Bogotá. Su localización, en la margen norte del antiguo río San Francisco, lo convirtió en un espacio de transición entre el primer núcleo fundacional y las rutas que conectaban la ciudad con otras regiones, como la vía hacia Tunja.
“Esta posición lo hizo atractivo para el asentamiento temprano de actividades económicas, religiosas y sociales, porque se configuró como una suerte de bisagra urbana, entre el centro administrativo y los sectores populares emergentes”.
Sobre las condiciones actuales del barrio, analizó: “estas tensiones no emergen de forma espontánea, sino que son el resultado de una prolongada marginación institucional durante el siglo XX, cuando el barrio quedó al margen de las políticas de desarrollo aplicadas a otros sectores de la ciudad, que alteraron su tejido social y espacial, sin integrarlo plenamente al proyecto urbano dominante”.
Fachada histórica
Las labores del Equipo de Fachadas son constantes por las conocidas tensiones que se libran en el espacio público: grafiti, “puntos sanitarios” y hasta palomas, afectan las fachadas capitalinas. La particularidad de estos inmuebles, a comparación de monumentos y esfinges, es que tienen un administrador o propietario, que tiene la responsabilidad de cuidarlo. Es decir, el IDPC debe concertar con una administración, porque cada estructura tiene un “doliente”.
Sin embargo, cuando hablamos de las fachadas patrimoniales, “el paisaje es de todos”, dice la directora del equipo de fachadas. Y agrega: “la conservación de nuestro paisaje urbano es responsabilidad del Distrito, en la medida en que su buen estado garantiza el buen estado de la ciudad”. Esto implica una presión más directa con un intermediario, pero eso no implica que el intermediario la tenga fácil.
En el caso de la iglesia, para llegar a esta intervención fueron dos años de diálogo con el párroco del templo. El trabajo comenzó por identificar las afectaciones. La experta menciona, incluso, los “costos sanitarios”, porque es una zona en la que el flujo de habitantes de calle, desechos de vendedores y hasta “el uso del espacio público como lugar de expresión social y política a través del grafiti” (una de las mayores afectaciones del centro histórico) se deben tener en cuenta.
“Este tipo de acciones de gran escala o de una escala un poco mayor para nosotros no son sencillas. Requieren, por una parte, del trámite de permisos ante el Ministerio de Cultura, lo que tiene implícitos unos tiempos para evaluar con precisión cuáles serán las acciones que podemos ejecutar; a dónde vamos a llegar, y los trabajos que vamos a desarrollar allí”, añadió.
Los colores de la fachada, el tipo de piedra y, en general, su ornamento hace que sea un reto restaurarla. “Los colores son parte del ornamento y esta fue una de las características que impulsó al arquitecto a hacerla más llamativa, similar a otras iglesias que también tienen un carácter bizantino”.
Cuando se habla de presupuestos para el patrimonio inmueble, al ser una entidad muy pequeña, el IDPC no tiene la capacidad de llegar a todas partes. Esta intervención terminará en junio y se tienen proyectados gastos entre $50 o $70 millones, cuando las intervenciones más grandes pueden costar hasta $500 millones. “Es importante mencionar que los presupuestos son limitados, porque lograr la sostenibilidad no es sencillo. Y aunque tuviéramos todo el presupuesto disponible, sería imposible intervenir todas las fachadas”.
Para el historiador, preservar el barrio de Las Nieves y su patrimonio edificado constituye mucho más que una obligación normativa o una expresión de sensibilidad cultural: “representa un compromiso con la memoria activa de la ciudad y con la comprensión crítica de sus procesos históricos. Solo así será posible garantizar que Bogotá conserve sus raíces; que sus habitantes se reconozcan en ellas, y que las nuevas generaciones encuentren en este barrio, no un simple vestigio, sino un referente vital para proyectar otros modos de habitar la ciudad”, concluyó.
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