Gustavo León, el metalero invidente que baila zumba

Jimmy Gustavo León perdió la vista hace ocho años y, a pesar de las épocas difíciles, empieza a percibir la vida de otra manera. Su imagen de hombre rudo, que escucha rock pesado, se pierde los lunes y los jueves cuando saca un rato para bailar zumba

-Redacción Bogotá -bogota@elespectador.com
26 de marzo de 2019 - 02:00 a. m.
Jimmy desde el 2011 perdió la visión y ahora baila reggaetón. / El Espectador
Jimmy desde el 2011 perdió la visión y ahora baila reggaetón. / El Espectador

Si es por su atuendo, Jimmy Gustavo León proyecta ser rudo, hostil y rebelde. A través de su cabello y barba larga, y su chaqueta y botas negras de cuero, refleja su gusto musical por el black metal. Sin embargo, tiene particularidades que lo hacen especial: hace ocho años es invidente y, a pesar del impacto que representó en su momento la noticia, tomó la decisión de superarse y seguir adelante.

Sin perder su esencia musical, encontró en el reguetón, el merengue y la salsa una motivación que le ha ayudado a enfrentar sus temores y a superarse. Hace un año se sumó a un grupo de ciegos que se reúnen en las tardes de los lunes y los jueves, en un hotel ubicado en la calle 42 con carrera 7ª, a bailar zumba.

Gustavo, de 46 años y 1,55 de estatura, perdió la visión el 14 de febrero de 2011. Acababa de salir de la droguería de su familia, con el dinero para pagar el arriendo de su casa, y unos atracadores lo acorralaron en la avenida Caracas con calle 22, en Bogotá. En el forcejeo por no dejarse robar la plata ni su teléfono celular, los delincuentes lo patearon en la cabeza tan fuerte que desde ese momento para Jimmy Gustavo todo quedó en blanco.

Sin embargo, cuando creía que todo estaba perdido, su madre lo mantuvo de pie. Rosario León le prestó sus ojos y se convirtió en el apoyo que necesitaba para afrontar su nueva condición. Desde ese momento y durante los siguientes cuatro años establecieron una conexión especial. “Solo con un movimiento de su mano, yo ya sabía qué significaba. Era claro si tenía que bajar un escalón o moverme a la derecha o izquierda”, cuenta Jimmy Gustavo.

Así lo ratifican sus familiares. “Tenían una especie de clave. Nosotros muchas veces pensamos que él no estaba ciego, porque pasaba por la casa como si nada. En la calle, era sorprendente cómo caminaba al lado de mi mamá. Él apoyaba la mano en su hombro y ella apretaba su brazo para advertirle de cada obstáculo. Él alzaba el pie como si lo viera”, narra su hermana, Martha León.

Fueron cuatro años en los que la relación se afianzó. Hasta que Rosario empezó a sufrir problemas de salud. Primero una infección en la pierna, que se le estaba comiendo los tejidos; luego una infección respiratoria, y finalmente una neumonía, la cual le diagnosticaron justo tres días antes de su muerte.

Durante los últimos seis meses de vida de Rosario, Gustavo se convirtió en el apoyo de su madre. Cocinaba, la alzaba, la llevaba al baño y al médico. Estuvo a su lado hasta en el lecho de muerte. Fue un golpe devastador, incluso peor que haber quedado ciego. “Mientras estuve a su lado, nunca tuve que usar el bastón. No supe cómo afrontar la situación. Me sentí muy solo”.

Nuevo comienzo

Tras su pérdida, sabía que debía recuperar el sentido de vivir. Tres meses después de la muerte de su madre decidió asistir al Centro de Rehabilitación para Adultos Ciegos (CRAC). Allí, junto a su hermana, que lo acompañó los primeros 15 días, pudo conocer las historias de otras personas con discapacidad visual y aprendió a leer braille.

También tuvo la fortuna de conocer a su actual amigo Aristóbulo Díaz, quien no solo lo inspiró a seguir luchando, sino que le mostró que había otras actividades que podían llenar los vacíos en su vida. Fue él quien cambió a todo un metalero reconocido en uno que baila zumba. “Llegar a zumba fue algo muy extraño y emocionante”, asegura Gustavo.

La historia detrás del grupo de baile para ciegos es tan inspiradora como la lucha de todos los que hoy disfrutan de esta actividad. La idea la tuvo Mónika Santiazábal cuando se enfrentó el reto de sacar de la tristeza a un entrañable amigo que había perdido la visión. Un día lo puso a hacer zumba y poco a poco fueron llegando más alumnos. Así llegó Gustavo.

“Es una persona muy especial. Cuando empezó las clases me dijo: ‘¡Profe, esto no es para mí, soy metalero! ¡Esto no va con mi forma de ser! Sin embargo, empecé a ver que se lo gozaba, que tenía disposición y facilidad para seguir los pasos. Lo convencí de que se quedara”, relata Santiazábal, quien a través de esta técnica les ha permitido a las personas invidentes o bajas de visión tener un espacio para desarrollar habilidades que no sabían que tenían.

Gracias a esto, Gustavo ahora puede trasladarse de un lugar a otro sin la ayuda de nadie. “Aprendí a tomar el Transmilenio, a bajarme del bus o el SITP”, dice. Le gusta caminar y eso lo sabe muy bien su familia, que no se angustia cuando llega dos horas después de salir de clases. Ahora, su nueva meta es terminar el bachillerato.

En estos ocho años de altibajos también ha tenido satisfacciones. El año pasado, por ejemplo, durante el homenaje que le hicieron a la banda colombiana Kraken en la Media Torta de Bogotá, sin planearlo terminó escuchando el concierto en la tarima, al lado de los músicos que antes tuvo que ver de lejos. “Al lado mío estuvo doña Olivia Zapata, la mamá de Elkin, el vocalista de Kraken. Fue emocionante, no lo podía creer. No sé si esto mismo me hubiera sucedido si hubiera podido ver, pero eso ya no importa”, reflexiona Gustavo.

Hoy tiene una rutina clara que se reparte entre el colegio, sus clases de guitarra y el grupo de zumba. Entre risas dice que mientras camina rumbo a casa, las personas se le acercan a buscarle charla. Frecuentemente le hablan de la vida y de música, pero no se le acerca ninguna mujer. Hoy su familia le expresa total admiración, por ser un hombre que ha demostrado que, ante las dificultades de la vida, se puede seguir adelante.


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Por -Redacción Bogotá -bogota@elespectador.com

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