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                                                                                                                              ¿Iluminado o antihéroe?

                                                                                                                              En un año político marcado por la polarización, el alcalde de Bogotá superó la destitución y se aferró al poder entre logros y yerros.

                                                                                                                              Cristina de La Torre *

                                                                                                                              / Luis Ángel

                                                                                                                               Contrario al consejo de Maquiavelo, el alcalde Gustavo Petro no parece adaptar sus ideas a las circunstancias; más bien se inclina por doblegar la realidad a los imperativos de su temperamento. Confía más en la potencia movilizadora de una noción primaria que en la laboriosa construcción de los medios para darle a aquella cuerpo y consistencia. Que es político, se ha dicho, y no gerente. Sí. Pero político ajeno al arte de gobernar. En ello ven algunos la superioridad del hombre que no negocia principios, la del batallador comprometido con su destino. Otros lo asocian con el viejo caudillo de provincia latinoamericana. Les representa, con mucho, copia deslucida de Hugo Chávez.

                                                                                                                              Si ordenaba el venezolano expropiar edificios de ricos para acomodar en ellos a la pobrecía, así decidiría Petro montar enclaves de desplazados en barrios de la burguesía bogotana. Sin previsión de los recursos necesarios para llevar vida digna e integrarse en comunidad. Obraría el alcalde como embriagado en la sonoridad de su propia invectiva: “la estratificación social en Colombia es un sistema de castas, antidemocrático, antirrepublicano, antihumano”. Verdad de a puño –lo reconocerán– pero sin eficacia, pues no alcanza la palabra a transformarse en hecho. Sus luces podrán apagarse con la misma celeridad con que el burgomaestre precipita decisiones. ¿Es el iluminado que desdeña el prosaico quehacer de la política pública?

                                                                                                                              Deriva no imaginada, sin embargo, en el orador magnífico que se atrevió a señalar con fundamento al entonces presidente Uribe y denunció la parapolítica. Que se hizo con el poder en Bogotá por su lucha contra el cartel de contratistas que desde el despacho del alcalde Moreno se robaba la ciudad. Que se perfiló como alternativa de cambio a los ejércitos de las extremas políticas, y a la izquierda doctrinaria. Al Palacio Liévano arribó con una idea nueva de ciudad: reducir en ella la segregación social, planificar su desarrollo con cuidado del ambiente, promover la participación de los excluidos y devolver al Estado el control de los servicios públicos.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              * Columnista de El Espectador. Blogcdlt.wix.com/cristinadelatorre
                                                                                                                               

                                                                                                                              / Luis Ángel

                                                                                                                               Contrario al consejo de Maquiavelo, el alcalde Gustavo Petro no parece adaptar sus ideas a las circunstancias; más bien se inclina por doblegar la realidad a los imperativos de su temperamento. Confía más en la potencia movilizadora de una noción primaria que en la laboriosa construcción de los medios para darle a aquella cuerpo y consistencia. Que es político, se ha dicho, y no gerente. Sí. Pero político ajeno al arte de gobernar. En ello ven algunos la superioridad del hombre que no negocia principios, la del batallador comprometido con su destino. Otros lo asocian con el viejo caudillo de provincia latinoamericana. Les representa, con mucho, copia deslucida de Hugo Chávez.

                                                                                                                              Si ordenaba el venezolano expropiar edificios de ricos para acomodar en ellos a la pobrecía, así decidiría Petro montar enclaves de desplazados en barrios de la burguesía bogotana. Sin previsión de los recursos necesarios para llevar vida digna e integrarse en comunidad. Obraría el alcalde como embriagado en la sonoridad de su propia invectiva: “la estratificación social en Colombia es un sistema de castas, antidemocrático, antirrepublicano, antihumano”. Verdad de a puño –lo reconocerán– pero sin eficacia, pues no alcanza la palabra a transformarse en hecho. Sus luces podrán apagarse con la misma celeridad con que el burgomaestre precipita decisiones. ¿Es el iluminado que desdeña el prosaico quehacer de la política pública?

                                                                                                                              Deriva no imaginada, sin embargo, en el orador magnífico que se atrevió a señalar con fundamento al entonces presidente Uribe y denunció la parapolítica. Que se hizo con el poder en Bogotá por su lucha contra el cartel de contratistas que desde el despacho del alcalde Moreno se robaba la ciudad. Que se perfiló como alternativa de cambio a los ejércitos de las extremas políticas, y a la izquierda doctrinaria. Al Palacio Liévano arribó con una idea nueva de ciudad: reducir en ella la segregación social, planificar su desarrollo con cuidado del ambiente, promover la participación de los excluidos y devolver al Estado el control de los servicios públicos.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Por Cristina de La Torre *

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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