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La búsqueda de tesoros que terminó con la colección de guerra más grande del país

Tal vez poco o nada ha escuchado sobre la Batalla de Subachoque; pero gracias a dos arqueólogos empíricos —uno de ellos extranjero—, el país conocerá este año piezas invaluables de esa guerra donde, por única vez, un revolucionario derrotó al gobierno de turno.

María Angélica García Puerto

27 de abril de 2025 - 12:00 p. m.
A la izquierda con el detector en la mano Jorge Ruge, a la derecha, Harry Marriner, en el cerro el Carrasposo noroccidente de La Pradera.
Foto: Cortesía familia Ruge
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La mayor colección de piezas arqueológicas de una guerra civil en Colombia están en Subachoque, Cundinamarca. Son 600 elementos —incluyendo monedas, municiones, partes de armamento, artículos de uso personal y uniformes militares— rescatados a lo largo de una década por dos amigos buscadores de tesoros, que este año expondrán los objetos en el primer Museo del municipio. Esta es la historia de lo que hallaron y lo que esto significa para el país.

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Era el año 1857. El fundador del partido conservador, Mariano Ospina Rodríguez, fungía como presidente electo de la Confederación Granadina. Ese año, implementó una serie de leyes que promulgaban un Estado de carácter centralista, generando la ira e inconformismo de los federalistas en cabeza del gobernador del Estado del Cauca, Tomás Cipriano de Mosquera, quien terminó levantándose en armas en 1860.

Un año después, el 25 de abril, el general Joaquín París Ricaurte, liderando el ejército conservador del presidente Mariano Ospina Rodríguez, y Tomás Cipriano de Mosquera, gobernador del estado del Cauca y líder de la tropa revolucionaria, se encontraron frente a frente en dos colinas divididas por un pantano, en el valle de Santa Bárbara, en Subachoque. El estruendo de los fusiles y los cañones retumbaba sin piedad desde las 10:00 de la mañana.

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Pero antes de que cayera la tarde, ambos acordaron un cese al fuego temporal y, por primera vez, se aplicaron los principios del derecho internacional humanitario (DIH), que tres años después se formalizaría en Suiza. A las 6:00 p.m., con la guerra en pausa para enterrar muertos, atender heridos y disponer de hospitales de guerra imparciales, Mosquera y París se vieron de nuevo cara a cara. Con el valle a sus espaldas, bañado en sangre, decidieron firmar un acuerdo para poner fin a una batalla que, en ocho horas, causó la muerte de 1.663 soldados de ambos bandos; también hubo 244 heridos, 150 desertores y 99 prisioneros.

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Pintura original al óleo de Tomás Cipriano de Mosquera que conserva un habitante de Tabio, Cundinamarca. Fue valorada por el Museo Nacional y será vendida para su exposición en el Museo de Subachoque.
Foto: Cortesía Orlando Rodríguez

Este punto de inflexión le permitió a Tomás Cipriano de Mosquera avanzar y entrar a Bogotá por la sabana hasta llegar a la Plaza de Bolívar, donde se situó con su ejército y dio el primer golpe de Estado en la historia del país. Fue así como asumió el poder y denominó al país Estados Unidos de Colombia, figura que se mantuvo hasta 1886, cuando se instauró de nuevo el centralismo y se renombró República de Colombia a la nación.

Bastó de un detector de metal y un perro

Dos siglos después, en los años 80, el bogotano Jorge Ruge, publicista empírico y apasionado por la colección, decidió irse a vivir a Subachoque. Allí conoció al norteamericano Harry Marriner, quien llegó al país en 1978 para quedarse. A ambos los unió la pasión por buscar tesoros, la cual primero los llevó a descubrir 16 sitios con arte prehispánico indígena. Hasta que un día, en los años 90, un campesino que cultivaba papa, les contó que había encontrado una bala de cañón. En ese momento, ambos escucharon por primera vez de la Batalla de Subachoque.

Tras mandar a traer de Estados Unidos un detector de metales, Ruge y Marriner empezaron a salir día de por medio al valle, a bordo de un Jeep y en compañía de Sony, un pastor alemán inseparable. “Recuerdo verlos irse al sitio de la batalla y en un papel empezar a dibujar un mapa donde habían encontrado cada pieza. Eso se les volvió una obsesión”, cuenta Juan Ruge, hermano de Jorge.

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Mapa elaborado por Harry Marriner y Jorge Ruge para aproximarse a la reconstrucción de la batalla
Foto: Cortesía de Juan Carlos Ruge

En un diario, que aún conservan, Ruge anotaba los hallazgos que hicieron a lo largo de 13 años. “Un mes antes de morirse, hace 22 años, escribió su último hallazgo: ‘En media hora dos balines. Se acabó la carga del detector. Quería buscar más, pero será hasta la próxima’”, agregó Juan. Y así fue: ambos guardaron las piezas en cajas o las expusieron en estanterías de sus casas. En ese momento no dimensionaban el significado de lo que tenían.

“Hay cosas que la historia no puede contar”

El levantamiento forense al valle de Santa Bárbara, a dos kilómetros del casco urbano de Subachoque, sirvió para reconstruir casi minuto a minuto la batalla. Las piezas permitieron ir al pasado y determinar la ubicación de los ejércitos, por dónde entró cada uno, cómo se reagruparon y quiénes tenían fusiles. “Hay cosas que la historia no puede contar y que la arqueología de guerra saca a la luz”, asevera Roberto Lleras Pérez, antropólogo de la U. de los Andes, sobre la importancia de este hallazgo.

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Valle de Santa Bárbara, hoy. Aquí ocurrió la batalla de Subachoque hace 164 años.
Foto: Cortesía Orlando Rodríguez

En las piezas desenterradas hay un franco francés (moneda), acuñado en 1838 y con una perforación, lo que indicaría que pudo ser portada en el cuello por un combatiente, “bien con fines prácticos (asegurar su conservación) o en conmemoración de su natalicio, lo que indicaría que el día de la batalla su dueño tenía 26 años”, describe la ficha técnica, que además, según Juan Ruge, era la pieza favorita de su hermano.

Entre las municiones que rescataron había balas de revólver, fusiles norteamericanos y un proyectil para obús de 12 libras, que solo tenía el ejército de Mosquera en la contienda. En cuanto a las partes de armamento, se destaca un anillo de puntera y remate de cañón fusil Springfield 1816. En piezas de caballería, había una herradura, de 89 mm, lo que ratifica que los caucanos que acompañaron a Mosquera viajaban a lomo de mula.

En la colección de objetos de uso personal resaltan unas piezas de mecanismo y tapa de reloj de bolsillo, una medalla y un pendiente religioso. Finalmente, en la sección de uniformes militares está una hebilla de grado de oficial con un fino repujado y botones militares, fabricados en Filadelfia, para los uniformes del ejército de la Nueva Granada. “La que más me parece interesante es una bala de cañón con un hueco que encontré y eso quiere decir que ellos llenaron la bala con pólvora negra y la taparon, pero nunca estalló”, explica Harry Marriner.

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¿Cómo se logró su identificación?

Orlando Rodríguez es historiador y escribió ‘La Batalla de Subachoque: ciento sesenta años de olvido’. Lo que pensó sería un proyecto corto le llevó cerca de 10 años investigar y escribir. En la búsqueda encontró a Marriner, quien le contó del hallazgo y le mostró algunas piezas, aunque ninguno tenía claro su valor.

Al preguntar y buscar contactos, llegaron a Luis Daniel Borrero, antropólogo experto en el ámbito militar y coleccionista. “Cuando las vi, no había una sola ficha técnica o descripción. Entonces, junto a algunos estudiantes de la Universidad Externado y el Centro de Estudios Históricos del Ejército, empezamos, por ejemplo, a medir y pesar los proyectiles para determinar los calibres de las armas”, cuenta Borrero.

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Una semana les tomó darles un contexto, un uso y una fecha a las 600 piezas arqueológicas que podrían haber pasado como un trozo más de metal. Eso sí, cuenta que en la evaluación hubo elementos que no pertenecían a la batalla. “Ellos habían clasificado un objeto como soporte para un fusil de francotirador, pero a mí no me sonaba. Lo compartí en unos foros de armamento antiguo y de reliquias de la guerra civil estadounidense y resultó ser la manija de una fumigadora de los años 30”.

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A diferencia de la Batalla del Pantano de Vargas, donde Borrero aseguró que solo encontró fragmento de dos armas, el terreno aislado del valle de Santa Bárbara permitió su conservación tras 164 años. Así coincide, Harry Marriner. “Eso que encontramos fue lo que quedó en el barro y lo que las mujeres no pudieron quitarles a los soldados para dárselo a las personas pobres. El clima también ayudó a conservarlas”, concluyó.

El Museo

Como si alguien también hubiera escrito esta historia, Jorge Alberto Camacho, alcalde de Subachoque, evocó que cuando era niño veía que al frente de su casa pasaban Harry y Jorge montados en el Jeep junto a Sony, como cazadores de tesoros en las películas, “pero jamás pensé que 30 años después pudiera materializar el sueño que ellos tuvieron”, comentó.

A la izquierda con el detector en la mano Harry Marriner, a la derecha Jorge Ruge. Los arqueólogos que por 13 años encontraron las 600 piezas.
Cortesía familia Ruge.
Aquí Sony, el perro pastor alemán inseparable de Jorge Ruge, montado en la camioneta Jeep donde viajaban a explorar el valle de la batalla. Años 90.
Cortesía familia Ruge.
Diario de Jorge Ruge. Diciembre 27 de 1990. "Hoy regresé al campo de batalla. Estuve dos horas y media. Encontré solamente dos clavos antiguos, infinidad de grapas y cuando estaba a punto de darme por vencido un balín negro a dos metros del último. De regreso recogí a una anciana muy habladora. Le conté de mis búsquedas".
Cortesía familia Ruge
Jorge Ruge sentado en las escaleras de su casa mostrando algunas piezas que encontró. Años 90.
Cortesía familia Ruge.
Harry Marriner junto al cañón de Luis Daniel Borrero, antropólogo que identificó las 600 piezas.
Cortesía: Harry Marriner
Marzo 9 al 10 de 2018. Luis Daniel Borrero, antropólogo experto en el ámbito militar y coleccionista, revisa junto a estudiantes, las piezas entregadas por la familia Ruge y Marriner.
Cortesía: Luis Daniel Borrero
Luis Daniel Borrero, antropólogo experto en el ámbito militar y coleccionista, fue el encargado de darle valor a las 600 piezas, junto a estudiantes de la Universidad Externado y el Centro de Estudios Históricos del Ejército, en una semana. Aquí una foto de las mediciones.
Cortesía: Luis Daniel Borrero
Diario de Jorge Ruge. Noviembre 28 de 1990. Dibujó un mapa donde encontró las monedas y balas de fusil y de cañón. "Hoy fue un día excelente en el campo de batalla de Subachoque. Una bola de cañón, dos de fusil".
Cortesía familia Ruge.
A la izquierda Harry Marriner y Orlando Rodríguez, historiador y autor del libro que sostiene en sus manos, 'La Batalla de Subachoque. Ciento sesenta años de olvido'.
Cortesía Orlando Rodríguez
Diario de Jorge Ruge. Marzo 9 de 2003. Último día que escribió un mes antes de su muerte a los 55 años. "En media hora dos balines. Se acabó la carga del detector. Quería buscar más, pero será hasta la próxima".
Cortesía familia Ruge

El 26 de marzo, la familia Ruge y Harry Marriner donaron las 600 piezas al municipio y con ello la primera piedra para crear el Museo de Subachoque, que tanto habían pedido con Orlando Rodríguez. Este futuro Museo ya tiene el aval técnico y los recursos, mediante el impuesto al consumo, para su construcción en el segundo piso de la Casa de Cultura. ¿Qué falta? Según Camacho, el desembolso del dinero del Ministerio de Cultura para adecuarlo.

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Harry y Jorge nunca se imaginaron que su curiosidad los llevaría a ser poseedores de una de las colecciones más grandes de un campo de batalla en Colombia. Sus nombres, junto al de Orlando y Luis Daniel, quedarán para siempre en la historia gracias a su invaluable y desinteresado aporte. “Mi hermano hubiera sido el más feliz del mundo, porque era consciente de que esas cosas guardadas no tenían ningún significado”, concluye Juan Ruge. Ahora el país las podrá conocer y valorar en el nuevo Museo de Subachoque que la Alcaldía estima, se inaugure a finales de este año.

Para conocer más noticias de la capital y Cundinamarca, visite la sección Bogotá de El Espectador.

Por María Angélica García Puerto

Cubre temas de seguridad, primera infancia, educación, movilidad, derechos humanos y género.@_amariag
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