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La conjura de los necios

Luego de que se clausuraran las transmisiones radiales, los resultados de las votaciones cambiaron. Ganaba Rojas. Fue presidente Pastrana.

Fernando Araújo Vélez
17 de abril de 2010 - 08:59 p. m.

Sobre las 11 de la noche del 19 de abril de 1970 ya la gente intuía que algo raro había ocurrido o iba a pasar. Miles de enardecidos ciudadanos con pancartas de la Anapo y botones con el rostro de Gustavo Rojas Pinilla gritaban ante la puerta de su casa, en Teusaquillo, “nos van a robar las elecciones, nos van a robar las elecciones”. A 20 cuadras de ahí, en las oficinas de Telecom, el ministro de Gobierno, Carlos Augusto Noriega, seguía, entre nervioso y confundido, los resultados de las elecciones presidenciales, que a esa hora daban como ganador a Rojas. En el Palacio de San Carlos, el presidente Carlos Lleras Restrepo, según lo recordaría su hijo, se había encerrado en una habitación para salir horas más tarde, cuando se conoció el resultado de los comicios.

Dentro de la casona del general Rojas, varios jefes de la Anapo (Alianza Nacional Popular, el partido creado para respaldar la candidatura del ex dictador) discutían sobre lo que debían hacer para impedir el “robo”. Tal vez el que más gritaba era Luis Ignacio Vives Echavarría, Nacho Vives, quien se había tomado la escena política y pública nacional un año atrás por sus debates sobre la Reforma Agraria de Lleras Restrepo y las actuaciones de su ministro de Agricultura, Enrique Peñalosa Camargo. El debate fue incluso transmitido en directo por la radio nacional. Los periódicos y revistas lo convirtieron en un espectáculo mediático. “Fueron los medios los que echaron fósforos a la candela”, diría la columnista María Teresa Herrán en el trabajo de tesis 19 de abril de 1979, un hito político hecho relato, de Ximena Plaza y Carolina Rodríguez Novoa.

Pasados más de 20 años, algunos testigos y protagonistas de la época sostuvieron que las elecciones del 70 comenzaron a definirse durante aquellos tormentosos meses de 1969. “El ascenso de la Anapo se debió al famoso debate”, dijo Alberto Lozano Simoneli, entonces gobernador del Tolima. “¿Por qué fue tan importante el debate? Porque de no haber ocurrido, mi padre habría sido Presidente”, se preguntó y respondió Enrique Peñalosa Londoño. “Dentro del Partido Liberal hubo un sector que auspició el debate, con la ilusión de que se cayera el gobierno: algo de conspiración. Eso afectó en más de una indefinición a la hora de resolver quién podría ser dentro de la alianza gubernamental el próximo candidato”, opinó el ministro de Justicia Fernando Hinestrosa.

“Días después de que el candidato conservador Belisario Betancur lanzara su candidatura independiente —escribieron Plaza y Rodríguez Novoa—, el general Gustavo Rojas Pinilla lanzó la suya (…). La Convención Conservadora se reunió a principios de noviembre, pero de entrada se evidenció una reñida competencia entre los postulados, Evaristo Sourdís, ex canciller de Rojas, y Misael Pastrana, ex ministro de gobierno de Lleras Restrepo. Entonces, después de dos sesiones e igual número de votaciones, sin ganador absoluto, el ex presidente conservador Mariano Ospina Pérez decidió que el Partido Liberal debía romper el empate y determinar un candidato conjunto que representara los intereses del Frente Nacional. El 1° de diciembre de 1969 se reunió la Convención Liberal y escogió a Misael Pastrana como el próximo candidato por el Frente Nacional. Evaristo Sourdís decidió mantener su candidatura apoyado por algunos sectores del conservatismo”.

Entonces comenzaron a sellarse los favoritismos. Una tarde de febrero de 1970, recordaría María Eugenia Rojas, el presidente Lleras dijo: “El general recorre el país en compañía de truhanes con lenguaje de alcantarilla”. Era clara su posición a favor de Pastrana.

Era clara, también, la postura de los medios. “Fue una campaña absolutamente parcializada”, sentenció Juan Gossaín. El día de las elecciones, los principales diarios le apostaban a la victoria del Frente Nacional, representado por Pastrana. Sin embargo, al atardecer, cuando empezaron a leerse los primeros resultados, Pastrana Borrero perdía por un margen de más de 90 mil votos. Hubo confusión. La radio, dijeron entre otros el ex ministro Otto Morales Benítez y Lozano Simoneli, trastocó los datos.

Noriega ordenó que se suspendieran las transmisiones. Ya se hablaba de conspiración. Poco antes de la medianoche lo vieron ingresar en las oficinas de El Tiempo. Su presencia allí era la prueba de que algo extraño ocurría. “A la 1 de la mañana nos acostamos a dormir con el triunfo de Rojas y al otro día nos despertamos con la victoria de Pastrana”, comentó Alberto Giraldo, por aquellos tiempos director de noticias de Todelar.

Los días que siguieron fueron de revueltas, pánico, protestas, violencia contenida, decisiones históricas y absurdas propuestas. Gossaín, entonces reportero de El Espectador, evocaría que la escena que vio en la casa de Rojas Pinilla era una de las que más lo habían impresionado en su vida.

“Nacho Vives sostenía en medio de la discusión con la gente de la Anapo que si Rojas se ponía su viejo uniforme de Presidente o el de gala de Teniente General del Ejército, la multitud lo iba a asumir como el nuevo Presidente que iba a tumbar al gobierno”. No obstante, todos los allí reunidos intentaron encontrar uno de los uniformes del caudillo. No lo hallaban. Cuando ingresaron a las habitaciones del general, su esposa, doña Carola, se les atravesó. “Gustavo no sale de acá porque tiene gripa y está haciendo mucho frío”, dijo, tajante e inconmovible. Hasta ahí llegó el golpe de Estado.

Hubo quienes sostuvieron que Rojas Pinilla se había derrotado, pues una revolución no se truncaba por una gripa. Hubo quienes le sugirieron que aceptara los resultados por medio de terceros, como Álvaro Gómez, quien le envió una razón con Alberto Giraldo.

“Dile al general que tenga mucho cuidado con lo que piensa hacer, porque la legalidad está detrás de los cañones y el gobierno está dispuesto a dispararlos”. En la madrugada del 20 de abril, Rojas se reunió con Lleras en la Nunciatura Apostólica para aceptar la victoria de Pastrana Borrero. Por la noche, ante los desórdenes, el presidente se dirigió al país y, reloj en mano, dio una hora para que los colombianos llegaran a sus casas. Toque de queda.

“Después de que mi padre ordenó el toque de queda, los batallones salieron a las 7:30 p.m. con tanques de cañón circular, pero no había un alma en las calles. La orden era disparar al bulto. Se podían ver carteras, zapatos de la gente que dejó las cosas botadas para arrancar a correr”, recordaría dos décadas después Lleras de la Fuente. Luego llegó la calma. Y después, cientos de miles de llamadas y peticiones de unos a otros para que el país siguiera su curso. Algunos desatendieron las sugerencias. Si las elecciones no eran respetadas, habría que luchar desde la trinchera. Aquel 19 de abril surgió el M-19. Surgieron infinitos disconformes. Y surgió, una vez más, la duda.

Por Fernando Araújo Vélez

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