La concepción de la muerte ha tenido que cambiar en este último año y medio de pandemia, no solo por las restricciones alrededor de los rituales, sino además porque la cremación dejó de ser una alternativa para convertirse en la única opción para los afectados por el virus.
Aunque el prolongado tercer pico ya comenzó a bajar, lo que ha reducido las cifras, en Cundinamarca el COVID-19 ha dejado 6.635 víctimas, de las cuales más de la mitad se concentran en Soacha, Fusagasugá, Girardot y Zipaquirá.
Jose Vargas Esguerra
En Zipaquirá se han registrado 456 víctimas por COVID-19.
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Previo a ser cremados, los cuerpos son despojados de elementos metálicos, como marcapasos y piezas de titanio en fracturas, entre otros elementos.
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En el Parque Cementerio de Zipaquirá reciben a todas las víctimas del COVID-19, que atendieron en el Hospital Universitario La Samaritana.
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En los momentos más difíciles del tercer pico, este fue uno de los cementerios en los que se amplió la capacidad y se planteó como alternativa ante un posible colapso en los procesos de atención a las víctimas, tanto en la región como en Bogotá.
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En los hornos no se crema más de un cuerpo a la vez. Estos los empacan en ataúdes de cartón.
Jose Vargas Esguerra
Los cuerpos dentro de las cámaras de cremació alcanzan hasta los 750º C.
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El proceso de cremación dura entre dos y tres horas.
Jose Vargas Esguerra
La ubicación de los crematorios depende de los planes de ordenamiento territorial, por ello en pandemia no se pudieron habilitar más espacios para incinerar cuerpos.
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Una vez salen de los hornos, los restos son molidos y pulverizados.
Jose Vargas Esguerra
La entrega de los cuerpos puede tardar hasta 15 días.
Jose Vargas Esguerra
En los casos de fallecidos por Covid-19, no se les permite a las familias velar el cuerpo ni hacer la inhumación de los mismos.