Que nos llamaran vagos o ladrones fue nuestro pan de cada día en las obras de la calle 26. Uno lleva esa cruz encima cuando trabaja en construcciones del Distrito. Ya llevo 15 años cargando la mía y no me he cansado.
Estuve en los trabajos de la 26, en el sector entre la carrera 19 y la carrera 3ª. Puedo asegurar que este año trabajamos duro, empezábamos todos los días a las 7:00 de la mañana y terminábamos a las 5:00 de la tarde, pero muchas veces nos quedamos horas extras. En mi caso lo bueno es que mis dos hijos ya están grandes y en la universidad, entonces no era tan grave llegar tarde a mi casa en Patio Bonito por el trabajo.
Los retrasos comenzaron cuando el Instituto de Desarrollo Urbano (IDU) se demoró en la entrega de los diseños de la zona, eso es lo que dicen. Tanto así que las redes de alcantarillado y las eléctricas fueron la gran sorpresa para los ingenieros, porque muchas de ellas ni siquiera aparecían en los planos. Además, los nuevos tubos que pensaban instalar no coincidían con la red antigua. Por eso, aunque creo que el avance del contratista fue bueno, estos contratiempos hicieron que el progreso fuera a paso de tortuga.
Las demoliciones también fueron muy lentas porque el IDU no entregó los predios a tiempo. Por ejemplo, me enteré de que en el deprimido en la conexión entre la Avenida Caracas y la calle 26 hubo un problema por la entrega de unos lotes. Eso terminó costándonos un año de retraso. Además, para la obra Codensa tenía que retirar unos transformadores, pero se demoró seis meses para quitarlos. Todos esos retrasos eran una pérdida más para el contratista de las obras y las empresas nunca se pusieron de acuerdo entre ellas para dar los permisos de excavación en sus redes y nosotros no podíamos hacer nada sin eso.
Apenas tapábamos un hueco, en seguida se abría otro. Resulta que de la Caracas hacia abajo, frente al Cementerio Central, teníamos que instalar unos tubos inmensos, de 1,50 metros de diámetro, que todo el mundo miraba cuando se quedaba atascado en el trancón. Al hacer la excavación, por la humedad del suelo, corríamos el riesgo de que ésta se cerrara. El mayor peligro en este caso era que alguno de nosotros se quedara atrapado dentro de la excavación. Entonces tuvimos que fortalecer el terreno con madera y hierro para contenerla. En esas estuvimos varios meses, porque en la calle 26 desde el Cementerio Central hasta la Caracas hicimos huecos de 7 y 8 metros de profundidad.
Otra piedra en el zapato fue el clima, que parecía nuestro enemigo. Cuando había muchas lluvias los materiales se humedecían y no servían para trabajar. Pero si había mucho verano nos tocaba en cambio mojarlos para poder continuar. Nada nos ayudaba.
Las fuertes lluvias de mayo no sólo inundaron los barrios de Bogotá. Pararse en esta obra era ver un lodazal completo. Todos sabíamos que si empezaba a llover, la obra se llenaría de barro. Cuando la lluvia no era tan fuerte, nos daban casco, botas y un traje impermeable. Después hundíamos las manos y los pies en el barro, y seguíamos la tarea con pica y pala en mano. Pero si la tormenta era de Padre y Señor nuestro, nos tocaba parar y quedarnos con las manos cruzadas, aguantando el frío y tomando café con los compañeros mientras esperábamos a que San Pedro cerrara la llave. Veíamos cómo algunas personas se enfurecían con nosotros, pero, ¿qué más podíamos hacer?
El exceso de lluvias fue lo que paró las obras en un 70% desde la carrera 13 hacia la carrera 3ª, por la calle 26. Si construíamos un metro y llovía, todo el material se venía abajo, toda la tierra y el asfalto se dañaban por contaminarse con el agua. Y sabíamos que el contratista estaba perdiendo plata porque el contrato no incluía estos contratiempos.
Todos saben que el clima y las condiciones del lugar pueden generar retrasos en cualquier obra. Lo que la gente no sabía era que mientras la ciudad padecía el caos en movilidad, a nosotros tampoco nos dejaba trabajar esa congestión, porque perdíamos espacio y la cosa se ponía peor en las horas pico.
Uno de los grandes problemas que tenemos es que no miramos por dónde vamos caminando. No nos importa. Queremos hacer nuestra voluntad. Por eso el cruce de la carrera 10ª con calle 26 fue tan complicado. Llevo más de 45 años trabajando en obras desde que me fui de mi casa en Yopal y puedo decir que esta fue la labor más difícil que me ha tocado.
La furia de la gente, el mal genio que es tan común en la capital, se empeoraba por las vueltas que debían dar por los desvíos en las calles. Pero con rabia o sin ella, la obra no iba a terminar más rápido. Los verdaderos culpables de los retrasos fueron los señores metidos en los líos del tal carrusel de la contratación, con quienes los obreros no tenemos ninguna relación ni tampoco sabemos nada de ellos, porque a nosotros no nos decían nada de eso acá. Uno sólo seguía las instrucciones de los patrones, que además no nos presionaron cuando salieron noticias sobre el alcalde en la televisión, todo seguía igual.
Aquí se trabajó contra el tiempo. Ahora que estamos terminando el trabajo, me siento satisfecho, igual que con cada construcción en la que trabajo. Pero tampoco hay grandes emociones. Las obras son como la vida: hoy pasamos por aquí y mañana quién sabe a dónde llegaremos, y más en este trabajo de la construcción, donde los contratos son a término indefinido. Cómo será que ni siquiera sabemos cuándo va a terminar esto porque no nos han dicho nada.