Las miradas de tres escritores bogotanos frente al aislamiento

Gonzalo Mallarino Flórez, Federico Díaz-Granados y Julio Paredes exponen la importancia de los libros en la cuarentena. La califican como una oportunidad de reencontrarse en medio de la emergencia.

Sebastián Arenas - @SebasArenas10
18 de abril de 2020 - 03:00 a. m.
Julio Paredes, Federico Díaz-Granados y Gonzalo Mallarino, escritores bogotanos que analizaron la cuarentena por la que atraviesa la ciudad. / El Espectador
Julio Paredes, Federico Díaz-Granados y Gonzalo Mallarino, escritores bogotanos que analizaron la cuarentena por la que atraviesa la ciudad. / El Espectador

La soledad de América Latina, un repaso por la historia de esta parte del continente, fue el discurso que Gabriel García Márquez pronunció el 21 de octubre de 1982, en Estocolmo (Suecia), cuando recibió el Premio Nobel de Literatura. Allí estaba Gonzalo Mallarino Flórez, un bogotano que, gracias a las amistades de su padre (el también escritor Gonzalo Mallarino Botero), disfrutó de visitas a su casa del oriundo de Aracataca y de Álvaro Mutis, entre otros referentes de las letras.

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Mientras escuchaba los sonetos que declamaba su papá en los almuerzos, Mallarino Flórez entrenaba su imaginación para luego plasmar sus propios versos. En 2003 floreció Según la costumbre, novela sobre una Bogotá enferma y preocupada por la situación, algo muy similar a lo que hoy atraviesa la ciudad, en su lucha contra la pandemia, que ha segado miles de existencias y tiene a las personas confinadas en sus casas.

“Hemos ido sintiendo muchas más cosas que el coronavirus. Nos hemos ido poniendo de cara a la enfermedad y al silencio de la calle, y eso es una lección sumamente dura y nueva, que es la línea sensitiva o emocional de Según la costumbre. Hay cosas concomitantes”, relata Mallarino Flórez, quien en medio del aislamiento escribe el último libro de la Trilogía de las mujeres, que comenzó con Canción de dos mujeres y continuó con Matrimonio.

Históricamente, como la noche, el encierro ha sido cómplice de la gestación de grandes textos. Por eso, la cuarentena ha sido amable con Federico Díaz-Granados. Quizás, esta es la razón por la cual en su poema Pequeño nocturno se puede leer: “Es acá donde sucedo”. Y él sucede en su sitio de aislamiento, donde con sus letras anhela extender los sucesos que lo cautivaron en su infancia, esos que le arribaron con la voz de su padre y la magia de Pablo Neruda, Federico García Lorca y José Asunción Silva.

Para este capitalino, la cultura es primordial en la emergencia sanitaria, social y económica, pues es este desastre “el lugar donde todos nos estamos encontrando y cohesionando”. Y ese parece su caso. En su hogar, junto a su madre y su hijo, no cesa de engendrar obras. Tampoco de leer y deleitarse con el cine. “Una casa con libros, películas y música permite que una cuarentena sea más leve”, advierte.

Autor de Prisas del instante, en el que se comprueba su amor por la nostalgia, Díaz-Granados considera que “refugiarse en las letras, en este aislamiento, nos permite también escucharnos a nosotros mismos y nos ayuda a recordar que en medio de un horror como esta pandemia puede haber un asombro que despierte nuestras emociones más hondas, a través del instrumento del idioma que nos da un lugar y una identidad en el mundo”.

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Ese albergue emocional, que significan la lectura y la escritura en la coyuntura vigente, lo entiende Julio Paredes como “una manera sencilla de mantener y alimentar el silencio en estos tiempos tan ruidosos”. Tiempos en los que él, editor general de la Universidad de los Andes, revisa textos, responde correos electrónicos, participa de reuniones virtuales y en su nocturna soledad, después de charlar con su hija y sus amigos, teclea y elabora ideas.

“Como con toda tragedia vital, de la que se desconocen sus verdaderas dimensiones y consecuencias sociales, espirituales y mentales, vendrán sin duda voces que la reescriban, la rediseñen, la reinterpreten y, de paso, nos ayuden a comprender el papel que cada uno tuvo antes y después de su paso por nuestra casa”, asegura Paredes, un hombre que se enamoró de las letras haciendo planas en el colegio, por donde se paseaba con el libro El revés y el derecho, de Albert Camus, como su amuleto de protección.

Por la casa de Paredes, cuando estaba sumergido en la confección de su segundo libro, pasó una energía que, al igual que el coronavirus ahora, en ese entonces era desconocida para él. “En ese momento escribía a máquina, en una Royal Magic de los 40, y una tarde, cuando me levanté a la cocina a preparar un té, escuché el teclado. La nitidez de los golpes fue inconfundible y, por la extensión, imaginé una frase corta. No me asusté ni tampoco deduje que se trataba de una alucinación auditiva. En el papel no quedó ningún registro, pero estoy seguro de que fue la visita fugaz de un fantasma. Aunque escribí los siguientes cinco libros en la misma máquina, la visita no se repitió. Igual, sigo atento”.

El espíritu que ahora transita por las calles bogotanas es el de la soledad, esa amiga eterna de los valientes que provocan la germinación de historias conmovedoras a través de las letras. Muchas de ellas son objeto de deleite en medio de un encierro necesario y que llama a una vinculación más sólida con los libros.

@SebasArenas10 (sarenas@elespectador.com)

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Por Sebastián Arenas - @SebasArenas10

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