
Jaime y Janeth Avellaneda, en la finca El Palmar.
Foto: Gustavo Torrijos Zuluaga
Hace 10 años, en la vereda El Palmar, en La Calera, en pleno corredor de bosque alto andino y en límites con el páramo de Chingaza, era difícil ver deambulando tigrillos, pumas u osos andinos. Pero hoy, gracias a la labor de la familia Avellaneda Sierra, estos merodean a lo largo de 130 hectáreas de bosque conservado. Lograrlo no fue sencillo, en especial porque hasta hace poco estas tierras eran un compendio de ruinas y maleza, marcadas por una amarga historia de desplazamiento (no por la violencia, sino en nombre del progreso) que...

Por Miguel Ángel Vivas Tróchez
Periodista egresado de la Universidad Externado de Colombia interesado en Economía, política y coyuntura internacional.juvenalurbino97 mvivas@elespectador.com
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