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Los enigmas del capitán

Su afición era coleccionar lo que le gustaba. Si no podía comprarlo, lo hacía a escala. Así, a imagen y semejanza de su creador, nació uno de los parques más estrambóticos de Colombia.  

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María del pilar corredor
20 de noviembre de 2007 - 04:09 p. m.
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De Jaime Duque dijeron que era excéntrico, loco, que había creado un parque estúpido y aburrido. Más de 10 años atrás, corrieron rumores que tendían a hacerles creer a los incautos que su fortuna había surgido del encuentro fortuito de una especie de tesoro luego de un accidente de aviación. Por ese mismo tiempo, sin que la noticia saliera publicada en los medios, su esposa fue secuestrada por la guerrilla. "Duró nueve meses en cautiverio", recuerda hoy su hijo Rafael, y si le dejaron libre, asegura, fue porque él mismo les llevó a los captores los papeles que la acreditaban a ella como la esposa de Jaime Duque, y a Duque, como el dueño de una institución eminentemente social.

Por esos años también se decía que la fortuna de los Duque provenía de negocios ilícitos. "Pero no, lo que mi padre invirtió en el parque fue producto de su empresa de construcción, que tenía más de 800 empleados y decenas de edificios por toda Bogotá". La leyenda sobre el personaje que alguna vez piloteó los Superconstellation de los 50, y que fue fotografiado junto al presidente Alfonso López Michelsen, fue aumentando con el tiempo, más que nada, desde que se abrieron las puertas de su parque, un lugar de ensueño, repleto de fantasías, que creó para que los pobres pudieran conocer las maravillas del mundo sin tener que cruzar los océanos.

Duque falleció el pasado 6 de noviembre a las cinco de la mañana en su Taj Mahall, donde vivía con su amada Amparo Quinn desde hacía dos años, intentando emular al emperador musulmán Sha Jahan, quien mandó a construir en memoria de su esposa favorita, Arjumand Bano Begum, de la India, el Taj Mahall original en el año de 1631. Murió en medio del misterio, rodeado por sus más íntimos, quienes lo describieron como un hombre pulcro, divertido, honesto, sencillo, culto y artista. Más allá del enigma que supo construir a su alrededor, Duque era un coleccionista con dinero. Incluso, había diseñado un cuarto especial con la marquilla de "Fundador", en el que guardaba sus objetos más preciados, que a la vez, eran los más costosos: Gorras, escudos, fotografías, estatuillas de Napoleón, muñecas de distintos países.

Se transportaba en dos Cadillacs, modelos 64 y 70, y por más que sus hijos y su esposa quisieron convencerlo de que los cambiara, no lo lograron. Les pedía cuentas a sus subalternos sobre cada una de las transacciones que se hacían en el parque y en sus negocios, y casi que día de por medio, les recordaba a ellos, y a su familia, que su último deseo era que lo sepultaran debajo de la bandera del parque, situada en el centro del mapa de Colombia, la primera de las construcciones de su sueño de 200 fanegadas hecho realidad.

Desde que puso la primera piedra, quiso que en la entrada principal del parque hubiera una frase dibujada en baldosa que dijera: "Dejo en Vuestras manos este grandioso parque, gloria para Colombia. Si podéis conservarlo imploro al ser supremo por sobre todo, le siga impartiendo sus bendiciones. Si más vidas tuviese, más vidas consagraría al servicio de mi patria". Debajo aparecía el nombre de Jaime Duque. La inscripción fue descubierta el domingo 27 de febrero de 1983, el día de la inauguración.

Rafael Torres Quin, gerente del parque y uno de los hijos del capitán, lo recuerda como un hombre de armas tomar, de propósitos claros. También como un obsesionado con el arte, un ideólogo, fascinado con historias reales y a veces fantásticas, una persona que lo daba todo. A causa de las enfermedades que lo aquejaron durante sus últimos tiempos, estaba en cama, y lo único que necesitaba, según él, eran pijamas. Duque Quinn afirma que: "El hubiera podido ser un Ardila Lule o un Julio Mario Santo Domingo. Tenía una suerte inmensa para los negocios, pero en vez de eso prefirió ser un soñador, dedicado a servir a los demás".

El Taj Mahall fue su refugio durante su enfermedad. Según su familia, de vez en cuando deambulaba por el balcón. Por momentos mandaba a llamar a Samuel Fonseca Vargas, el empleado más antiguo del parque, su amigo fiel, a quien le comentaba proyectos, le mostraba planos y le pedía informes de las obras que se llevaban a cabo en el parque. A Duque no le gustaba figurar en los medios. Una de sus pocas o únicas apariciones fue "un programa de historias de vida dedicadas al servicio", presentado por Pacheco. El capitán conservó la lucidez hasta el último de sus días. La muerte era una constante preocupación para él. Apasionado por la historia y algunos personajes como Napoleón y Winston Churchill, contaba historias sobre ellos y se lamentaba de que en Colombia no hubiera un hombre de esa talla. Uno a uno, les fue encargando a artistas colombianos dibujos sobre sus personajes predilectos. En realidad, su parque era un santuario para sus ídolos. Todo lo que había visto y leído, aquello que lo había fascinado, terminaba por surgir dentro de sus terrenos a pequeña escala.

Su esposa Amparo, una mujer santandereana y ocañera que se casó con él hace 34 años, todavía recuerda que el primer impacto que le produjo fue de asombro. Era prácticamente imposible que hubiera un hombre similar. Ese hombre de gustos excéntricos la enamoró "a punta de lengua". Hizo suyos sus tres hijos. La mimó. Bautizó uno de sus trenes con su nombre. La hizo retratar en innumerables lienzos, quiso componerle canciones. Y al final, como para que no quedaran dudas de su infinito amor, murió a su lado.

Por María del pilar corredor

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