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Los secretos de la urna

La Urna Centenaria contenía no sólo documentos de hace 100 años, sino algunos más insertados en octubre de 1911.

El Espectador
21 de julio de 2010 - 11:11 p. m.

En la noche del lunes, el personal de aseo del Archivo de Bogotá comenzó la limpieza del auditorio en donde tan sólo unas horas después estarían el alcalde Samuel Moreno, el presidente Álvaro Uribe, concejales, ministros, embajadores, generales. La preocupación del grupo de restauración del Archivo eran los hongos que podrían estar contenidos en la hermética Urna Centenaria y el peligro que podrían representar para todos los ilustres asistentes; incluso la urna como tal fue esterilizada con anterioridad.

 A las 7:30 a.m., cuando el alcalde Moreno y el presidente del Concejo, Celio Nieves, abrieron la caja fuerte, cerrada en octubre de 1911, Myriam Loaiza, restauradora del Archivo, se sorprendió del buen estado de los documentos. “Si la urna hubiera sido construida absolutamente hermética, hubiéramos encontrado una selva ahí adentro. Sin embargo, la caja dejó respirar a los documentos y eso evitó la aparición de hongos en gran escala”, dijo Loaiza.

Sin embargo, la sorpresa también llegó el martes en la tarde cuando se estableció el inventario total de los documentos guardados en la urna. Había 68 fotos, un plano de la ciudad y una de las tres copias de las litografías que se hicieron en Leipzig, Alemania, del Acta de la Independencia. También había un pequeño papel que data de 1943, dos cédulas de ciudadanía de 1970 y 1976, y una tira de hoja de cuaderno en la que se lee “Este país vive en guerra”, fechada en 2001. Sí, la urna, además de los documentos del Centenario, también albergaba papeles, incluso un billete de $100, que fueron introducidos por los visitantes del Museo de Desarrollo Urbano (en donde estuvo exhibida por un tiempo) o por algún ciudadano que no resistió de inmortalizarse de cierta forma al introducir su nombre en la cápsula del tiempo de hace 100 años.

Es interesante el poder de la urna: el poder de invocar el pasado para hacerlo presente, lo suficientemente atractivo como para esperar a que el guardia del museo se descuide y deslizar rápidamente la nota con el nombre de alguien para que alguien más en 20, 30 o 40 años lo lea y, sin saber siquiera quién es, lo recuerde. 

Por El Espectador

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