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Los sueños de 'El Loco' de El Cartucho

Perfil del líder de los recicladores del centro, quien soñó con organizar el negocio de las basuras y administrar el relleno sanitario Doña Juana.

David Felipe Arango Guzmán *
15 de julio de 2011 - 11:29 p. m.

El aroma a cigarrillo se mezcla con el de cientos de recicladores, mientras los peatones se detienen y miran con asombro el “Ñeropaseo”. A la vanguardia del séquito sobresale un hombre alto y de cabello ensortijado; porta una hoja de marihuana en su solapa y la sigla MRI (Movimiento de Recicladores Independientes) adorna el blanco impecable de su camiseta: es José Ernesto Calderón Soto, más conocido como ‘el Loco’ Calderón por su facilidad para convocar y organizar a las multitudes. Y poruqe “solo a un loco se le ocurre empuñar las banderas y ser el defensor y vocero de una comunidad marginada que habita uno de los lugares más peligrosos del mundo”.

El Cartucho, en el antiguo barrio Santa Inés —hoy parque Tercer Milenio— fue su hogar desde 1991. Allí organizó la cooperativa de indigentes MRI, conformada por unos 200 habitantes de la calle. Para la recolección de basuras que se hacía en horas nocturnas, y sólo con su gente de confianza, destinaba carros esferados y zorras de caballos de su propiedad.

El reciclaje en la vida del ‘Loco’ Calderón se remonta a su infancia. Nació a cuatro cuadras de la calle de El Cartucho, en el barrio San Bernardo, el 2 de diciembre de 1952. Fue el segundo de cuatro hermanos de una familia humilde, y tras la separación de sus padres comenzó a deambular por el sector a muy corta edad, como relata en su libro La vida de ERCAL en El Cartucho, publicado en 2000 (un año antes de morir), donde narra sus peripecias hasta convertirse en una figura respetada y temida en la calle de El Cartucho, epicentro del mercado negro de drogas, armas y documentos falsos.

“Los artesanos de la basura”

“Ernesto quería transmitir a la gente su historia, mostrarle al mundo El Cartucho que él conoció”, dice Diana Fonseca Ávila, su viuda. “Tenía planes como construir una ciudadela para los recicladores en el relleno sanitario de Doña Juana y hasta una curiosa propuesta para solucionar de una vez por todas el problema de la drogadicción en Bogotá, pues se concentraría en un solo lugar”, agrega.

Ernesto Calderón buscaba crear un espacio donde los “artesanos de la basura” —como él los llamaba— vivieran y trabajaran dignamente, con colegios, casinos, restaurantes, servicios públicos; todo dispuesto para que los habitantes de calle no afectaran la cotidianidad de la otra Bogotá. Por eso desde sus primeros años en el negocio del reciclaje creó varias cooperativas, como las del Garcés Navas, la de Gibraltar y la ya mencionada MRI. “Mi papá deseaba administrar el relleno de doña Juana para darle otra oportunidad la gente de El Cartucho”, afirma Sebastián Calderón, de 21 años de edad, el segundo hijo de su relación con Diana, también compañera en el negocio del reciclaje y quien todavía está al frente de varias bodegas.

Ernesto vivió cuatro años en Estados Unidos, donde consumió drogas y se jugó la vida en la calle: “Probé de todo marihuana, LSD, cocaína, heroína, me volví un adicto y en el afán de conseguir más droga asalté una joyería con tan mala suerte que me atraparon, me dieron la oportunidad de la cárcel o la deportación”, cuenta en el libro. Tomó la segunda opción y regresó a Colombia en 1974 para reiniciar su vida personal y laboral en el reciclaje.

Ernesto llegó a El Cartucho en 1990. Lo sorprendió la suciedad en que vivían las personas: “[…] es increíble como tal degeneración podía ocurrir frente a las narices del Presidente y de la policía, niños mendigando para una papeleta o para pegante, personas matándose a puñaladas”, escribe.

La calle de El Cartucho estaba habitada por cerca de 2.500 familias que vivían del reciclaje, una comunidad en la que no faltaban los niños. La imagen hostil y satanizada que tienen los habitantes de Bogotá de El Cartucho contrasta con la que conoció Sebastián Calderón: “No me da pena decir que crecí en El Cartucho, jugando fútbol con los gamines y lo recorría de día con la plena seguridad de que nunca me iban a hacer nada. Cuando íbamos con mi hermano y mi mamá, mi papá prefería coger de la mano a los gamincitos, se sentía igual a ellos; su vida giraba en torno a los habitantes de la calle de El Cartucho”, recuerda Sebastián.

Su papá siempre los mantuvo a él y a su hermano alejados del consumo de drogas, a pesar de que él mismo era adicto a la marihuana, hábito que siguió cultivando y defendiendo, como lo demostraba la “insignia” de la hoja de marihuana bordada en sus camisas y chaquetas.

Entre la clasificación de cobre, plástico, papel, aluminio y vidrio se distribuía el día en la bodega de cuatro pisos, ubicada en la calle 8ª, de propiedad del ‘Loco’ Calderón. En este edificio se realizaba la separación de las basuras de forma artesanal, con máquinas construidas por los propios recicladores; y los pisos superiores servían de albergue a los “ñeritos” que le ayudaban.
Para las elecciones de 1988, el ‘Loco’ Calderón junto con su cooperativa de reciclaje pusieron las esperanzas en el candidato a la alcaldía de Bogotá Andrés Pastrana Arango, quien realizó un pacto con ellos para garantizarles trabajo, pero como lo afirma en su libro, luego privatizó la empresa de aseo de la capital.

“Los políticos siempre fueron un impedimento para solucionar el problema social de la calle de El Cartucho; sus intereses nunca fueron los de nosotros”, afirma Aura Pinilla, quien conoció a Ernesto Calderón durante más de 30 años, y agrega: “Él pasó muchísimos proyectos a la Alcaldía, llevó salud, ropa y comida a los ‘ñeros’ de la calle del Cartucho, siempre estuvo pendiente de los ‘ñeritos’ y de nosotros, los recicladores”. Entre esos proyectos estaba el de construir una ciudadela del reciclaje en el relleno de Doña Juana, que no le costaría un centavo al Distrito, pues sería construida por la empresa privada.

Las revueltas
La alcaldía de Enrique Peñalosa decidió demoler la calle de El Cartucho para dar paso al parque Tercer Milenio y al Centro Internacional Mayorista, que le cambiarían la cara al centro de la ciudad. “Por esa época, el MRI se cambió el nombre a Movimiento Revolucionario de Indigentes para frenar las pretensiones del alcalde y evitar la construcción del parque, que fue construido encima de muchos muertos”, afirma Diana Fonseca, haciendo alusión a las “limpiezas sociales”, a las víctimas de la violencia cotidiana del Cartucho y de los enfrentamientos con la fuerza pública.

La demolición de la zona comenzó el 13 de marzo de 1999, cuando en un gesto de buena voluntad, los mismos habitantes derribaron la primera casa; después, las infructuosas negociaciones con la directora del Departamento Administrativo de Bienestar Social, Gilma Jiménez, y con el secretario de Gobierno de la época, Jaime Buenahora, terminaron en cruentas manifestaciones y en la irreversible demolición de El Cartucho.

El 1º de marzo del 2000 los recicladores se tomaron la estación de gasolina de la calle 6ª con carrera 24 y amenazaron con volar todo el sector si la Policía no se retiraba; el enfrentamiento terminó con un muerto, Mauricio Fonseca Cantor, y 19 heridos. Los medios de comunicación registraron la noticia y destacaron la ira del ‘Loco’ Calderón, quien les gritaba a los recicladores: “Cásquenles a estos periodistas faltones”. En agosto del mismo año, a raíz de la muerte de un niño de cuatro años castrado y violado en El Cartucho, Calderón agredió a los reporteros de El Espectador que fueron a cubrir el hecho. Su relación con los medios fue tan tormentosa como con los políticos.

Tras la amenaza de volar la estación de gasolina, el alcalde Peñalosa declaró a los medios que Calderón corría el riesgo de tener problemas penales por organizar una revuelta que se le salió de las manos. También se preguntó si Calderón era un líder comunitario o un “empresario de discutible actividad”.

“El ñeropaseo”
Pero en ese territorio disputado por cuatro bandas criminales, con enfrentamientos violentos entre líderes y seguidores, también había lugar para la diversión. El 16 de septiembre del 2000 se realizó el primer festival artístico de El Cartucho, en el que hubo alimentación gratuita para todos los habitantes del sector, y que fue coordinado por la Policía. Durante tres días se realizaron reinados, comparsas, desfiles de carrozas, carreras de zorras y de carritos de madera. Además, se adelantó una campaña de aseo para los habitantes de la calle; así pudieron bañarse e incluso algunos recibieron ropa limpia, y todos celebraron con tamal y chocolate. La Alcaldía adelantó una jornada para identificar a la población y fue así como muchas familias se reencontraron luego de años de separación. Diana Fonseca recuerda que “llegaban en carros lujosos a recoger a sus familiares, vi muchas escenas de reencuentros donde inclusive los ‘ñeritos’ no recordaban a sus familiares”.

Por su cuenta, ‘el Loco’ Calderón organizó un desfile, como lo hacen las grandes empresas, que arrancó en el Parque Nacional y llegó a la plaza de Bolívar, conocido como el “Ñeropaseo”. “Ernesto trataba de hacerlos volver a la vida normal, les celebró la Navidad y todas las festividades que ellos en su condición de habitantes de la calle habían olvidado”, dice Diana Fonseca.

Batalla campal y tiro de gracia
Las protestas y la presión continuaron hasta que el 3 de marzo del 2001 la voz de mando se apagó: un indigente le disparó por la espalda y el impacto en el cuello fue fatal. Murió cerca de su casa, ubicada en la carrera 9ª con calle 18, donde había vivido durante más de 20 años. “Ese día todos nos estábamos alistando para una fiesta de 15 años; lo enterramos con la ropa elegante que tenía para la ocasión”, recuerda Diana Fonseca. En el cortejo fúnebre, además de los carros esferados y de las zorras, había tres tanquetas de la Policía. Durante dos horas recicladores, gamines y habitantes de la calle velaron al ‘Loco’ Calderón, quien varias veces sentenció que de El Cartucho los sacaban, “pero muertos”..

En el relleno judicial
¿Por qué mataron a Ernesto? Esa es la pregunta que aún queda en el aire. La Fiscalía adelantó una investigación que tuvo entre sus pruebas el video del homicidio grabado por la Policía; posteriormente, el DAS y la Fiscalía se tomaron El Cartucho. En esta operación cayó la banda Los Boyacos, sindicada del asesinato del ‘Loco’, pero ni la familia supo en qué terminó la investigación.

“Yo no sé por qué lo mataron, si por exigirle ayuda al Distrito, o por hacer visible un problema que toda la sociedad ignoraba. Recuerdo que la última vez que lo vi me dijo que lo iban a matar y que esperaba que el gobierno se preocupara por esta gente porque si no, en el futuro esto sería el dolor de cabeza de la ciudad”, recuerda Aura Pinilla.

Pero en su momento también circuló la versión de que fue víctima de una disputa por el poder territorial en la zona.
Ya han pasado diez años de la muerte del ‘Loco’ Calderón, y del afán de las administraciones distritales por solucionar un problema social que se mantiene. Quedan “Cartuchitos”, como la calle del Bronx o Cinco Huecos, que al igual que su antecesora, son tierra de nadie, sin control de las autoridades ni garantía de seguridad para los ciudadanos que circulan por allí.

Sebastián Calderón se propone mantener viva la memoria de su padre, pese a que el proceso terminó en el relleno judicial. Dice que lo indignan el monopolio de las basuras y la ley 1259, sancionada por el gobierno del expresidente Álvaro Uribe Vélez, la cual declara que los residuos, que no tenían dueño, ahora son del Estado y, además, prohíbe el trasteo de residuos de manera inadecuada. “Es el colmo que saquen del juego a las familias de los recicladores; les impiden abrir las bolsas de basura para separarla y además los penalizan por hacerlo, como si un reciclador pudiera pagar dos salarios mínimos de multa”. Luego sentencia con un adagio popular: “El día en que la mierda valga algo, los pobres nacerán sin culo”.
 

 * Revista Directo Bogotá http://issuu.com/directobogota/docs

Por David Felipe Arango Guzmán *

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