Tierra adentro, en las entrañas del suelo sabanero y del bosque andino de Cundinamarca, rodeada de húmedas praderas, que se convierten en agua con tan solo pisarlas, yace una fuente hídrica epicentro de recientes debates. En la vereda de Santa Helena, en donde la bruma húmeda es más espesa por las lluvias constantes de todo el año, se encuentra la cuenca Tres Quebradas, la estirpe de corrientes subterráneas que capta la embotelladora INDEGA S.A. del gigante corporativo Coca-Cola.
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Pese a que a los fantasmas de la escasez de agua están parcialmente silenciados por la temporada de lluvias y la suspensión del racionamiento, lo cierto es que, para una ciudadanía que vivió un año la agonía de no tener agua cada nueve días, le resultó indignante el uso del agua para usos comerciales. En especial, para la comunidad de La Calera, en donde, pese a colindar con Chingaza y estar rodeados de afluentes, la sequía de los grifos es una escena que trasciende la restricción del último año.
Aunque la concesión de la empresa para captar agua de la cuenca lleva 39 años de vigencia, fue a mediados de 2024 cuando, en pleno racionamiento, un reportaje publicado en Vorágine puso en la palestra que Femsa usaba el agua para venderla. La fecha de esta explosión mediática, además, coincidió con el vencimiento de la licencia para explotar el recurso. por lo cual, mientras la indignación hacía eco en la opinión pública, Femsa, a través de su razón social en Colombia, Indega S. A. S, acudía a la CAR para renovar el permiso de aprovechamiento de los manantiales, que vencía a finales de 2024.
La licencia que le permite extraer el agua de esta cuenca, para luego embotellarla y venderla en las tiendas y supermercados del país, a un promedio de $2.500 el litro, específica que la embotelladora puede captar hasta 3,23 litros por segundo del agua subterránea de la cuenca Tres Quebradas, lo que equivale a 280.000 litros diarios y a 102 millones anuales, que se extraen para robustecer su negocio del agua embotellada.
Cuando las cifras fluyeron como escorrentía entre la ciudadanía desataron corrientes de reproches: ¿cómo era posible que, mientras La Calera y Bogotá padecían la sequía, Coca-Cola se lucrara con un recurso público y escaso? Tal fue el revuelo, que la CAR, en medio del trámite de renovación de la concesión, decidió convocar a una audiencia pública, para este jueves 15 de mayo, en la cual los interesados y Femsa tendrán la oportunidad de dar sus argumentos a favor y en contra de la renovación del permiso para los próximos 10 años.
Este mecanismo fue el mismo que usó la CAR para dirimir la controversia sobre la licencia ambiental —hoy congelada por orden del Consejo de Estado— para extraer 20 hectáreas de la reserva Thomas Van der Hammen y así darle paso a la ampliación de la av. Boyacá. Sin embargo, para el caso de las concesiones, el mecanismo de audiencia pública es inédito, por lo cual la discusión será histórica y sentará un precedente sobre la priorización que la ciudadanía está comenzando a darle al recurso finito del agua. A pocos días del evento, recapitulamos los principales nodos de discusión.
Agua que brota de la tierra
Resulta imposible caminar por los bosques alto andinos que rodean la cuenca Tres Quebradas y no tener un mínimo contacto con el agua. En todo el año, en esta cuenca llueve entre 700 y 1.400 mililitros más que el promedio de la región, lo cual convierte a esta porción de arrayanes, palma bobos y montañas en un banco de agua nutrido por la lluvia y la neblina. Tres Quebradas pertenece a un sistema hídrico mucho más grande, conocido como La Simaya, que también aloja a la cuenca de San Lorenzo.
No es casualidad el elevado caudal de lluvias en la zona. Un perfecto equilibrio ecosistémico, que comienza con las precipitaciones de cada día y culmina con el regreso de esa agua a la superficie, es el eje axiomático que mantiene vivos y abundantes los numerosos manantiales subterráneos en la zona. A diferencia del agua subterránea alojada en pozos, de más de 400 metros (los cuales están siendo evaluados como alternativa de abastecimiento), en este bosque el agua la absorbe la tierra y brota de nuevo, a través de un ciclo hídrico más sencillo. De ahí, que resulte importante destacar la diferencia entre un pozo de agua subterránea, y un manantial, por cuanto ambos tienen características distintas que incluyen en la captación del agua.
Una veintena de metros por debajo de la superficie de la cuenca hay rocas agrietadas, a través de las cuales se filtra la cantidad de agua lluvia. Luego el líquido, producto de la presión geológica, hace de nuevo tránsito a través del suelo para salir, en un período de ocho años, de nuevo a la superficie sin necesidad de un mecanismo de bombeo. Comprender este sabio proceso natural resulta clave para entender el entramado de captación que usa Coca-Cola para llevar el agua a las botellas de plástico y otros materiales.
A mediados de 1984, un ciudadano italiano se mudó a la vereda de Santa Elena, en donde hoy están los siete manantiales concesionados a la embotelladora. A su llegada, el extranjero se percató del mecanismo y, utilizando la fuerza de la gravedad, hizo que estas aguas rodaran montaña abajo para que llegaran a su predio y poder consumirlas. No obstante, una vez calmo la sed de su predio, el italiano vio en el abundante volumen de los manantiales una oportunidad de negocio para venderla embotellada y distribuirla.
Como ocurre con casi todas las historias de éxito industrial, su sistema de gravedad y manantiales pronto se fue expandiendo hasta ser adquirido, en 1986, por una embotelladora nacional y luego por Femsa (Coca-Cola) en 2003. Durante este tiempo, las autoridades ambientales han otorgado concesiones ambientales para legalizar esta actividad y poner topes con el fin de proteger su sostenibilidad.
Hoy, la producción funciona a una escala superior a la de sus inicios. En la parte alta de la montaña del predio, un kilómetro más arriba de la planta, hay siete cajas de mampostería, colocadas sobre los afluentes, con las cuales se capta el agua. Cuando cae, unas mangueras transportan el líquido a tanques de almacenamiento, sin usar una sola chispa de electricidad. De nuevo, la mera gravedad se encarga de impulsar el líquido, que termina en la planta de tratamiento, donde se filtran las pocas impurezas y luego la envasan para la venta, en recipientes de 600 y 800 mililitros.
¿Amenaza para el ecosistema?
Los grupos de ciudadanos que se movilizaron para pedir la audiencia pública y así reevaluar la extensión de la concesión por otros 10 años cuestionaban dos preceptos técnicos fundamentales: que el agua debía ser exclusiva para el consumo humano (y no industrial, como Femsa) y el riesgo que representaba la explotación de los manantiales, en caso de aprovechar más agua de la que la naturaleza pudiera reponer. En ese orden de ideas, previa a la convocación de la audiencia, la CAR encargó estudios hidrogeológicos a una consultora independiente, llamada Hidrogeocol, para evaluar los dos aspectos.
El primero, que el agua que capta la empresa no esté saliendo de otra fuente distinta a la cuenca Tres Quebradas, ya que, como se explicó, en la zona confluyen otras cuencas y fuentes hídricas, entre ellas, nada menos que los embalses de Chuza y San Rafael, del que sale el 50 % del agua que consumen Bogotá y los municipios aledaños, incluida La Calera. Asimismo, el estudio debía determinar si el agua captada por la concesión superaba el caudal de lluvias filtrado desde la superficie y su capacidad natural de reponer el agua.
Los resultados, que son de libre consulta y fueron presentados públicamente por la CAR, indicaron que el agua de la concesión reside única y exclusivamente en los siete manantiales bajo la tutela de la empresa. Ningún otro afluente aporta agua a la escorrentía que lleva el líquido vital desde la montaña hasta la planta de embotellamiento, de acuerdo con los resultados de los geólogos en campo.
Los expertos utilizaron métodos de escaneo de corriente eléctrica para rastrear el recorrido del agua desde su origen hacia la botella. Es decir, que las aguas de los embalses Chuza y San Rafael tienen un sistema hídrico independiente al de la cuenca de la cual capta agua Coca - Cola. Y de esa cuenca, la de Tres Quebradas, la embotelladora capta el 0,6 % del agua total disponible, de acuerdo con los resultados del estudio.
El segundo aspecto, conforme a las modelaciones y a la información sobre los litros extraídos, encontraron que solo en temporadas secas, como la de septiembre, el volumen del agua entrante llegó a ser similar a la que se extraía. Los once meses restantes, el volumen de precipitaciones supera por 130.000 mililitros al agua captada.
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Los reparos
La distribución del agua en La Calera ha sido históricamente desigual. Mientras las veredas más alejadas del casco urbano han padecido la peor cara de los racionamientos y la falta de infraestructuras, como acueducto y alcantarillado, los nuevos edificios resultantes de la presión urbanística e inmobiliaria reciben el recurso casi sin inconvenientes. Por lo tanto, las inquietudes y presiones de la comunidad sobre esta, y todas las concesiones de agua son totalmente legítimas.
El tema es que al municipio, en vista de su imposibilidad de aprovechar el agua de los afluentes de su territorio, le toca comprar la mayoría del agua en bloque a la empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá. Dicha situación resulta particularmente irónica, porque el acueducto vende el agua a La Calera —ya tratada en sus plantas— que extrae de los embalses que quedan en el municipio.
La comunidad más alejada de los cascos urbanos ha debido recurrir a la construcción de acueductos veredales, labrados en la mayoría de ocasiones con sus manos y de manera ornamental, con el fin de no sucumbir a la sed. Según cifras oficiales, hay unos 154 de estos acueductos que se alimentan de varias fuentes, incluidas las aguas subterráneas, de los cuales 100 pozos no están debidamente formalizados. Esto impide, por ejemplo, que se apliquen las restricciones necesarias para cuidar el agua y, sobre todo, el correcto manejo de las aguas residuales.
Situaciones como estas hacen que La Calera haya ocupado el segundo lugar entre los municipios que más ahorraron agua durante el racionamiento. Empero, los problemas persisten y cualquier atisbo de monopolio de un recurso tan esquivo cae como una bomba sobre los habitantes, generando indignación.
Mientras en la mayoría del país y Bogotá se concebía la captación del agua, en sí misma, como un problema ambiental y social, las preocupaciones de la comunidad se dirigen más hacia la forma de compensación de las embotelladoras (Aguas del Páramo, Sherleg, Manantial, Femsa,etc.) por extraer esta agua. Aunque Femsa dice que su compensación se evidencia en el pago de más de $1.000 millones y otros $12.000 millones para conservar el ecosistema en torno a los manantiales, la comunidad exige formas diferentes de retribución.
En especial, al calcular que el aprovechamiento de casi 100 millones de litros al año podría representar ingresos cercanos a los $200.000 millones. Mientras tanto, según la tasa de tarifas que la CAR cobra por estas concesiones -ronda el 0,4 % al 0,6 % de los dividendos-, esta y las otras embotelladoras solo pagarían entre $4 y $6 millones al año.
Por eso, líderes y vecinos de La Calera exigen, por ejemplo, paquetes de becas para estudiantes del municipio, mejoras en las vías destapadas en las veredas de Santa Helena y Buenos Aires -aledañas a la planta- así como mayor inversión en infraestructura de acueducto y alcantarillado. No obstante, este último punto parece ir más encaminado hacia la forma en la cual la administración municipal ha manejado los recursos tributarios de esta y otras concesiones en el territorio.
Mientras tanto, Femsa defiende que realiza inversiones de índole social en el territorio a través de diversas líneas de acción, y que el 85 % de la plantilla de empleados está conformada por residentes de las veredas y el casco urbano de La Calera.
Respecto al cobro directo por el agua captada, varios actores y expertos se quejan de lo bajas que resultan las tarifas aplicadas a estas empresas por su actividad. La regulación de estos precios depende del Ministerio de Ambiente, al que se le ha solicitado la actualización de los cobros. Incluso, el propio alcalde Carlos Fernando Galán, se quejó del bajo coste que se le cobra a los dueños de las concesiones por extraer el recurso.
Otra problemática asociada a la extracción de agua subterránea es la de los pozos y captaciones ilegales. La CAR, en el último año, ha interpuesto a 156 sanciones a particulares por extraer de manera irregular este recurso en el departamento. El profesor Fernando Helí Romero Ordóñez, del Departamento de Geociencias de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional de Colombia, explica que estas captaciones representan un peligro para la preservación del recurso, pues al no estar reguladas, extraen más agua de la que se extrae y contaminan los acuíferos al no cumplir con las normativas exigidas.
Lamentablemente, este tipo de captaciones son utilizadas para actividades agropecuarias, cuya naturaleza termina impactando y erosionando el agua subterránea. De hecho, en materia de concesiones legales, el 38 % de ellas está dirigida a actividades agrícolas, mientras que el uso industrial solo representa el 8 %.
Tan diáfana y cristalina como el agua de los manantiales debe tornarse la audiencia pública del próximo jueves. En honor al tesoro que yace bajo las profundidades de la sabana y La Calera, los intervinientes deberán aislar cualquier fervor político e interés económico para encontrar nuevas formas de conservar el agua subterránea y nutrir una opinión más informada sobre su funcionamiento.
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