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Muerte de perro por posible negligencia de escuela canina

Rufo, un labrador dorado de siete meses, fue atropellado por una grúa después de un descuido de la ruta del colegio canino al que asistía. Ahora ni las autoridades, ni la empresa responden por lo sucedido, pues los establecimientos no están regulados.

Redacción Bogotá
11 de octubre de 2014 - 03:04 p. m.
/Cortesía
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Diego Pardo se despidió de su perro Rufo el pasado viernes 3 de octubre sin imaginar que ese día moriría de la manera más trágica. Desde hacía un mes, la mascota iba a un colegio canino llamado Guau Pet Móvil, que lo recogía a las 6:30 a.m. y lo dejaba en su casa a las 6:00 p.m., tres días a la semana. Aunque no estaba conforme con el servicio que se prestaba en el lugar, sobre todo con el trato de los conductores de las rutas, Pardo enviaba a su perro para que tuviera algunas clases de entrenamiento y un espacio más amplio donde correr.

Ese día lo entregó a la misma hora de siempre. Ya salía para su trabajo cuando recibió la llamada de un desconocido, quien le decía que su perro había sido arrollado por un carro en la Avenida El Dorado con Avenida Ciudad de Cali y que, lastimosamente, había fallecido. Pardo no podía creerlo: “¿cómo iba a estar Rufo muerto, si yo se lo acabo de entregar a la ruta?”, se preguntaba. De inmediato salió para el lugar.

Allí se encontró con Elkin Rayor, la persona que lo llamó a las 7:20 a.m. “Estábamos en el cruce de la Avenida El Dorado con la Avenida Ciudad de Cali y vimos a otro perro que iba caminando con la gente que atravesaba la calle. En un momento, una grúa no frenó y las personas tuvieron que parar. El único que siguió derecho fue el perrito, que pensábamos que estaba con alguien. Lo golpeó con el bumper y el animal quedó tendido en el suelo. Estaba muy mal. Luego le dejó de latir el corazón y le cerré los ojos. El animal tenía un collar con un teléfono y por eso llamamos a su dueño”.

Al parecer, según la información que reunió Diego y la declaración del conductor, la puerta del vehículo quedó abierta y el perro saltó por ahí. “El carro no cumplía con las normas de seguridad, el señor de la ruta le insistí tanto que por fin me contestó y me dijo que “el perro se salió y no se dejó coger”. Me lo dejó botado”, afirmó Diego.

Sin embargo, esta fue una declaración no oficial. Diego ha intentado comunicarse con la empresa Guau Pet Movil, pero ha sido imposible conseguir una respuesta de su parte. Incluso, el dueño de Rufo ya radicó un derecho de petición para que le expliquen por qué si el conductor se dio cuenta que el perro se escapó, no hizo nada y, por el contrario, lo dejó solo caminando por la ciudad. En el documento solicita la programación de la ruta y un informe de la reunión que hubo sobre este caso en la empresa.

“Hasta el momento de este correo, no he recibido de parte de la empresa una
llamada, ni un correo, en cual expresen la voluntad de llegar a una
indemnización por la pérdida de mi mascota”, agregó Diego.

Pero ahí no acabó el dolor de Diego. La empresa, que después de lo sucedido se ofreció a cremarlo, incumplió las condiciones, pues inicialmente se acordó un servicio individual que no se llevó a cabo. “Lo cremaron con otros perros, así que no son las cenizas de él”, añadió.
Lo preocupante del caso es que no hay instancias en donde Diego pueda realizar una denuncia o un reclamo. Estos colegios caninos nacieron en la última década y las autoridades no han expedido una reglamentación que los cobije. Este diario se comunicó con la Secretaría de Ambiente, pero la respuesta fue que esta actividad no está regulada y que hasta ahora se piensa incluir dentro de la política pública de protección animal que está por salir.

Mientras alistan el plan “que está por salir”, continúan presentándose casos similares al que Diego tuvo que sufrir. El dueño de este labrador dorado de siete metes interpondrá una demanda en contra del establecimiento.

Pero no es la única inconformidad que se tiene al respecto. Hernando Beltrán, un trabajador de uno los colegios caninos ubicados a las afueras de la ciudad, le contó a este diario que falta rigurosidad por parte de las autoridades en estos lugares, pues en muchos de ellos los perros son encerrados en jaulas e incumplen con lo prometido en el contrato, como los entrenamientos y la recreación en grandes espacios.

El Espectador intentó comunicarse con la empresa Guau Pet Móvil, pero no fue posible. El gerente del lugar, Eduardo del Castillo, jamás contestó las llamadas.
 

Por Redacción Bogotá

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