Durante varios días el país entero, de la mano de la pequeña caja negra, había seguido el invisible rastro de Luis Santiago Lozano, el pequeño que fue sacado de su casa el 24 de septiembre del año pasado. Entonces, entre las declaraciones de las autoridades (quienes como siempre habían puesto en marcha “operativos exhaustivos”), el llanto de una madre y los testimonios de un par de abuelos a quienes se les notaba el peso de la vigilia en los ojos, se vieron las imágenes del padre Orlando Pelayo rezando, pidiéndole al viento por la vida de su hijo.
Todos volvieron a gritar. Esta vez nadie lloró. El sentimiento ya no fue de congoja, sino de ira. Pelayo, el padre, confesó haber ordenado el secuestro de su hijo. La razón, tan mezquina como el hecho mismo: la negativa a pagar una pensión alimentaria. A través de los medios, megáfonos de las desgracias nacionales, el fiscal lo llamó animal, la sociedad entera, tan al tanto de la miseria ajena, se volcó sobre alguien que encarnó uno de los peores aspectos de la condición humana: el padre que mata al hijo.
El día del entierro fue el instante perfecto donde quedó retratada la esquizofrenia perpetua en la que vive Colombia. Por un lado, una familia llena de dolor, una madre, siempre una madre, que a duras penas podía con su propio cuerpo. Por otro, una chusma fisgona que, más allá de la tragedia, quería ver la escena mediática, el espectáculo del cual se alimentan las masas, del cual hablarán en cafeterías perdidas en los rincones más alejados de la geografía.
También había ciudadanos histéricos, consumidos por una ira que bien podría decirse es un rasgo patrio, una condición de ser colombiano. Ese mismo día, a pocas cuadras de la iglesia donde se organizó la velación, se realizó la audiencia donde le fueron leídos los cargos al padre asesino y sus cómplices, Jorge Orlando Ovalle y Martha Lucía Garzón. El pueblo entero los quería linchar.
Para el recuerdo quedó el rostro del pequeño, la foto que circuló durante días en volantes, primeras páginas de periódicos y titulares de noticieros, y que hablaba de la edad de la inocencia, los pocos años en donde, por fortuna, el ser humano no entiende nada del mundo vil al cual fue llamado. En la memoria de los colombianos quedó esa cara, el último rostro.
Condenados los implicados en el homicidio
Orlando Pelayo, el padre de Luis Santiago Lozano, fue condenado a 60 años de prisión por el asesinato de su hijo. Además de la condena, la jueza, Teresita Barrera Madera, multó a Pelayo con 1.066 salarios mínimos mensuales vigentes, una suma cercana a los $500 millones.
Por su parte, los cómplices del padre, Jorge Orlando Ovalle y Martha Lucía Garzón, fueron condenados a 27 años de cárcel por el secuestro agravado del menor. Sin embargo, tanto Ovalle como Garzón rechazaron los cargos de secuestro de la madre, Clara Ivonne Lozano, y homicidio de Luis Santiago. La jueza también decretó que ambos deben pagar una multa de 1.360 salarios mínimos, algo más de $630 millones.