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Siglo XXI. Bogotá, Colombia. Los jardines del cementerio sepultaron 12 cuerpos más en sólo un año, 2008. Todos se llamaron hinchas, pasivos o furibundos. Los mataron las barras bravas del verde, del rojo… daba igual.
William Alfredo Rodríguez se levantó ansioso porque Millonarios iba a estar jugando en un clásico con Santa Fe después de que se ocultara el sol. Millonarios, el único equipo al que le podía gritar con ese amor que se dice tener por el fútbol. Millonarios, decía la camiseta que se puso el sábado 24 de octubre del año pasado.
Después se arrepintió de ir al estadio porque sabía que su equipo venía escala abajo en la tabla de clasificación. Era un mal hincha, que no iba a estar en las buenas y en las malas.
De todas formas, Rodríguez no se iba a perder el clásico y siguió vestido acorde con el ritual. Se reunió con sus amigos en un bar de Patio Bonito, Kennedy, donde todos gozaron y sufrieron el uno a uno que dictó el marcador de aquel encuentro. Tomaron algunos tragos y luego el joven, de 17 años, salió con uno de sus compañeros, Michel Parra, sin un porqué ni un adiós. A los 20 minutos llegó Parra, de 16 años, con una herida en el tórax escondida por borbotones de sangre. Se lamentó, tomó aliento y alertó a los demás para que socorrieran también “a William”, entonces tirado en la esquina con su pecho y abdomen acuchillados. El joven deliraba y con un atisbo de lucidez dijo que los ‘verdes’ habían sido y que, por favor, le salvaran la vida. Los ‘verdes’, dedujo después la Policía, eran las barras bravas del Atlético Nacional. Tan bravas que no soportaron a alguien vestido del equipo rival en una noche en la que su Nacional no haría historia. Lo segundo que dijo no lo escuchó el destino. Rodríguez murió antes de llegar al hospital de Kennedy.