Nico contra los estereotipos del síndrome de Down

Nicolás Ardila Valero entró hace cuatro años a la agencia de publicidad Cyan. Desde que llegó empezó a romper paradigmas y barreras que se construyen en el medio laboral, pues en el país sólo el 45 % de empresas contratantes incluyen en su personal a empleados con discapacidad.

Natalia Tamayo Gaviria - @nataliatg13
19 de enero de 2018 - 21:45 p. m.
Nicolás Ardila tiene 24 años, llegó hace cuatro a Cyan para apoyar las tareas de archivo y desde hace tres ascendió a la gerencia. / Mauricio Alvarado - El Espectador
Nicolás Ardila tiene 24 años, llegó hace cuatro a Cyan para apoyar las tareas de archivo y desde hace tres ascendió a la gerencia. / Mauricio Alvarado - El Espectador
Foto: MAURICIO ALVARADO

No mide más de 1,65 metros, sus manos pequeñas aprietan con dulzura y un toque de timidez, no sostiene la mirada —quizá los extraños lo hagan sentir lejano— y cuando habla concluye cada frase con una pregunta afirmativa, como si las negaciones no existieran para él.

“Yo tengo síndrome de Down. Soy una persona común y corriente, ¿sí? Si una persona me quiere enseñar algo, yo lo puedo hacer, ¿sí?”: así se describe Nicolás Ardila Valero, el gerente de abrazos de la agencia de publicidad Cyan, en Bogotá.

Sin embargo, Nico, como lo llaman sus más cercanos, tiene un cromosoma adicional en sus genes que no se puede eliminar. Según la medicina, esta alteración genética no es hereditaria, es una anomalía que ocurre en la reproducción y produce dificultades cognitivas. Para él no son dificultades, son retos.

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Y eso lo ha demostrado. Tiene 24 años, llegó hace cuatro a la empresa para apoyar las tareas de archivo y desde hace tres ascendió a la gerencia, un nuevo cargo que Cyan creó debido a los cambios que Nicolás ayudó a generar en la compañía.

“Trabajaba medio día. Todos los días, cuando llegaba o se iba, pasaba por cada uno de los puestos de trabajo, dándole un abrazo a la gente por motivación propia, porque para él eso era muy importante”, narra Camilo Leyva, director general, sobre la llegada de Nicolás a Cyan.

“Yo tengo una cosa que es carisma. El carisma tiene que ver con la necesidad de los demás. Yo soy presto para ayudar, y me gusta”, reitera Nicolás en cada frase, en cada abrazo, en cada celebración de cumpleaños a sus compañeros, en cada llamada en la que pregunta por la ausencia de alguno de la oficina, en cada bienvenida a alguien nuevo, en cada itinerario preparado que le da a quien se va de vacaciones.

Las estadísticas de escolaridad de personas como Nico son muy bajas. Para el último censo, en 2005, en escuelas educativas distritales de Bogotá estaban matriculados 100 estudiantes de entre 5 y 24 años con síndrome de Down.

Nicolás no estudió una carrera, ni siquiera terminó el bachillerato, pero eso no fue necesario para que entendiera que los abrazos tienen un gran poder químico al liberar hormonas como la dopamina, llamada la de la felicidad, y efectos psicológicos al reforzar las relaciones interpersonales. Siente el poder que tiene ese gesto en cada compañero de trabajo que lo recibe. Cyan y él se convencieron de la importancia de su rol al apoyar el “bienestar laboral emocional”, una teoría que ni siquiera ha llegado a los libros administrativos.

La presencia de Nicolás ha reforzado el sentido de familia que busca la organización para sus empleados. Además del gusto por trabajar en un entorno en el que incluyan a personas como él.

La responsabilidad social empresarial (RSE) que incorporó Cyan con Nicolás hace parte del 45 % de empresas contratantes que incluyen en su personal a empleados con cualquier discapacidad, según un estudio de Universia.

Aunque llegó a desempeñar funciones operativas en el área administrativa, una de las dependencias que más contrata a personas como Nico, la compañía supo identificar su potencial.

Él sabe que es importante para la empresa, en especial para todos con quienes trabaja. Por eso sonríe cuando Camilo Leyva habla de lo positivo que ha sido para Cyan o cuando su jefa directa, Johana Ordóñez, dice que su función es dar “pequeñas descargas de felicidad a la gente”. Lo sabe y por eso planea todos los días, con agenda en mano, para cumplir que sea así.

El joven tímido de hace una hora se esfuma, sostiene la mirada y los silencios en sus respuestas ya no se acentúan. Exhibe su puesto de trabajo impecable, sin nada al azar. Y para despedirse ya no tiende la mano, sino que abraza como la acción más afirmativa que puede nacer de él, como lo que acostumbra hacer para que el día de sus compañeros sea más llevadero.

Por Natalia Tamayo Gaviria - @nataliatg13

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