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No se requiere de experticia o estudio técnico alguno, sino de la humana observación, para advertir que los taxistas, como otros conductores de vehículos de servicio público y particular, hacen lo que quieren. En la columna anterior, llamé la atención sobre el caos que unos y otros, bajo la mirada complaciente de las autoridades, han generado en el Aeropuerto Internacional El Dorado.
La llegada de los agentes de tránsito ha sido más que positiva, como también se resaltó en columna anterior. Su presencia viene siendo vital para ayudar a que el tráfico fluya. Pero también, poniendo orden a los mal parqueados, a quienes obstruyen las cebras, etc. Sobre esto último, deben trabajar más, aún les falta mucho.
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El bloqueo de la calle 26 en la madrugada del pasado viernes por parte de taxistas, y la amenaza de paralizar a Bogotá este lunes 23 de enero, demuestra el talante pendenciero y oportunista de algunos líderes de este gremio y de algunos de sus integrantes. El bloqueo se produjo como respuesta a que a un taxista le inmovilizaron el vehículo mientras entraba al baño en un centro comercial, y el anuncio de paralizar a Bogotá, se funda en que hay abusos contra los taxistas y no se han adoptado medidas frente a los trancones generados por las obras públicas en curso.
Ni lo uno, ni lo otro, se halla cerca de ser una razón que justifique el bloqueo de una vía y, mucho menos, la amenaza de paralizar la ciudad. Ambas son reacciones desproporcionadas, arbitrarias e inaceptables. El vehículo inmovilizado se hallaba estacionado -abandonado- en la vía y en sitio prohibido cerca a la Fiscalía; y los abusos a los que se hacen referencia para paralizar la ciudad, corresponden a que la Secretaría de Movilidad les comienza a exigir con rigor el cumplimiento de la ley.
El efecto más grave de dejar de ejercer la autoridad o relajarse en ello, es que los llamados a acatar las exigencias de ley, como ocurre en el caso de los taxistas, se sienten con el derecho de hacer lo que quieran: estacionar donde quieran; decidir si llevan o no al pasajero, según sus propias conveniencias; a veces, a cobrar la tarifa que les provoca; prestar el servicio con un vehículo en mal estado y sucio; etc.
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En buena hora la administración de la alcaldesa López se ha tomado en serio la tarea de recuperar el ejercicio de la autoridad en materia movilidad. Lo que debería ampliarse urgentemente a ciclistas, motociclistas y peatones. Eso ayudaría significativamente a mejorarla.
En lugar de llamar a paralizar la ciudad, los líderes taxistas deberían convocar al gremio a cumplir la ley. En lugar de quejarse, deberían ayudar a mejorar la movilidad con acciones que les competen a ellos, como son estacionar, recoger y dejar a los pasajeros en los lugares permitidos. Mantener sus vehículos no solo en excelente estado mecánico, sino de presentación, propio de un servicio público como el que se les ha encomendado, debe ser otro propósito gremial. Hay taxis que parecen más “chivas rumberas” -por no hablar de los destartalados- que vehículos en los que se presta un servicio público.
La amenaza de Ospina de paralizar la ciudad, es un despropósito casi extorsivo. Este protagonismo mediático puede tener el interés de intentar una vez más llegar al Concejo, en lo que ha fracasado hasta hoy; no obstante, según convenga, en unos casos ha posado de uribista y, en otros, de petrista.
Entre tanto, los muchos y verdaderos problemas del taxismo y de los taxistas, no tienen líderes o voceros visibles que los represente de verdad.