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Una de las promesas de la Constitución de 1991 fue la descentralización. En estos más de 30 años este ha sido un proceso que ha tenido avances y retrocesos, aunque en general hay un consenso que ha sido una promesa que se quedó corta. En los últimos meses, ha habido una nueva ola de reivindicación.
Fue un tema en la agenda de las elecciones locales del año pasado. Los nuevos gobernadores, en su reunión de la Federación de Departamentos, difundieron un comunicado pidiendo más autonomía territorial y el Gobernador de Antioquia emprendió, como bandera política, un referendo que algunos han interpretado como federalismo. No me cabe duda que este será un tema de las próximas elecciones presidenciales.
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Existen varias maneras de analizar cómo Bogotá juega o cómo ha avanzado en ese debate. La primera es desde el punto de vista de qué “le conviene”. La segunda, es cómo Bogotá ha aplicado la descentralización dentro de su territorio. Y una tercera, es la capacidad de la capital de asumir funciones nacionales.
Si la discusión es si a Bogotá le conviene más descentralización la respuesta, incluso hasta egoísta, sería: por supuesto. En la ciudad se recauda el 30% de los impuestos nacionales y si se filtra esta cifra a las ciudades capitales, subiría al 50%. Bogotá es una ciudad poderosa en recursos.
Para el 2024 tiene más de $33 billones, esto es una cifra casi cuatro veces superior al presupuesto de Medellín, que llegó a poco más de $8 billones. Las transferencias de la Nación a Bogotá equivalen a menos del 20% del total de los ingresos corrientes de la ciudad. Entonces desde lo presupuestal, para Bogotá más descentralización o hasta federalismo sería un buen camino.
Sin embargo, la discusión no es sólo presupuestal. La descentralización busca tener niveles de gobierno para que éstos puedan responder de manera eficiente a la prestación de bienes y servicios. Una distribución de las funciones entre estos niveles de acuerdo con capacidades y cercanía con la ciudadanía es el balance pretendido. Esto se puede replicar en cuantos niveles se quiera, desde lo nacional hasta unidades más pequeñas del nivel barrial.
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n Bogotá la división en alcaldías locales ha sido un proceso híbrido en el cual se les ha otorgado cada vez más funciones, pero al mismo tiempo bajo un aparente control y sin capacidad administrativa. Esta figura ha deambulando entre lo que los abogados llaman la desconcentración y la descentralización. Aún se puede avanzar sustancialmente en el fortalecimiento para responder a situaciones locales.
Las alcaldías deberían tener la capacidad de contar con un grupo interno de obra que permita arreglar una baldosa suelta anden, tapar un pequeño hueco, o arreglar un columpio que esté suelto. Mientras estas tareas sean responsabilidad de entidades que tienen a la vez que responder por toda la ciudad, no habrá un servicio eficiente.
También es indispensable tener en cuenta que la división actual de las localidades no cumple el objetivo de niveles de gobierno cercanos. Por más esfuerzo resulta complejo responder en localidades como Suba, Bosa, Kennedy que son del tamaño de Barranquilla o Bucaramanga. Vale la pena avanzar en unificar las unidades de planeación local con las localidades. Este es un debate muy álgido. Dirán que servirá para agrandar la burocracia, además de una alta complejidad política porque por supuesto, implica modificar la distribución de ediles.
Mientras se logra ese debate, Bogotá y Cundinamarca avanzaron en una tarea fundamental: la Región Metropolitana. Luego de un proceso larguísimo para su creación que implicó hasta modificación constitucional, hace un mes se posesionó el primer director titular de la Región. Junto con las otras entidades regionales, tienen la tarea de lograr el plan de ordenamiento, hacer realidad proyectos de infraestructura de movilidad y consolidar un mercado para el crecimiento de las zonas rurales.
Figuras como la región metropolitana y las alcaldías locales son un buen ejemplo de cómo Bogotá ha ido avanzando en diferentes unidades de Gobierno. Así como unos tienen que responder por autopistas regionales otros deberían poder ser eficientes en el arreglo de un columpio en el parque del barrio.
Por último, al ser una ciudad con capacidades técnicas y financieras que todas las ciudades desean, también debe poner en este debate su preparación para asumir funciones nacionales. Un ejemplo es la propuesta de la creación de las policías locales. Bogotá podría asumir, o al menos complementar, las funciones de seguridad con un cuerpo público, estatal, regulado que responda a las necesidades de seguridad ciudadana.
La discusión sobre la profundización de la autonomía territorial es amplia y como se dice popularmente, “cada uno habla dependiendo de cómo le va en el baile”. Seguramente a Bogotá, Medellín, Cundinamarca, Antioquia y otras ciudades o departamentos les “irá bien”, con cuidado de no relegar a quienes ya van muy atrás en la fila. Debemos avanzar en niveles de gobiernos cercanos, fuertes y con reales capacidades, en Bogotá y todo el país. Hay que dar un debate diferenciado para saber cuáles departamentos y municipios pueden asumir más funciones autónomas que podrían ayudarle al gobierno nacional a concentrarse donde más necesitan un trabajo conjunto. ¡Reabramos el debate!

Por José David Riveros Namen
