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Esta columna no es sobre la Asamblea Nacional Constituyente propuesta por el presidente, pero sí es sobre una de las razones del por qué este embeleco es una mala idea. Una Constituyente es para unir a la sociedad no para seguirla fragmentando. En lugar de cohesionar, esta idea profundizaría las fracturas sociales, en especial, las relacionadas con la confianza, un valor y un atributo que desafortunadamente está en picada.
No confiamos en nadie. No confiamos en el gobierno, en la democracia, en las instituciones, en nuestros vecinos. El barómetro de las Américas muestra que solamente 1 de cada 2 colombianos confía en la democracia y que somos el país de América Latina con la mayor desconfianza en las elecciones, y el estudio de IPSOS, sobre confianza interpersonal da cuenta que únicamente el 22% de los colombianos confía en otros colombianos.
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La desconfianza se manifiesta en todos los aspectos de la vida en sociedad, por ejemplo, si vamos manejando o en transporte púbico vemos constantemente la lucha de los conductores por cambiar de carril, si alguien prende la direccional, el carro de al lado automáticamente acelera e impide el cambio de carril. La desconfianza también se refleja en la manera como nos relacionamos entre nosotros, es común que gran parte de los residentes de edificios critiquen la asamblea de propietarios, pero al momento de elegir nuevos integrantes, todos callan.
La confianza y la participación van de la mano. Está comprobado que las comunidades con altos niveles de confianza pueden disfrutar de mejores resultados en salud, educación y bienestar económico y si además esta confianza fomenta la cooperación y la solidaridad se hace más fácil enfrentar desafíos comunes
¿Cómo podemos fomentar la confianza en una sociedad marcada por la división y la sospecha?
Las ciudades como escenarios de la convivencia diaria juegan un papel crucial. La confianza hay que recuperarla desde las esferas más cercanas a la ciudadanía, no podemos esperar que haya cohesión social en todo el país sin antes haber logrado que los vecinos de una cuadra trabajen juntos por la convivencia de su barrio.
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Las intervenciones urbanas que promueven la interacción y la colaboración entre los vecinos pueden ser un buen punto de partida. Las acciones de ornato y de embellecimiento de las ciudades cobran sentido cuando son realizadas también por los vecinos, cuando se les da una brocha y un tarro de pintura para que entre todos mejoren la cancha de microfútbol en donde jugaron de pequeños.
Los populismos y regímenes autoritarios florecen en sociedades apaciguadas, amenazadas y doblegadas. Las democracias deben aprender de esto y entender que es momento de darle más voz y voto a la ciudadanía, una democracia no se puede medir solamente por la legitimidad de sus elecciones, sino por los diferentes escenarios participativos reales que tenga.
En este sentido una de las medidas más poderosas son los presupuestos participativos porque les permite a los ciudadanos decidir juntos cómo se gastan parte de los impuestos que pagan. Hay que hacerlo bien, no podemos sacar a votación pocos pesos como siempre se hace, sino sacar una gran parte del presupuesto local para que los ciudadanos se involucren. El éxito está en que los alcaldes y concejos cedan poder político a cambio de legitimidad ciudadana. Bogotá es un buen ejemplo, es la ciudad con el mayor sistema de presupuestos participativos en América Latina, en los últimos 3 años, han votado más de 300 mil personas y cada año hay una bolsa de recursos de aproximadamente 450 mil millones de pesos.
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Del mismo modo, proyectos de mejoramiento local, como la construcción de parques o la rehabilitación de espacios públicos, pueden ser oportunidades para que los vecinos colaboren y se conozcan mejor. La participación en estas actividades no solo mejora el entorno físico, sino que también fortalece el tejido social.
La educación y los ejercicios de convivencia juegan un papel crucial. Los programas que promueven la empatía, la colaboración y la resolución de conflictos construyen una sociedad más confiada. Todos los barrios tienen problemáticas difíciles y muchas veces, las soluciones no pasan solamente por la intervención de la policía o de la alcaldía, sino también por cambios comportamentales de los propios vecinos, invitarlos a resolver entre todos una problemática y a que entre todos acepten unas reglas básicas de convivencia es un ejercicio poderoso.
La desconfianza que reina no es irreversible. Nadie tiene soluciones mágicas ni inmediatas, confiar en el vecino, en el político y en el desconocido no es tarea fácil. La confianza en la sociedad no es un regalo de la democracia, debe ser una conquista de todos nosotros, seguirla perdiendo no puede ser una opción.

Por Felipe Jiménez Ángel
