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Hace poco se conoció la tasa de desempleo de Bogotá para el trimestre junio–agosto, 8,2%. Es un buen dato. Una señal positiva para la ciudad y un síntoma claro de recuperación económica. Sin embargo, junto a ese avance aparece una brecha que no disminuye al mismo ritmo y que casi nunca ocupa el centro de la conversación: la profunda desigualdad laboral que enfrentan las personas con discapacidad.
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Mientras la tasa general cae, el desempleo para esta población llega al 13,8% y para completar solo el 30% participa en el mercado laboral. 70 de cada 100 personas con discapacidad en Bogotá no encuentran oportunidades, no porque no tengan habilidades, sino porque las puertas no se abren o porque su estado físico no se lo permite. Hace unos días conocí a una mujer en silla de ruedas que ha enviado más de treinta hojas de vida en lo corrido del año. La llaman y la llaman a entrevistas, pero la respuesta final siempre es la misma: “te estaremos avisando”. No la llaman. Y no es su formación el problema.
El desafío de inclusión se vio con nitidez esta semana en el Concejo de Bogotá: solo el 1,3% de los funcionarios públicos del Distrito son personas con discapacidad. Y entre los contratistas la proporción es aún menor: 0,78%. Aproximadamente uno de cada cien.
Si el Estado no logra ser ejemplo, ¿cómo exigirle al sector privado que lo sea? La mayor parte del empleo en Bogotá no lo produce el Distrito; lo producen las microempresas de barrio, los comercios familiares, las industrias medianas y grandes. Y es ahí, en el día a día del trabajo, donde las barreras culturales siguen prevaleciendo. Los estigmas sobre la productividad, el miedo a la estabilidad laboral reforzada, el desconocimiento sobre ajustes razonables y, sobre todo, los prejuicios que confunden discapacidad con incapacidad siguen pesando más que el talento.
Frente a esta realidad, vale la pena una reflexión sencilla:
¿En su lugar de trabajo hay personas con discapacidad? Lo más probable es que no.
La siguiente pregunta es aún más reveladora: ¿por qué no?, ¿miedo, ¿desconocimiento?, ¿falta de información?, ¿estigma?
Y la tercera es la más importante: ¿qué tendría que pasar para que esa puerta se abra?
Bogotá no parte de cero. Desde hace cinco años funciona el Programa de Empleo Incluyente, una política sería que cofinancia parte del salario para facilitar la contratación de personas con discapacidad en el sector privado. También existen entidades públicas y empresas privadas que han adaptado puestos de trabajo, flexibilizado procesos y demostrado que la inclusión es posible. Hay un marco jurídico amplio (la Ley 361 de 1997, incentivos tributarios, decretos de accesibilidad) y una creciente consciencia social. Pero la magnitud de la brecha demuestra que esto no basta. Falta algo más profundo, más estructural.
Buena parte del problema ocurre antes de llegar al lugar de trabajo, ocurre en la ciudad. Para miles de personas con discapacidad, el primer obstáculo no es el empleo, sino llegar al empleo. Bogotá aún tiene aceras rotas, pendientes imposibles, cruces peligrosos, semáforos con tiempos insuficientes y estaciones de transporte donde la accesibilidad falla. El Manual de Espacio Público del POT ofrece un marco moderno para corregir estas fallas. Si una persona no puede desplazarse de manera segura o autónoma, las oportunidades laborales seguirán siendo teóricas, la accesibilidad del espacio público es también una política de empleo. Una ciudad accesible es una ciudad donde trabajar es posible.
Y persiste otro obstáculo decisivo: la mayoría de las empresas desconoce qué son los ajustes razonables, cómo se implementan, qué tecnologías existen o qué habilidades pueden desempeñar las personas con discapacidad. Muchas empresas y microempresas no saben por dónde empezar…
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Por eso Bogotá necesita contar con una infraestructura institucional permanente que reduzca esa incertidumbre. Un Centro Distrital de Adaptación Laboral y Tecnología Accesible permitiría orientar a las empresas y entidades públicas en la adecuación de puestos, la evaluación de perfiles, la implementación de tecnología accesible y la capacitación de los equipos de talento humano. Sería un puente técnico entre los bancos de empleo, el sector privado y las entidades públicas para que la contratación no dependa de intuiciones ni de temores, sino de información clara, herramientas prácticas y acompañamiento real. Una iniciativa de estas fácilmente puede desarrollarse en el Distrito de Ciencia y Tecnología, en el Bronx Distrito Creativo o en la recién creada zona ZIBO.
Bogotá quiere ser una ciudad del cuidado y una metrópolis moderna y empresarial. Ese mandato se cumple con oportunidades reales. La discapacidad no es incapacidad. La exclusión sí lo es. Y una ciudad verdaderamente justa solo lo será cuando sus calles, sus instituciones y sus trabajos estén abiertos para todos.
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