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Opinión: El valor del ocio creador

En el gobierno del Cambio no se avisa reforma cultural y por el arte doblan las campanas igualito que otras veces.

Alberto López de Mesa
04 de junio de 2023 - 07:56 p. m.
En el Gobierno del Cambio, para la reforma estructural de la cultura, el presidente Petro debe promulgar el fomento de las producciones artísticas articuladas con todo el sistema económico nacional
En el Gobierno del Cambio, para la reforma estructural de la cultura, el presidente Petro debe promulgar el fomento de las producciones artísticas articuladas con todo el sistema económico nacional
Foto: Óscar Pérez

La cultura no fue tema en la campaña presidencial y la designación de Patricia Ariza fue una improvisación del prestidigitador político: “¡Un reconocimiento a la teatrera!”, opinaron en los diarios, porque su nombramiento no fue por su experiencia gerencial. De hecho, no dijo como iba a cumplir con el encargo en borrador que le hizo el presidente: “la cultura factor de la paz total”.

La verdad es que la señora, entrada en años, no tuvo los reflejos ni el perrenque para dar resultados al ritmo de Petro. Además, con tradición sectaria, conformó su equipo con gente de su Corporación, por eso, cuando Verónica cayó en cuenta: “¡Eche! Como primera dama ese ministerio me compete”. Colorín colorado, hasta ahí fue.

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Enseguida quedó encargado el viceministro, el músico Jorge Zorro, con la idea de replicar aquí el programa del venezolano Dudamel, esto es: “orquestas sinfónicas en todas las regiones del país”. Justamente, se alarmaron creadores y gestores de músicas populares y en especial los de otras artes, pues en una cultura de regiones y diversa, la priorización de una estética resulta excluyente y discriminatoria.

A lo cual el presidente, tan inteligente como elocuente, explicó:” Teóricos del arte y pedagogos han demostrado que la práctica y el goce de sinfonías incide en todas las formas de inteligencias; mejora el pensamiento lógico; la conciencia colectiva; abona lo sensible, y lo racional del ser…”- Oratoria pa’ descrestar provincianos, como las gotas para todo mal de los homeópatas-.

Entonces, delegados de los sectores artísticos solicitaron hablar directamente con el presidente y eso sí, novedoso y plausible, por primera vez un mandatario se reunió con artistas y escuchó a los mismos representantes, con las mismas demandas y en un tono más sindical que estético: “Más apoyo a los festivales y a los procesos artísticos con trayectoria; garantizar la seguridad social, y laboral de los artistas. ¡Ah!, y porfis presidente, es perentorio el nombramiento del o la ministra en propiedad…”. Petro, ducho desde senador en encantar serpientes, prometió lo típico: " aumentará el presupuesto para la cultura”. ¿Qué tal que no? Decepcionante sería que no lo hiciera y peor que no sea significativo. Antón, de la sesión, salió contenta la delegación.

Días después, en Sevilla, Valle del Cauca, el presidente, en una parte del discurso, dijo: “Se aprobó que en todos los colegios se abran cátedras de artes, deportes, historia y programación de computadores. Ahí, los artistas transformados en maestros enseñarán a la niñez a ser sensibles con el arte, acción concreta para empezar a construir paz en las regiones…”. La promulgación no tuvo otra novedad que el estar ajustada a propósitos de la gobernanza, pero con la misma y atávica valoración del arte por funciones o usos externos a su esencialidad suprareal.

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Desde la antigüedad, la comodidad la lograban artistas al servicio de poderosos: proyectando en sus obras el linaje divino de faraones; idealizado las hazañas de generales; sublimando íconos eclesiásticos; complaciendo vanidades imperiales. Entre monarcas alentaban su ufanía teniendo buenos artistas en su corte. Así también las alcurnias, las oligarquías cotejan su poderío como mecenas de creadores geniales. Pero en el espíritu artístico es latente la rebeldía. El artista íntegro es proclive a la insumisión y, si acaso su expresión revela la injusticia o confronta la tiranía, entonces será oprobioso su quehacer y no merecerá la tutela Estatal.

En fin, esto es lo sabido y mil veces comentado. En cambio, para el asunto de esta columna, el foco está sobre los tantos artistas que han existido y oficiado al margen de la historia oficial y sin atenerse a la pseudo utilidad que la sociedad o el mandatario pretenda para su oficio, con sus libros, sus canciones, sus murales, sus pantomimas… Nos alegran, nos enseñan, nos asombran, nos humanizan.

Súmese la estupefacción del común cuando para ingeniar sus obras algunos artistas requieren: varía horas de perplejidad ante una página en blanco; varias horas tendidos en una hamaca contemplando el atardecer; varias horas ante un espejo repitiendo una gesto hasta lograr la actuación ideal. Por supuesto, ese tiempo de ocio creador, ningún ministerio del trabajo o empleador lo considerará jornada laboral.

Eso en el subdesarrollo de los países tercermundistas, cuyos gobiernos, con percepción acomplejada de las artes de connacionales, sus planes de desarrollo no priorizan el fomento cultural. A lo sumo, destinan nimios presupuestos para becas y estímulos, que se disputan los creadores como en reyerta piñatera. Acaso, ¿los gobiernos con sentido de pertenencia por el patrimonio cultural costean la preservación de artes vernáculas, rituales, tradiciones orales y etcétera de expresiones propensas a extinguirse?

Lo que sigue quizás sea lo polémico. Distinta es la conciencia cultural y la apreciación del arte en los países del primer mundo que, por haber consumado su desarrollo con dinámicas económicas de índole capitalista, obvian la trascendencia de lo inconmensurable o subjetivo en las creaciones artísticas, que acceden a la sociedad de consumo como bienes o servicios regidos por la ley de la oferta y la demanda del mercado libre. Allí la producción artística no se atiene a subsidios de Estado que, en coherencia con la economía de mercado, pasó a ser regulador y, a lo mejor, benefactor de la comercialización del arte, toda vez que dispondrá cancillerías y embajadas a favor de la exportación de las producciones de sus industrias culturales en mercados internacionales.

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En el capitalismo el mecenazgo es facultativo del empresariado y los mecenas nobiliarios son remplazados por el burgués, personaje insigne de la modernidad comercial. Para el arte, la burguesía será a la vez la mejor clientela y la gran promotora. Con instinto de negociantes, los burgueses empresarios del arte gestaron con el show business tremendos emporios para vender todo tipo de arte y para todos los gustos: para los músicos, las disqueras y los megaconciertos. Para las artes escénicas, la industria del entrenamiento; para las literaturas, la industria editorial; para las artes platicas, las galerías y los agentes. El cine, arte que, por haber surgido en pleno seno del capitalismo, su realización y su divulgación tipifica la producción industrial. Verbigracia en la producción de la película El Titanic participaron 3.600 personas con funciones antes, durante y después de la realización.

Con este somero panorama, no pretendo hacer apología de cómo se ha dado el arte en el sistema capitalista, pues soy consciente y deploro las malicias de los codiciosos indolentes con los artistas rezagados de la competencia mercantil, por no prestar su estética y su ética al arte comercial. Pero, dado que actualmente la economía de mercado rige los procesos sociales, considero que en el Gobierno del Cambio, para la reforma estructural de la cultura, el presidente Petro debe promulgar el fomento de las producciones artísticas articuladas con todo el sistema económico nacional, así, por ejemplo: Por ley de la República, las empresas hoteleras propiciarán el que los turistas compren obras de arte, asistan a espectáculos y gocen de obras en una política económica de turismo cultural.

Por ley de la República, todas las instituciones educativas contratarán muestra de diferentes artes en eventos programados mínima dos veces al semestre. Por ley de la República, toda entidad bancaria deberá apadrinar algún festival o feria de arte en distintas regiones del país. En ese mismo sentido, se estimulará la participación de la empresa privada en el fomento de las industrias cultural. Eso es más progresista que transformar a los artistas en docentes. Es un inicio para un devenir del arte nacional hacia la autosuficiencia.

Para conocer más noticias de la capital y Cundinamarca, visite la sección Bogotá de El Espectador.

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