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En la mitología griega los dioses olímpicos, tan susceptibles al albedrío humano, contrario a sus deseos, imponían con sevicia imprecaciones fatídicas a los desobedientes. Así, Prometeo, por tomar fuego del sol para entregárselo a los hombres, fue atado en una peña del Cáucaso para que las águilas lo despellejaron a picotazos. A Edipo, antes de que naciera sendas diosas, le impusieron como anatema el que mataría a su padre y se casaría con su madre.
De modo análogo el actual presidente de EE. UU., Donald Trump, cuya imagen física es el prototipo caricaturesco de un presidente gringo y su mando (al modo de autocracia imperial) es como para un videojuego, hace lo propio. Como se evidencia en su primera acción, durante su segundo gobierno: sin disimular su racismo, promulgó medidas de control y castigo contra los migrantes, tanto ilegales como los ya establecidos, sin considerar la salvedad que le hicieron desde el Congreso sobre la ventaja de su presencia para las dinámicas económicas.
Ahora, como un sátrapa orate, no solo decretó que el Estado reconoce únicamente los géneros hombre y mujer, sino que en política internacional dejó aflorar su impetuosidad y la soberbia, al exigirles a la OTAN que compre armamentos y tecnología militar (por supuesto made in USA), con el argumento de que Estados Unidos estaba asumiendo solo la seguridad mundial.
Para completar, hizo público su respaldo al genocida y primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, alcahueteando los ataques inmisericordes a Palestina, y se fue lanza en ristre contra el presidente de Venezuela Nicolás Maduro, con un despliegue naval y vigilancia aérea en el mar Caribe (dizque para frenar a los carteles de la droga), amenazando con irrumpir a la fuerza para capturar al “dictador comunista”, que ha convertido la República Bolivariana en un narco Estado.
Tal afrenta la deploran los gobernantes progresistas de la región y como el que levanta su voz con más impavidez es el insumiso presidente de Colombia, Gustavo Petro, el emperador del norte aprovechó para para imponerle el anatema inexorable, primero descertificando al país (desconociendo su lucha contra el narcotráfico) y luego, con saña vindicativa, la imprecación fatídica de incluirlo en la llamada “Lista Clinton” junto a a su esposa, su hijo Nicolás y a su ministro Benedetti.
En dicha lista están reconocidos implicados en la producción o tráfico de estupefacientes, actos que a todas luces Gustavo Petro jamás ha cometido. Es más, desde su curul en el Congreso y ahora como presidente ha denunciado, decomisado, capturado y actuado con tácticas que, por primera vez, apuntan a lo estructural de la problemática y, ciertamente, con criterios discrepantes a la fallida “Guerra contra las drogas”.
El castigo a Petro es una tacada de tres bandas: Por un lado, complace a sus áulicos de la ultraderecha, que han de estar celebrando el tatequieto al titán progresista, irreductible en sus preceptos ambientalistas y neo democráticos; por el otro, asegura el control en el Caribe, convencido de que, por ahora, Colombia y Venezuela se rendirán a su prepotencia imperialista, y finalmente envía un mensaje a los miembros del BRICS que si se atreven a desconocer y descalificar la hegemonía del dólar y de EE. UU. sufrirían castigos peores de fatídicos.
Pero ¿acaso la desaforada prepotencia del supertirano está alentando reacciones adversas a su antojo? Ya hay en la región asomos de disidencias, toda vez que para librarse de embargos y opresiones buscan tratos con otras potencias, verbigracia la presencia de China en la región es cada vez más notoria, al punto de que hasta gobiernos no izquierdistas le compran trenes, vehículos con sistemas alternativos de energía, tecnología para diversas industrias, insumos agrícolas y etcétera de bienes de consumo masivo.
Respecto al modo de afrontar el narcotráfico y la inconmensurable demanda de estupefacientes de los estadounidenses, algún sector de allá mismo, ha de entrar en razón y reconocer lo fallida y ominosa que ha sido la guerra contra las drogas; frenar al soberbio Trump, y procurar legalizaciones paulatinas de las sustancias cuyo uso ya popularizado la han domesticado los mismos usuarios y la OMS ya tiene modelos de atención respetuosa con el libre desarrollo de la personalidad y tratamientos distintos a la medicación.
Del caso Petro debo decir que admiro la impavidez de monje tibetano con que asume el anatema impuesto por el imperioso Donald Trump.
