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Tenemos al alcance de la mano una infinidad de información, pero está muy dispersa y con frecuencia es errática o deliberadamente falsa; más información no significa más verdad. Enseñar hoy es un gran desafío porque la posibilidad de extravío en medio del mar de información existente es cada vez mayor. Muchas veces cuando los estudiantes confrontan lo que oyeron en clase con la información disponible en internet, quedan convencidos de que aprenden más viendo el celular.
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Esto afecta de forma grave la educación y contribuye a hacerla fragmentaria, mediocre, conformista, y en no pocas ocasiones, simplemente enunciativa o teórica. Tal es el producto final que entrega a niños, niñas y adolescentes, un pesado sistema académico y burocrático; poco se reconoce la labor de los docentes y muchos de ellos, sobre todo en el sector público, han sustituido la vocación docente por la lucha sindical.
Estamos atravesando un profundo cambio cultural y no falta quienes digan que estamos viviendo una enorme crisis de valores, que no tiene precedentes en términos de su magnitud y sus implicaciones.
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Las redes sociales se han convertido, de lejos, en la mayor fuente de información de la ciudadanía. Nuestros políticos y dirigentes propagan el miedo y el odio en ellas, sin medir las consecuencias. A los bogotanos y bogotanas poco les interesa el gobierno de la ciudad, apenas la mitad vota para elegir alcalde. La juventud tiene una aversión hacia lo público y rechaza a los políticos. Casi nadie conoce, aunque sea por casualidad, a un concejal o a un edil de su localidad.
Da miedo salir a la calle, la inseguridad y la delincuencia se han convertido en un tormento y los casos de violencia intrafamiliar son cada día más frecuentes, siendo particularmente dolorosa la violencia contra las niñas y las mujeres. El triunfo o la derrota deportiva del equipo favorito, puede convertirse en la erupción de un volcán que deja varios muertos.
Los jóvenes de hoy, a diferencia de sus padres que tenían tres o cuatro hermanos, o de sus abuelos que tenían más de seis, no quieren tener hijos. Actualmente, la mayoría de las familias son pequeñas, de dos o tres personas, muchas de ellas formadas por madres cabeza de hogar con un solo hijo. Dos de cada diez hogares viven en condición de pobreza extrema y no tienen acceso a las tres comidas diarias. El consumo de drogas continúa aumentando de manera incontenible y la edad del primer contacto con los estupefacientes es cada vez más temprana.
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Y a pesar de todo, hay rasgos de esta nueva sociedad que son esperanzadores. Frente a la crisis climática, por ejemplo, las nuevas generaciones han tomado conciencia de la impostergable necesidad de proteger los ecosistemas. Sin embargo, vivimos en un cuidad tan grande que muchos jóvenes no conocen ni siquiera la Plaza de Bolívar. Si bien Bogotá ofrece importantes espacios culturales, como museos, teatros y bibliotecas públicas, en términos relativos, pocos ciudadanos tienen acceso a ellos. Bogotá es una ciudad con abundancia de oportunidades, pero densa, segregada y costosa, que además ya está empezando a perder población. Ya muchas personas prefieren vivir en los municipios vecinos, prefieren irse de nuestra ciudad.
A pesar del esfuerzo de diferentes administraciones distritales por mejorar y construir nuevas instalaciones educativas, muchos niños gastan hasta dos horas en llegar a su colegio. El porcentaje de deserción es alto y cerca de la mitad no logra acceder a la educación superior. Entre tanto, si bien casi la totalidad de los habitantes tiene acceso a agua potable, el racionamiento de agua impuesto recientemente generó una poderosa alarma e hizo obligatoria una mirada más realista sobre la viabilidad de la ciudad en los años por venir. Nada más y nada menos.
Ante este panorama, la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá entiende que las condiciones son las justas para un cambio social profundo, en el que la educación tiene que ser el motor. Es indispensable entender la cuidad en toda su complejidad. El propósito de la educación no puede ser solo el de describir el entorno en que vivimos, sino el de poder incidir en su transformación. Una educación inconforme y reflexiva, que fomente el pensamiento crítico y la creatividad como expresión superior de la inteligencia humana. Donde fortalezca la comunicación y cooperación entre los estudiantes. Una educación capaz de poner la ciudad al alcance de los niños, para que la transformen y la engrandezcan.
Como lo dijo Gabriel García Márquez, necesitamos una educación que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos, en el conjunto de una sociedad que se quiera más a sí misma. Una sociedad que aproveche al máximo su inagotable creatividad y conciba una ética para nuestro afán legítimo de superación personal.
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Una educación cimentada en el respeto por el otro y por las instituciones, que nos invite a la construcción de una sociedad solidaria, que promueva una participación activa e incidente de los ciudadanos. Una educación cuya piedra angular sea la CIVILIDAD, ese antídoto natural contra la discordia y la violencia.
