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Los conceptos de basura, residuos, servicio público de aseo, reciclaje, aprovechamiento, gestión integral de residuos, basura cero, y, ahora, economía circular, sin lugar a dudas corresponden a conceptos asociados a los residuos que todos producimos o generamos, pero que lejos están de corresponder a conceptos sinónimos y, mucho menos, hacen parte de un mismo sector y régimen jurídico aplicable.
La distinción en este caso es fundamental para entender, comprender y dar las correctas y efectivas soluciones públicas y privadas de cara a los gruesos problemas que el desbordado y mal manejo de los residuos viene generando en materia ambiental a nivel mundial. Colombia y, por supuesto, Bogotá, no solo no está exenta de ello, sino que viene recorriendo en la última década un camino notoriamente errado y contradictorio: pretender solucionar la situación ambiental, la propia de marginalidad de la creciente población recuperadora de residuos y poner en marcha la economía circular a partir del limitado alcance que tiene la prestación del servicio público domiciliario de aseo.
De tiempo atrás de forma estratégicamente planificada se construyó una falaz narrativa “políticamente correcta” según la cual se afirma que Colombia viene enterrando miles de millones de dólares -refiriéndose al altísimo valor de las basuras (residuos)- en los rellenos sanitarios, cuando la industria los compraría a muy buenos precios como materias primas para reincorporarlas a sus ciclos productivos. Sin embargo, está demostrado que los costos de recuperación y transporte de esa materia prima resultan multimillonariamente mayores a lo que paga la industria por ellos.
Si alguien tiene dudas al respecto, basta que revise las noticias de hace un poco más de una semana que dan cuenta de la protesta de algunos líderes de esa población en estado de marginalidad que hicieran en la Plaza de Bolívar, la que amaneció entonces abarrotada de material reciclable. La queja se centró en dos aspectos (1) bajos precios por Kg de material reciclable que paga la industria y (2) la necesidad de que la CRA aumente el precio de la tarifa de la actividad de aprovechamiento del servicio de aseo para remunerar los costos de su recuperación y transporte hasta los sitios de venta del material que el valor del Kg de compra de la industria no solventa.
Noten la contradicción y el absurdo de cómo se sigue fomentando la construcción de un perverso sendero que lejos está de tener una meta seria y menos de contribuir a solventar de manera sostenible las necesidades de esa población en estado de vulnerabilidad y, mucho menos, lograr que en lugar de generar más residuos “reciclables” en realidad los disminuyamos drásticamente como lo demanda el verdadero concepto de economía circular.
Los más de 30.000 recuperadores de oficio en Bogotá, lejos están de poder obtener condiciones dignas de trabajo si se sigue transitando por este camino. Por tarifas de aseo en los últimos años los usuarios hemos pagado más de UN BILLÓN de pesos. ¿Quiénes se quedan con estos multibillonarios recursos? Nadie responde. Recursos a los que hay que sumarle aquellos que vía presupuesto distrital se apropian y ejecutan con el mismo propósito.
La realidad de hoy es que la población sigue en marginalidad, la cantidad de residuos y las tarifas del servicio de aseo en ascenso, se le hace conejo con ayuda institucional a la responsabilidad extendida de sus productos a cargo de la industria y, además, todo indica que los billonarios recursos destinados para sacar de la marginalidad a los recuperadores parecen estar mejorando la calidad de vida pero de otros distintos a esa población en estado de vulnerabilidad. Sobre el particular, insisto, nadie vigila ni nadie responde.
Mientras en la ciudad se debate de forma superficial e inane sobre si habrá o no licitación para establecer áreas de servicio exclusivo (ASE) para el servicio de aseo -sobre lo que hablaremos en la próxima entrega- los verdaderos problemas en materia de residuos sigue sin que se le preste la menor atención. Por ejemplo, la situación del relleno sanitario Doña Juana. Todos dedicados a discursos y acciones “políticamente correctas” pero cero reales y efectivas.
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